El desastre socio-natural que a finales del mes de octubre afectó a la Comunidad Valenciana y otras regiones españolas, con un saldo total de víctimas fatales aún por conocerse, no puede más que producirnos honda consternación.
Las condiciones atmosféricas que desataron las lluvias torrenciales, denominadas gotas frías o depresiones aisladas en niveles altos (DANA), así como las catastróficas inundaciones que frecuentemente producen, son situaciones más que conocidas y cuentan con una larga historia en las costas mediterráneas, particularmente las españolas, con relaciones al menos desde la Baja Edad Media. Uno de los episodios históricos más intensos, conocido como la gran riada de Valencia, aconteció a mediados de octubre de 1957. Su magnitud e impactos fueron de tal grado que el gobierno decidió el desvío del río Turia, que atravesaba la ciudad de Valencia, con la construcción de un canal de derivación que pasa por fuera de la ciudad y dejó en seco el antiguo cauce, cuyos terrenos se encuentran convertidos en parques, jardines, campos de fútbol, etc. Aquellas obras hidráulicas salvaron, en esta oportunidad, a la importante urbe levantina.
Pero muchas otras poblaciones cercanas no tuvieron la misma suerte; las inundaciones de sótanos, garajes, túneles, quebradas y otros lugares bajos, fueron particularmente graves en Paiporta y otras localidades en las cercanías de Valencia donde, desgraciadamente, decenas de personas perecieron ahogadas. Las estrechas calles se convirtieron en ramblas turbulentas y los vehículos amontonados actuaron como muros de presa, como puede verse en numerosas fotografías y videos.
La previsión de las mencionadas condiciones meteorológicas hoy día no reviste dificultades y, aunque el desplazamiento de las DANA puede ser algo errático, las observaciones con los radares meteorológicos de impulsos Doppler permiten actualizar los pronósticos generales en tiempo real, a escalas prácticamente locales, para que los sistemas de gestión de riesgo emitan alertas tempranas que pueden salvar muchas vidas. Para estos fines, entre otros, debería servir la meteorología. La eficacia de estas técnicas de predicción, que se conocen como nowcast, puede comprobarse en los partidos de beisbol de las Grandes Ligas, en los que se informa, con exactitud de minutos y a nivel de cualquier estadio, el inicio y final de una racha de lluvia.
En el caso del evento pluviométrico extraordinario causante de la reciente tragedia en España, por la información disponible en la plataforma de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), puede afirmarse que las previsiones meteorológicas se emitieron oportunamente y que la acumulación del agua precipitada, en las distintas estaciones de las cuencas hidrográficas afectadas, pudo seguirse también en tiempo real. Toda esta información hidrometeorológica debería haber servido para que los sistemas de gestión de riesgo y las organizaciones de protección civil implementaran, tanto preventivamente como al momento de atender las contingencias, las acciones necesarias para resguardar a la población, en primer lugar, y a sus bienes, en lo posible.
Otro aspecto que conviene comentar, con relación a este caso y otros similares, es la irresponsabilidad que supone atribuir, sin más, al cambio climático las causas de eventos atmosféricos extraordinarios; lo cual no significa desconocer la existencia de tales alteraciones ambientales, cuya aceleración es, indudablemente, de origen antrópico. Sin embargo, las causas de un evento meteo-climático particular, como lluvias extraordinarias, huracanes, tornados, sequías, etc., no pueden endilgarse al cambio climático antes de efectuar un profundo análisis de sus características y de las condiciones meteorológicas globales y regionales en las que se produjeron.
Los desastres desatados por cualquier fenómeno natural pueden estudiarse y prevenirse aplicando adecuadamente una ecuación, entre cuyos principales términos se encuentran la amenaza misma, el riesgo y la exposición, además de la vulnerabilidad de la población y de las infraestructuras. En el caso de la tragedia de la Comunidad Valenciana, es innegable que la vulnerabilidad de los habitantes de las localidades afectadas era extremadamente alta. No fue suficiente para disminuirla el plurisecular historial de estas comarcas, en lo tocante a las inundaciones. Habrá que investigar las razones de estas fallas, para evitar su repetición.
Sobre este tipo de desastres de origen hidrometeorológico, también tenemos tristes experiencias en nuestro país: Parque Nacional Henri Pittier, 1987; tormenta tropical Brett, 1993; Litoral Central, 1999; Santa Cruz de Mora, 2005; Las Tejerías y El Castaño, 2022; Cumanacoa, 2024, por citar sólo algunos; eventos que, en conjunto, arrojaron igualmente cientos de víctimas fatales, miles de damnificados y cuantiosas pérdidas materiales. Si aquellos aciagos sucesos dejaron algún aprendizaje válido, permanece como una incógnita. Sin embargo, la lamentable declinación de las asignaturas relacionadas con el medio ambiente, en nuestros programas educativos, ya constituye un indicador preocupante.
En cualquier región del mundo, las amenazas atmosféricas siempre estarán presentes y, como lo señalan los modelos físico-matemáticos, con la mayor probabilidad su frecuencia e intensidad aumentarán en la medida en que se intensifique el cambio climático. De modo que hay que aprender a utilizar la información meteorológica para una efectiva gestión de los riesgos, a la vez que los registros estadísticos -la climatología-, para la planificación racional del uso del espacio. A tales propósitos, ese cúmulo de información no sólo debe generarse, como es compromiso de todos los países miembros de la Organización Meteorológica Mundial, sino que es indispensable mantener las bases de datos permanentemente a disposición de los investigadores, planificadores, educadores y público en general.
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