Sin dudas el fenómeno migratorio masivo es uno de los más espantosos aspectos del siglo que vivimos. No solo es uno de los mayores y más estridentes signos de la criminal desigualdad material entre los pueblos, sino también de la podredumbre espiritual que comienza a acompañarla.
Por ejemplo, uno de sus mayores factores que la ahondan y la hacen perversa es el racismo. De no existir éste –contra los negros o los islamitas o los venezolanos (¡atiza!)…– una racionalidad podría ser encontrada con mayor potencialidad para abordar el problema. Por ejemplo, baste recordar que la población nórdica envejece con una celeridad abismal, temible en no pocos casos, y que va a necesitar encontrar nuevos equilibrios para sostener sus niveles de desarrollo. Una racional programación de la migración podría contribuir muy beneficiosamente a ello. Pero no, “comen perros”, como ha dicho Trump hace unos días dándole una frase inmejorable como bandera a los racistas fascistoides, que en diversas medidas son muchos por doquier.
Por cierto, no es nada gratuito recordar que –al margen por supuesto de la desmesura inútil y medio pendeja del conflicto de los recientes gobiernos mexicanos con España– no hace mucho, no hace demasiado, que los países europeos saquearon a los países que hoy los buscan como un camino de salvación, sometiéndolos a menudo a las mayores crueldades. Como lo fueron también las tropelías políticas y los despojos económicos de los gringos con esos pueblos que hoy marchan inhumanamente para llegar en días o en meses a lo que creen su tierra de salvación y que los castiga con trabas y desprecio.
Es una de las terribles paradojas de la constante injusticia de la historia. Son un horror esas destartaladas lanchas repletas de migrantes buscando la salvación europea, muchos hundiéndose en la mar, otros con más suerte llegando a los muros del desprecio en los países soñados. O esas peregrinaciones interminables subiendo al Estados Unidos tantas veces vedado.
Por supuesto que no solo es un alivio al drama abrir un poco más las puertas del Norte, entre otras vías superando el racismo. O multiplicando la generosidad ante el temor de tener que repartir la riqueza abundante de sus capitalismos. También habría que hacer políticas globales que acaben con la descomunal desigualdad del planeta. En el tal Sur Global y en especial el África Negra o América Central, verbigracia. La migración de millones y millones de hambrientos es uno de los más espantosos signos de la miseria humana, tan abundante, tan consustancial a nuestra más fatídica naturaleza.
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