“Consalvi es esencialmente un humanista. Y este humanismo sincero, que se cuela sin más en todas sus realidades —de persona, periodista, historiador, político aguerrido pero a la vez mediador y pacifista, o de informal maestro— va a hacer además de él un amante de la cultura, de la cultura artística —y así de la escritura y el medio editorial, de la plástica y el medio museológico, de las artes populares y las llamadas cultas—; pero también de la cultura entendida de modo más abierto, como sustrato espiritual y material que da razón y sentido a una comunidad”
Por MARÍA ELENA RAMOS
Figura sobresaliente de nuestra historia contemporánea, Simón Alberto Consalvi fue, para muchos, maestro y guía. Imposible recordarle sin mencionar algo que lo define: el compromiso con la verdad y la voluntad de expresarla. De allí partieron varios desempeños distintos: el de quien busca la verdad en su propio tiempo y actúa como un periodista de opinión sobre el presente; el de quien busca la verdad de tiempos pasados y se convierte —por propia y acuciosa necesidad— en un historiador; y luego, también, el de político, comprometido en la acción, una acción dirigida a transformar la realidad.
Las grandes personalidades no admiten simplificaciones. Nunca son una sola cosa. Escritor, historiador, político, diplomático, editor, propulsor de la cultura en todas sus formas, Simón Alberto Consalvi es más que todo eso: humanista, pensador, hombre de acción, de proyectos, de equipos, de afectos.
Periodista desde su más temprana juventud, continúa siéndolo hasta minutos antes de su partida, cuando envió a El Nacional lo que sería su último editorial: el editorial del día siguiente. En esa cátedra informal y diaria sostenida con los jóvenes periodistas, su mensaje central aludía siempre a la responsabilidad con la sociedad, al compromiso con la verdad, al valor de la denuncia. “Hay que denunciar los atropellos, vengan de donde vengan; para eso existen los periodistas”, decía, poniendo el acento en el develamiento de la corrupción y de la arbitrariedad, tarea necesaria y compromiso ético de la prensa libre. Pocos días antes de su partida, nos dejaba a todos una preocupación y una tarea: “¿Seremos capaces de interpretar la gravedad de la crisis institucional que atraviesa el país y de actuar responsablemente?”.
De palabra siempre lúcida, en sus últimos años su escritura decantó aún más en sabiduría, a la vez que se volvió filosa para denunciar no sólo la violencia y el odio sembrado entre los venezolanos sino, de manera puntual, para desenmascarar la irresponsabilidad de los que colaboraron y se aprovecharon, pero también de los que no entendieron, o de los que prefirieron dejar hacer y mirar para otro lado mientras Venezuela iba siendo desmembrada.
Consalvi es esencialmente un humanista. Y este humanismo sincero, que se cuela sin más en todas sus realidades —de persona, periodista, historiador, político aguerrido pero a la vez mediador y pacifista, o de informal maestro— va a hacer además de él un amante de la cultura, de la cultura artística —y así de la escritura y el medio editorial, de la plástica y el medio museológico, de las artes populares y las llamadas cultas—; pero también de la cultura entendida de modo más abierto, como sustrato espiritual y material que da razón y sentido a una comunidad.
La imagen de político de Simón Alberto Consalvi se corresponde a la del ciudadano comprometido en una acción orientada a transformar la realidad. No es sólo el periodista luchador individual por la verdad, ni sólo el historiador urgido de conocer lo que venimos siendo desde hace siglos, sino alguien que participa directamente en la construcción de nuestra democracia moderna.
Podemos distinguir así dos momentos en los que se expresa su condición de activista político: en sus tiempos más jóvenes, época de dictadura en la cual “acción” era un modo de irrupción que le significó clandestinidad, prisión y exilio; y, más adelante, cuando su activismo político le hace participar en la creación de la institucionalidad democrática. Es la diferencia entre tiempos de represión y tiempos de libertad y paz, no exentos estos últimos de la fragilidad de la democracia naciente y de una peculiar belicosidad, frente a la cual encontró siempre espacio el temple mediador y conciliador de Simón Alberto.
Vista nuestra realidad del siglo XXI, en su artículo Carrusel hizo esta pertinente advertencia: “La impolítica se ha convertido en el primer desafío de la política en Venezuela. No podemos ser antipolíticos, pero necesitamos ser impolíticos, que supone decirles la verdad a los venezolanos. Pero el que le diga la verdad al país será derrotado con toda seguridad. La gente prefiere la mentira a la verdad. De ahí que engañar a la gente sea tan fácil, porque el terreno está abonado. No hay nada más popular que la mentira, que se ha convertido en el denominador común de la política”.
Esta idea se reitera en su conversación, en sus escritos, con más fuerza incluso en sus últimos años, cuando se dolía de la inmensa irresponsabilidad de estos tiempos. En sus conversaciones, SAC no dejaba de recordar que ser responsable no sólo es responder por lo que hacemos, por nuestros propios actos, sino también responder ante la destrucción que vemos. Tuvo la responsabilidad de “saber ver” lo que sucedía en su presente; tuvo la lucidez para darse cuenta a tiempo, y el coraje para oponerse públicamente. Así, supo ver, y quiso hacer ver. Ya decía Sartre que el hombre está condenado a la responsabilidad, al igual que está condenado a la libertad. Y Simón Alberto aceptó con honor esa condena.
Un amante de la cultura
Preguntado por Milagros Socorro sobre el papel de los intelectuales, Simón Alberto diría: “Yo reivindico el papel de los intelectuales y de las instituciones culturales en Venezuela. Por lo general, los intelectuales y artistas venezolanos han cumplido su papel, pero no han encontrado la repercusión necesaria dentro de la sociedad. El arte y la cultura constituyen mundos aislados dentro del contexto de la sociedad venezolana; y ser intelectual equivale a comprarse un ticket para el aislamiento y la discriminación. Cuando se hace un análisis serio encontramos que los museos, las editoriales, los teatros y cierto cine nacional han cumplido su papel formativo con mayor eficiencia que todo el aparato educativo del Estado y que si su impacto no ha sido mayor es justamente porque le ha faltado el clima de sensibilidad y comprensión que debía haber creado la escuela”.
Consalvi no solo comprendió el papel del Estado en relación con las actividades culturales emprendidas por el sector privado y la vinculación de lo público con lo privado, sino que fomentó, propició y aplaudió esta relación que dio fruto en instituciones como la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, creada en 1938 por Mariano Picón-Salas, y el Instituto de Cultura y Bellas Artes, INCIBA. En su discurso de toma de posesión del cargo de presidente del Inciba —palabras que Mariano Picón Salas no llegara a pronunciar por su inesperado fallecimiento— se trazan perfectamente, según recuerda SAC, las líneas de las relaciones entre el Estado y el creador, entre el Estado y las instituciones culturales, líneas basadas en los criterios de apoyo y estímulo sin interferencia y, menos aún, sometimiento. Y dice: “En Venezuela, la falta de valoración del poder hacia la cultura la ha preservado de una intervención nefasta como ha ocurrido en otros países”.
El amor y compromiso con la cultura va a expresarse en él, ya en la práctica, en dos vertientes: por una parte desde su más íntima condición humana, como persona sensible que goza de las obras de arte y comparte ese goce, que es amigo de artistas y los visita en sus talleres, que tiene las obras de sus admirados pintores en las paredes de su casa. Cercano a creadores como Alirio Palacios, Jacobo Borges, Pedro León Zapata, el interés por sus obras caminó siempre de la mano del disfrute, de la contemplación, del intento de comprensión del mundo de los creadores. “Ha sido una de mis aficiones compartir con los pintores, verlos manchar las telas, disfrutar del olor de óleos y trementinas, envidiar, digamos, sus privilegios secretamente”. Al escribir sobre su tan cercano Pedro León Zapata, dice: “Disfruto y admiro, aprendo y busco solaz… uno encuentra refugio en el talento plural de Zapata”. Y sobre Botero: “Lo visité en su taller del Village, y cada vez que caía por la ciudad procuraba verlo; íbamos al taller y después acampábamos en una pequeña trattoria en el vecindario: pasta asciutta y un poco de vino (…) Fernando trabajaba con extraño apremio, con energía poco común. Con paciencia que siempre agradecí, me mostraba uno por uno sus cuadros. Pocas escenas tengo tan frescas…”. Simón Alberto fue coleccionista de arte desde los tiempos en que se desempeñaba como periodista cultural.
La otra vertiente como se expresa en Consalvi su condición de amante de la cultura es el de haber sido un inventor de nuevos proyectos y un creador de instituciones, desde el periodiquito estudiantil de sus inicios, casi un niño, hasta la revista Zona Franca, la Editorial Monte Ávila, la revista Imagen, la presidencia del INCIBA, organismo que abrió el camino a las nuevas corrientes de la literatura y las artes.
El mundo cultural reconoce su huella en muchos campos: su participación en el crecimiento de la colección patrimonial de la Cancillería y de embajadas venezolanas en el mundo, su apoyo a la actividad creadora desde los distintos cargos que ocupó, su condición mediadora puesta al servicio de la diplomacia y la valoración de la cultura como instrumento para vincular a Venezuela con el exterior. Son visibles los resultados de este esfuerzo en el Bolívar Hall de Londres, el Venezuelan Center de Nueva York, la Galería Armando Reverón en México, el Centro Venezolano para la Cultura, en Bogotá, entre otros.
Elías Pino Iturrieta recordó en diciembre de 2021 algunos momentos de esta labor de Consalvi. Lo hizo en la inauguración del Espacio Simón Alberto Consalvi, ubicado en la Universidad Católica Andrés Bello, UCAB. “Hay muchos lugares para recordar a Simón Alberto Consalvi, pero quizá una biblioteca sea el espacio más adecuado. Para la memoria de su tránsito podemos ubicarlo en los museos y en las galerías de arte que frecuentó y ayudó, o especialmente en las sesiones de trabajo político a las que lo obligaba su posición en el ámbito de los asuntos públicos. Fueron tan relevantes su inclinación por las artes plásticas y su compromiso con el republicanismo venezolano, que podemos imaginarlo como pez en el agua contemplando el movimiento de los pinceles y respondiendo la palabra de sus interlocutores del gobierno y de la oposición durante más de medio siglo”.
Una prueba de ese genuino interés fue su biblioteca personal, con mucho más de diez mil volúmenes, con anaqueles consagrados a política internacional, a las artes plásticas, al pensamiento humanista. Muchos de estos libros han sido donados por los familiares de Simón Alberto a instituciones culturales y educativas.
El mundo editorial fue precisamente una de las pasiones de Simón Alberto. A partir de 2005 estuvo a cargo de la Biblioteca Biográfica Venezolana, una serie de biografías de venezolanos ilustres publicadas por El Nacional donde dio espacio a creadores de distintas disciplinas, entre ellos artistas como Arturo Michelena, Martín Tovar y Tovar, Emilio Boggio, Armando Reverón, la Nena Palacios, Carlos Raúl Villanueva, Bárbaro Rivas, Luis López Méndez, Gego.
Todavía hubo tiempo para concebir otro proyecto, que se vio frustrado con su muerte. Se llamaría “200 años de artes y letras en Venezuela” y consistía en una colección de 10 tomos cuyo objetivo era registrar el curso de la cultura del país desde la Independencia hasta la actualidad, historia contada —en ensayos de 50 cuartillas— por investigadores calificados en las distintas áreas de interés: literatura, historiografía y pensamiento, artes plásticas, música, artes escénicas, arquitectura, cine, diseño y fotografía.
Desde 2008 formó parte, junto a otros intelectuales y artistas venezolanos, del Movimiento 2D-Democracia y Libertad. La vitalidad de creador de nuevas ideas seguía activa en Simón Alberto hasta momentos antes de su partida. El día de su velatorio me contaba Diego Arroyo Gil, joven periodista que le fuera tan cercano, que en la pantalla de su computadora quedó abierto un proyecto nuevo, atrayente como todos los suyos, del que me hablaba Diego con emoción. Se llamaba Contra el olvido. El equipo de El Nacional lo recibió como legado. Algún día verá la luz.
El historiador
En el caso de Simón Alberto hay que distinguir entre dos modos de historiar: el de narrar un tiempo anterior del cual él mismo había sido testigo directo, “una parte de la historia que se escribe, o se dialoga, en base a vivencias y memorias que sólo él pudo decir”, como consigna Ramón Hernández en Contra el olvido, un libro en el que recoge conversaciones con SAC. El segundo modo de narrar coincide con lo que Hernández identifica como aquel que “busca dar comprensión de la historia de Venezuela y del devenir de este país en el contexto de las naciones de América Latina. Y es que estaba urgido de conocer los talentos y los vacíos de lo que somos como nación, uniéndose por una parte a ese espíritu libertario de un país que, una y otra vez, se rebeló contra las tiranías, pero también señalando los errores que una y otra vez repetimos”.
Sabemos de sus libros, de sus artículos, de sus lecturas, de su calidad como interlocutor. Todo eso nos conduce a sus intereses: el hombre, el país y su destino, la gente y su realidad, el ciudadano en la política, en la producción de cultura. Dice Ramón Hernández: “Simón Alberto Consalvi tiene el aspecto de un hombre que espera una buena noticia y no puede ocultar el regocijo”.
Con justicia deberíamos añadir que los venezolanos de hoy no tenemos para Simón Alberto más que agradecimiento por su vida. Y yo tengo razones propias para ese agradecimiento, por la interlocución estimulante que puede sostener con él a lo largo de los años. En abril de 2012, en la Feria del Libro de la Plaza de Altamira, presentamos el libro sobre Gego que Simón Alberto me había pedido escribir para la Biblioteca Biográfica de El Nacional. Como no se había sentido bien de salud en esos días pensábamos que no vendría. Pero nos dio la alegría de aparecer de repente en medio del evento, para acompañar a quienes participamos en la publicación, al equipo editorial de El Nacional y a mí. Después, ese mismo año, tuve el inmenso honor de que sus palabras dieran prólogo a mi último libro de ese tiempo, La cultura bajo acoso. Allí compartimos una vez más el dolor del país y, particularmente en ese caso, la inquietud por el desmontaje que se estaba dando en la institucionalidad cultural, a la que él había dedicado su pasión y apoyo durante décadas.
SAC fue un hombre de la cultura que detentó, por momentos, poder político. Y, cuando tuvo ese poder, lo ejerció con honor y con rigor humanista, siempre creativamente y para el bien de los demás, dejando en nosotros una huella inolvidable.
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