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Un lugar de libros para don Simón

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“La relación de Simón Alberto Consalvi con el universo de las publicaciones y con la divulgación de sucesos de interés para la sociedad se inicia en 1946, cuando funda el periódico Vanguardia en San Cristóbal mientras se estrena en la vida política”

Por ELÍAS PINO ITURRIETA

Hay muchos lugares para recordar a Simón Alberto Consalvi, pero quizá una biblioteca sea el espacio más adecuado. Para la memoria de su tránsito podemos ubicarlo en los museos y en las galerías de arte que frecuentó y ayudó, o, especialmente, en las sesiones de trabajo político a que lo obligaba su posición en el ámbito de los asuntos públicos. Fueron tan relevantes su inclinación por las artes plásticas y su compromiso con el republicanismo venezolano, que podemos imaginarlo como pez en el agua contemplando el movimiento de los pinceles y respondiendo la  palabra de sus interlocutores del gobierno y de la oposición durante más de medio siglo. La fructífera trayectoria de  Simón Alberto Consalvi se llevó a cabo en diversos escenarios que hizo suyos y en los cuales destacó, como pocos de los de su oficio en el siglo XX y en siglo XXI venezolanos, pero los libros, los anaqueles, la tinta  y la letra de la imprenta fueron sus predilectos. De allí que estemos hoy en un espacio singular que le dedica la biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello, sintiéndolo como su habitante más familiar y complacido. 

La relación de Simón Alberto Consalvi con el universo de las publicaciones y con la divulgación de sucesos de interés para la sociedad se inicia en 1946, cuando funda el periódico Vanguardia en San Cristóbal mientras se estrena en la vida política. Protagoniza un segundo capítulo de trascendencia dentro del mismo sendero en 1958, cuando promueve y coordina  un periódico vespertino que fue toda una sensación en un tiempo de renovación de la vida venezolana, El Mundo, al lado de uno de sus amigos más cercanos y queridos, Ramón J. Velásquez, figura estelar de nuestros días. A partir de 1960, su  paso por la dirección de semanarios tan populares y leídos como Elite, Bohemia y Momento, reafirman una vocación que culmina en el ejercicio de funciones como editor adjunto del diario El Nacional, su última colaboración digna de encomio en una parcela que sembró con ardor desde la juventud. 

Pero debemos detenernos en otras contribuciones suyas de envergadura en la vocación cuyo recuerdo nos alecciona hoy. Especialmente en la fundación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes —hoy CONAC— nada menos que como segundo de a bordo de uno de los pensadores esenciales de la historia de Venezuela, don Mariano Picón Salas. La temprana  desaparición del maestro lo deja al frente de una institución desde la cual construye dos albergues fundamentales para los intelectuales y los creadores del país: la mítica revista Imagen y la imprescindible Editorial Monte Ávila. Si se agrega que también mete la mano en la creación de la Biblioteca Ayacucho, una colección que trasciende los confines domésticos para convertirse en referencia continental, estamos frente a un portento de actividad que merece estudio atento. Pero muy atento, porque  debe incluir su iniciativa  de crear la Biblioteca Biográfica Venezolana desde el diario El Nacional  con el patrocinio de la Fundación Bancaribe, y su productivo paso como director de Publicaciones de la Academia Nacional de la Historia. 

Como el espacio que hoy se inaugura nace de la colaboración entre la Fundación Simón Alberto Consalvi y la Biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello, conviene destacar que, entre los propósitos de su acuerdo, está el estudio de las obras del  personaje que las reúne. No se detuvo en la promoción de obras de interés nacional, sino también en la escritura de ensayos memorables sobre cuyo contenido hace falta una investigación metódica. Son esenciales, no solo para profundizar sobre la trascendencia de las obras que puso al servicio de la colectividad, sino igualmente  para sentir cómo también fue él un protagonista habitual de ese espacio de anaqueles repletos de volúmenes que se empeñó en fortalecer. Una rápida cuenta de sus publicaciones me pone en veinticinco títulos entre los cuales sobresalen: Auge y caída de Rómulo Gallegos, La revolución de octubre, 1945-1958, Reflexiones sobre la historia de Venezuela, La primera república liberal democrática y El precio de la historia.  Se trata de una contribución profesional para el entendimiento de la evolución de la contemporaneidad venezolana, de cuyo análisis en las aulas y en los gabinetes de investigación deben salir hallazgos de mucho interés para el entendimiento de nuestra sociedad. Los hizo un hombre que no solo fue parte de la historia patria, sino también su estudioso. La Universidad Católica Andrés Bello no solo recibe hoy  7.100 títulos de la biblioteca personal de Simón Alberto Consalvi, sino también la posibilidad de crear nuevos conocimientos sobre el aporte de una mente excepcional. 

Muchas de las cosas que no quiso decir, o  que transmitió desde los cónclaves de la amistad  personal, o que se limitó a oír, porque fue más un perspicaz escuchador que un hablante prolijo, giraron en torno a este sillón, su poltrona de dueño y señor de su casa  mudada al  espacio que la Fundación Simón Alberto Consalvi y la Biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello han creado en su homenaje. Los asiduos a sus tenidas, quienes generalmente salíamos satisfechos y regocijados por lo que su tacaña lengua merideña quería comunicar, o por lo que decían los circunstantes, damos testimonio de la existencia de un lugar propicio para el enriquecimiento intelectual, para la seguridad de opinar en techo seguro y para el  solaz de los placeres sencillos. Se transitaban alrededor del anfitrión temas de esos que llamamos serios sobre la marcha de la política y sobre cómo estaban los trajines de la cultura, pero también, por fortuna, las trivialidades de la vida cotidiana y no pocas veces la agenda de la chismografía. Pero todo de fuente cristalina, si consideramos que fueron tertulianos habituales, seleccionados por tandas según el gusto  del convidante o por  los consejos de las circunstancias, figuras  como Ramón J. Velásquez, José Agustín Catalá, Luis José Oropeza, Manuel Caballero, Carlos Hernández Delfino, Jorge Olavarría, Pompeyo Márquez, Elsa Cardozo, María Teresa Romero, Katyna Henríquez Consalvi, José González, José Manuel Hernández y  Diego Arroyo Gil. Las criaturas de esa heterogénea botica, vivos y muertos, agradecemos a sus herederos, Tibisay y Simoncito, esta entrañable mudanza que en cierto modo nos mete en una historia alejada de la banalidad y hace que nos sintamos importantes. 

Pero estamos ante una iniciativa que traspasa las biografías y las vanidades personales. El nexo que hoy formalmente anuncian la Biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello y la Fundación Simón Alberto Consalvi puede y debe llegar a cometidos de trascendencia para la sociedad. Se enriquece un fondo bibliográfico, un acervo privado se convierte en bien colectivo, una institución establecida y una naciente aúnan esfuerzos para la expansión de conocimientos solventes y para facilitar pesquisas que no estaban al alcance de la mano. Se inicia, en suma, una prometedora multiplicación de posibilidades intelectuales mientras en Venezuela presenciamos una batalla de la civilización contra  la barbarie que puede encontrar aquí un dinámico aliado. ¿No es algo que merece encomio y entusiasmo, más allá de lo que un presentador de turno pueda afirmar? Señor rector de la Universidad Católica Andrés Bello, señora directora de la biblioteca, señores de la Fundación Simón Alberto Consalvi, gratitud  infinita por permitir que un gran hombre siga entre nosotros. 

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