Si José Martí hubiese vivido la época del castrismo en su isla, de seguro desenfunda su pistola (con la que murió entre sus manos) o una metralleta o un olivo de paz y cabalgando o caminando hasta “Punto Cero”, la Casa Residencia y a la vez la Sede de la Presidencia de la República de Cuba (da igual), del Comandante Fidel, para enfrentarlo directamente en nombre del legítimo derecho de todos los cubanos a ser libres y a vivir en democracia.
Pero el poeta, el apóstol, ya no vive entre nosotros y lejos ha quedado el vigor de su lucha y el esplendor del más grande de los idealistas realistas accionarios que dieron su vida por su pueblo, sin tanta retórica mental, sin tanta estupidez verbal, sin tanto oportunismo de toda especie y sin tanta diplomacia mundial de paños tibios.
-͢͢͢͢Así pues, no vive de amor la niña, la de Guatemala, la adolescente María García Granados y Saborío, quien en verdad no murió de frío pero sí de amor-, sino la isla esclava y dolida bajo la bota de un régimen siniestro e ineficaz que ha mantenido a toda una nación doblegada, hambreada y encarcelada, ante la vista y paciencia de los ojos del mundo entero, pero sobre todo de la comunidad internacional, de Estados Unidos y la Unión Europea sobre todo para hablar sin tapujos, la cual al día de hoy ha tratado a los jerarcas de ese sistema con guantes de seda y distópicas sanciones sin que uno solo de ellos haya pagado por sus reiteradas violaciones y sus maleficios elevados a las más excelsas expresiones.
Pero esa llegada al poder de los Castro y sus secuaces no solo volvió negra a Cuba, en una oscurana terrible en cuanto a bienestar económico y felicidad de su pueblo, sino que además acalambró el rumbo de todo el continente americano, pues fustigó y atornilló conspiraciones, redes de espionaje, guerrillas, lucha de clases, manipulaciones estudiantiles, el fomento del odio contra el capitalismo, la oligarquía y el imperialismo, máxime con nombre y apellido hacia Estados Unidos de América; todo eso y más inoculado desde la doctrina marxista leninista y su comunismo vengativo, conspirativo, inviable y sanguinario.
El caso Cuba no tiene nombre en el conocimiento y desenvolvimiento científico de la ciencia política, de la política, de la engañosa empatía, de la hipocresía empresarial, en el falso “respeto soberano” del consorcio mundial geopolítico integrado, de la misericordia religiosa ni del desprendimiento individual y colectivo. Supera cualquier contorno cerebral humano, racional y estadístico mientras toda una sociedad desde hace 65 años se derrumba en el estiércol más inhóspito de la historia.
Ahora son los apagones eléctricos y siempre será culpa del “imperialismo norteamericano” y del bloqueo económico, pero este, como acertadamente lo ha expresado el senador republicano Marco Rubio, no ha existido como lo plantea la parafernalia lingüística revolucionaria. Muchos intereses corren sobre el río de la tragedia, las arcas se llenan pero los fondos nunca descienden al destino del pueblo.
Ha de sobrevenir una nueva propuesta para cambiar el sistema. Y esta debe ser política desde nuevos partidos políticos dentro y fuera de Cuba (lo demás es teorema acusativo pero no activo), como resultó en Venezuela, como podría resultar en Nicaragua. Así la otra niña, no la musa de Martí, sino la Cuba grande, alegre y próspera de antes de Fidel Castro, dejará de seguir muriendo de amor.
El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional y Vocero en el Exterior del Partido Liberal Independiente (PLI histórico).
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