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María Corina Machado ha llamado a protestas en rechazo de los resultados presidenciales, oposición chavismo

Foto: AFP

 

El 22 de octubre de 2023, tras la peregrinación de María Corina Machado, ocurre el redescubrimiento por cada uno de nosotros y en conjunción del verdadero sentido de nuestra venezolanidad. Mediatizado, apagado, o acaso hasta perdido una vez como nos distrajimos con el canto de sirenas del populismo a partir de 1989, nos volvimos diáspora una década más tarde. “Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa e hijos”, reza Homero.

Al igual que le ocurriese a Odiseo, mientras unos alcanzaban a taparse los oídos, otros las escucharon: los amarrados a sus orígenes salvándose, los desprevenidos y los menos –la logia, los alacranes, los marqueses de Casa León– se dejaron cautivar por el sonoro canto del mal absoluto. Al cabo, el regreso a Ítaca lo logra el grande Ulises. 

La mayoría de los venezolanos ya hemos iniciado nuestro reencuentro en nación. Es el milagro de las primarias, que adquiere su plenitud el 28 de julio anterior.

Dije y sostuve una vez cómo el ostracismo se engulle a casi 8 millones de nuestros compatriotas, que disuelta la nación no había república posible. Aquella, como aporía, nace dentro de la república militar y adquiere su madurez en la república civil, alcanzada nuestra modernidad. El talante propio los venezolanos, más allá de los partidos y distantes de los cuarteles, “nos acostumbró a vivir en libertad”; pero las sirenas…

Y me decía un diplomático extranjero que era sueño querer rehacer a la nación y lo posible e inmediato era trabajar con la república, incluso seca de carnes y sin alma, de manos de los oficiantes de la política, para que Venezuela pudiese salir de su marasmo. Le bastaba a su gobierno la simulación republicana y democrática nuestra. Los diálogos fallidos, tras mendrugos a discreción y en espacios en los que la traición se hizo generosa, fueron su testimonio. Los enterró la inédita experiencia llevada a cabo por María Corina.

Con ella ocurre un quiebre en la hora de mayor orfandad y vejamen que hayan sufrido el conjunto de mis compatriotas, los de afuera y los de adentro. Enhorabuena, llegó una palabra de mujer, mujer como el nombre que nos identifica, Venezuela, que se nos aproxima con la sensibilidad de la madre en medio del encono entre los hijos buenos y los malos; que para ella todos son sus hijos. Nos dijo que la nación sólo existe y se salva por sí sola en el camino del reencuentro, de la vuelta a la patria y ganados, además, por aquello que se propuso Rómulo Betancourt en 1959 y lo olvidamos a partir de 1989: purgar entre nosotros la “saña cainita” de herencia hispana que nos acompaña desde las guerras de Independencia, caída la Primera República y agotada la experiencia deliberativa que se inicia en 1830 y concluye con la Guerra Federal.

Machado dio en la clave. Se miró y miró a los ojos de las víctimas de la deconstrucción sufrida por el país, a manos de quienes confiscaron el poder y los partidos, mientras se observaban de reojo y entre sí y para prorrogarse en el poder a costa de la gente. Transigían cuotas y negociaban sanciones fingiendo tolerancia, a nombre de una democracia cuyos contenidos fueron vaciados por la Constituyente de 1999. 

Optó aquella por redimir sin usarlo al venezolano común, sin explotarlo, señalándole, sí, el camino para el reencuentro de todos en los espacios plurales de la libertad. Advirtiéndonos que, todos, hemos de transitarlo sin espíritu adánico, regresando sobre lo que somos, seres libres, abandonado de tanto en tanto como en el mito de Sísifo. Cada uno ha de hacer su parte, su propia tarea en libertad y con libertad. Luego, sumadas, armarán como lo están haciendo el rompecabezas de la libertad; sin pausa ni aventuras, a lo largo de un proceso difícil y sin escalas y sin fecha de prescripción, incluido el 10 de enero de 2025. Nadie hará por nosotros lo que a nosotros nos corresponde hacer. 

Ese fue el ensayo exitoso al lado de María Corina Machado, organizado y hecho realidad por la propia gente: cada familia o grupo de personas en toda la geografía, la propia o la extraña, sin caudillos que la empujasen. De tal modo, el sentido y el valor del ejercicio de la libertad personal, que es intransferible, al término adquirió su sentido y no de modo previo, como presuponiéndose que el bien común es algo preestablecido por alguien y de forma apriorística. 

Tal experiencia la vivió cada testigo electoral, cada soldado de la patria, al tomar en sus manos la responsabilidad de salvaguardar las actas electorales y su resultado del día 28J: la elección de Edmundo González Urrutia. La nación que es la verdadera soberana se hizo patente con su acto de voto, de elección y de decisión consciente, derrotando a la dictadura y a sus reglas. La habrá de acatar la república, una vez desalojada de sus invasores.

Cada venezolano, al momento escribir o de hablar, o de aportar nuestra cuota de trabajo en el rearme final de aquello que veíamos muy lejos y se nos distanciaba como aspiración –que tomaría mucho tiempo, lo dije en mi discurso de ingreso a la Academia de Mérida: La conciencia de nación (2022)– hemos de poner sobre nuestras puertas o solapas, un letrero o emblema que nos muestre a cada uno como “espacio de libertad”, como lugar abierto y para el hacer con el tiempo, hasta el final. 

Si sumamos los “espacios de libertad” reconquistados individualmente y luego de la experiencia electoral colectiva; y si apartamos a la vera los odios de Caín, podremos decir que Venezuela ya es libre. Está allí donde estamos sus hijos, bregando, en nuestros espacios de libertad. Muy pocos son, apenas un cartel de sátrapas, quienes medran bajo una república que es obra de sus delirios y cuyos símbolos han destruido. Venezuela no está en el Palacio de Miraflores.

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