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Trayectorias distintas, misión compartida: jóvenes políticos del año 1972

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En 1972, el Comité Ejecutivo del Segundo Congreso Nacional de la Juventud Venezolana, que integraba a representantes de todas las corrientes políticas, seleccionó por mayoría a los doctores Eduardo Fernández y a mí como los jóvenes políticos del año, en reconocimiento a nuestros logros y como ejemplos para la juventud venezolana. Así lo anunció Abraham Bellorín, presidente de la Asociación Juvenil. En aquel momento, Eduardo Fernández ocupaba el cargo de Subsecretario Nacional de Copei, mientras que yo me desempeñaba como Juez Nacional de Hacienda.

Este evento contó con una abrumadora concurrencia de personas representativas de todos los sectores de la nación. El periodista del momento, Alfredo Carrasco, reportero de la Cadena Capriles, la reseñó como uno de los más importantes para la juventud y la política del año.

Las deliberaciones de este segundo congreso giraron en torno a las crisis universitarias a nivel nacional, la delincuencia juvenil y los paliativos que la propia juventud recomendaba como soluciones lógicas a tan graves problemas. También se discutió sobre la unificación de las masas juveniles para un mejor destino; el problema de los cupos estudiantiles; la creación de centros de perfeccionamiento técnico, programas culturales en todo el país, y la posición de la juventud venezolana ante las situaciones limítrofes de Venezuela con otros países.

El comité ejecutivo del segundo congreso de la juventud venezolana estuvo constituido por diversas toldas políticas que conformaban el sistema democrático del país en ese momento. Fue presidido por el señor Abraham Bellorín y Elsa Naranjo, independiente; Alberto Rosales y Sixto Gil Naranjo de Copei; Justo Fermín y Luis Campos del MEP; José Antonio Rodríguez del MAS, Maritza Samaris y Beltrán Romero del FDP y Eligio Pérez de URD. Por unanimidad, se designó presidente honorario del congreso al doctor José Luis Alvarenga, quien en ese momento era titular de la dirección civil y política de la gobernación de Distrito Federal.

El encuentro tuvo una característica especial, debido al momento histórico que se vivía, donde la juventud jugaba un papel extraordinario. El periodista Ricardo Márquez, de la Cadena Capriles, me preguntó tras salir del tribunal: «¿Es usted político, doctor Ávila?». A lo que le respondí: «Entiendo la generosa distinción que se me ha hecho como un reconocimiento a mi modesta, pero decidida vocación de servicio en la judicatura. Se puede entender quizás como política la forma de conducir condiciones en una función pública tan noble como es la administración de justicia. Pero, en el sentido estricto de la política, considero que es incompatible con la función del juez la cualidad de activista político».

Entre los numerosos asistentes que concurrieron al salón Miranda del Hotel Ávila el 25 de febrero de 1972, a las ocho de la noche, estuvieron Doña María Teresa Castillo de Otero Silva, presidenta del Ateneo de Caracas; Hans Neumann; Reinaldo Cervini, presidente de Pro Venezuela; Carlos Augusto Guinand Baldó, gobernador del Distrito Federal; Rafael Domínguez Sisco, presidente del Concejo Municipal de Caracas; José Luis Alvarenga; Don Armando De Armas; Don Pepe Marcano; Raimundo Verde Rojas; Monseñor José Rincón Bonilla. Y el orador de orden, el doctor Guillermo Morón. 

El doctor José Ramón Medina, presidente de la Asociación Venezolana de Escritores, estuvo a cargo de la entrega de la medalla de distinción José Félix Ribas a las personas meritorias del galardón, entre ellos: Monseñor Rincón Bonilla, María Teresa Castillo de Otero Silva, Hans Neumann, José Luis Rodríguez, Reinaldo Cervini, Blas Lamberti y Lya Imber de Coronil. Posteriormente, Guillermo Morón, en su discurso de orden, al recibir la medalla José Félix Ribas, expresó que Eduardo Fernández y yo, jóvenes políticos del año, representábamos a la juventud venezolana que en ese momento quería y debía llegar a la madurez y a la hombría completa con las esperanzas cumplidas. Finalizó indicando que, según los jóvenes, siendo fuertes, activos e indómitos, deberían también ser amargos cuando fuera necesario para evitar que los dirigentes se durmieran en sus sillas de gobierno.

Eduardo Fernández y yo continuamos por distintos caminos, pero siempre actuando con dignidad e integridad en nuestro ejercicio público, sin torceduras ni quiebres de voluntad y actuación. Desde el 25 de febrero de 1972, cuando nos conocimos, nos tratamos con respeto y aprecio. Mientras yo estaba como ministro del Interior, observé la conducta cívica y democrática de Eduardo cuando en el amanecer del 4 de febrero de 1992 nos reencontramos en circunstancias difíciles para el país, defendiendo la democracia y la Constitución. 

En aquella ocasión, Eduardo Fernández dio un discurso respaldando al gobierno democrático y progresista de Carlos Andrés Pérez. Ambos defendimos con valentía y gallardía el futuro de la democracia en Venezuela. En Acción Democrática siempre reconocimos y valoramos que, a pesar de haber sido el adversario de Carlos Andrés para la presidencia en 1988, Eduardo ofreciera su apoyo en momentos tan difíciles, priorizando la democracia de nuestro país por encima de cualquier diferencia. Desde aquel lejano 25 de febrero de 1972, tanto Eduardo como yo hemos servido a Venezuela con dignidad y esperanza, convencidos de que nuestro país seguirá avanzando por el camino de la reconciliación y el perdón.

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