Comida podrida, poca agua y frío: madres de detenidos tras la controversial reelección de Nicolás Maduro en julio denuncian que sus familiares reciben un trato «inhumano» en Tocuyito, una cárcel de máxima seguridad en el norte de Venezuela.
Y fuera de la prisión las condiciones tampoco son fáciles.
Únicamente las mujeres tienen derecho de visita. En una protesta el miércoles para exigir que los liberen, algunas vestían camisetas blancas estampadas con consignas y el rostro de sus hijos.
«Son inocentes. No son ladrones ni asesinos. Lo único que pedimos es libertad», dice Mireya González, de 53 años de edad, cuyo hijo Sandro Rodríguez, de 25 años, lleva más de dos meses encarcelado tras ser detenido en Barquisimeto, ciudad a 200 kilómetros de distancia.
Las manifestaciones que estallaron luego del anuncio de la victoria de Maduro dejaron 27 muertos, entre ellos 2 militares, y más de 2.400 detenidos que el propio mandatario izquierdista tilda de «terroristas».
Muchos fueron trasladados a dos cárceles de máxima seguridad, Tocorón y Tocuyito, donde no se mezclan con el resto de la población penitenciaria.
Los presos viven en condiciones «inhumanas» y los familiares no les pueden dar nada, afirma una madre. «Todas somos madres aquí, (venimos) de todo el país».
En Tocuyito, de 441 detenidos en manifestaciones, «221 tienen alguna patología. No los atienden, les dicen: ‘te cuidaremos cuando estés muriendo», asegura González, vocera de un grupo de aproximadamente 50 madres que aguardan a las afueras de la prisión.
«No hay agua. Les dan muy poca comida y es mala. Al principio había lombrices… Esta mañana el desayuno fue pollo podrido que no pudieron comer», dice otra madre bajo anonimato.
Un familiar asegura que solo han recibido un uniforme desde su detención. «No hay sábanas y se ven obligados a romper los colchones y envolverse en ellos para no pasar frío», describe. Ha habido numerosos «intentos de suicidio», remarca.
Yaisleth Petit, cuyo esposo, Carlos Caripa, también está preso, le implora a Maduro: «Que dé libertad a estos niños inocentes. ¡En el nombre de Dios!».
«Cuando vi a mi marido no lo reconocí, era un señor que pesaba 98 kilos, ahora pesa 65. Sufría mucho de hambre, estaba muy mal», asegura.
«Ya no tenemos miedo»
Del otro lado de las rejas la vida también es dura. Quienes viven lejos optan por quedarse para evitar el costoso traslado.
Yajaira Méndez, de 45 años de edad, madre de Yholber Coronado, encerrado en Tocuyito, vive en el vecino estado Lara y comparte habitación con otras 15 personas.
«Cada uno paga 2 dólares al día», explica sobre el grupo, que a veces recibe ayuda de asociaciones o familias.
La habitación está situada en un terreno con casas deterioradas cerca de la prisión.
En el suelo hay cuatro colchones y sobre uno de ellos unos calcetines de bebé con la imagen de «Spiderman». «Dormimos tres o cuatro en un colchón», indica González.
En la pequeña cocina, los platos son recipientes de plástico de margarina vacíos. «Reutilizamos todo lo que podemos», subraya González.
Marisela Peña, de 28 años de edad, tía de Wilbert Aragurez, de 18 años, se turna junto con otros familiares para dormir bajo la marquesina de una tienda de alimentos frente a la prisión.
«Queremos estar muy cerca de la prisión porque mi sobrino está muy enfermo: tiene convulsiones regularmente y queremos poder llevarle medicinas. Y es más barato que el hotel», dice.
Sobre el suelo de cemento hay mantas y pequeñas bolsas de viaje.
¿Siente miedo? «Ya no tenemos miedo desde que nuestros hijos están en prisión», responde una de las madres.
El electricista y carpintero Víctor Reyes, de 46 años de edad, lleva dos meses acampando en un pequeño rincón bajo la misma marquesina luego de que su hijo de 19 años, Ángel, fuera arrestado.
Su comodidad se limita a una cocina eléctrica, cartones y una manta para dormir. Había migrado como otros 7 millones de venezolanos y regresó de Colombia poco antes de las elecciones del 28 de julio para votar en Valencia, ciudad cercana a Tocuyito.
Planeaba irse cuando arrestaron a su hijo. Al ser hombre no puede visitarlo, por lo que está tarea queda para la abuela.
«Vivo aquí día y noche. Mi hijo vive mal, yo vivo mal. (Pero) me quedaré hasta que lo liberen», asegura Reyes.
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