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¿Es que somos lo que somos o dejamos de serlo?

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Foto El País / Chelo Camacho

“Como decía Bolívar, «constituimos una especie de pequeño género humano». No somos europeos ni tampoco amerindios o africanos. Somos una combinación de esas razas y de sus respectivas claves culturales. En nosotros convive de manera evidente o subyacente la herencia hispana, la cosmogonía indígena y la magia africana. Sin ser conscientes de ello tendemos a ver la vida bajo un prisma particular. El mismo es producto de la amalgama de nuestra carga cultural originaria y del impacto agregativo de sucesivas inmigraciones”. Analítica, 12 de octubre de 2012
Una amiga inteligente y que ejercita su pensamiento sistemáticamente, permitiéndose además la autorreflexión, la introspección y la búsqueda en ella misma, para saber qué siente y qué es en realidad su ser, me comentaba que esperaba en cualquier momento una reacción de los venezolanos.
¿Reacción? ¿Para qué? ¿Ante qué? Atractivas y complejas interrogantes que cabe formularse; empero, ¿podemos o debemos referirnos a un ser venezolano resultado de todo nuestro devenir o aquello que derivamos en la actualidad? ¿Podemos distinguir en el tiempo nuestra entidad como sucesivas presentaciones o acaso solo hay una, la que queda hoy?
“Diablo, no me la pongas tan difícil” decía un taxista amigo que frecuento, con ese humor tan nuestro, para traer una ocurrencia en cada ocasión, aun si es un asunto serio y exigente.
No pretendo yo ni mucho menos, en unas letras, responder a las preguntas que se acumulan al meditar sobre ellas, pero dejaré que surjan algunas sensaciones y comentarios, siendo que nos debemos nosotros mismos y en estas horas inciertas que vivimos una consideración, un análisis, una conclusión sin ínfulas, claro está.
Primeramente, advierto que se trata de un esfuerzo racional para comprendernos, en lo personal y en lo colectivo. Es sensitivo, es emotivo y es en cierta forma deliberativo, es desiderativo pero cognitivo. Nos pone a prueba en suma porque hay que tener en cuenta algunas cosas. ¿Además del alma de cada cual, es posible delinear un espectro espiritual, un alma del gentilicio?
Brevemente y con sencillez, inicio un breve discurrir sobre el alma como concepto. No soy filósofo y mi conocimiento es meramente mundano, pero precisemos que asumimos el alma como un principio de base de nuestra distinción entre cuerpo y espíritu; no obstante, la vida supone el punto de partida de ese espíritu, como de nuestra materia, pero ese aspecto trascendente que forma parte de nosotros y quizá pueda dar lugar a considerar a cada ser viviente como animado y dotado en consecuencia le reconocemos como el alma. Esa entidad, el alma, es espacio y acción del pensamiento, del sentimiento de la consciencia, de la reflexión, del discernimiento, de la deliberación, de la decisión. Somos a la postre el alma de cada cual.
Aristóteles en su texto De Anima, define el alma como “aquello por lo que vivimos, sentimos y razonamos primaria y radicalmente» (da ii, 2: 414a 13). Una sola entidad, pues, de cuerpo y alma. Lo cual, aunque nos confunde un tanto, se aclarará y definirá mejor en el desarrollo del pensamiento del estagirita. (Ver DOI:  https://doi.org/10.14482/eidos.29.8790 ).
Con modestia infiero que la determinación de una nación como un ente con especificidad basada en su espiritualidad pudiera especulativamente afirmarse. ¿Existe un ser nacional, un alma venezolana?
En efecto, otras veces escribí que el concepto de nación suponía un conjunto humano cuyos miembros tenían rasgos comunes que los unían. Simplemente evoco el abordaje sociológico que evidencia esa dinámica que interrelaciona a esa comunidad como etnia o raza, lengua, religión, historia, valores y creencias. Ortega y Gasset se refirió a un destino común y Ernest Renan y, lo he varias veces recordado antes, en la Universidad de París en 1876 agregó “un vouloir vivre ensamble”, un querer vivir juntos.
Sin embargo, como en las familias, surgen desavenencias y conflictos. Las naciones pueden desgarrarse sin dejar de tener esos vínculos especiales, únicos, entre sus miembros y sin dejar de ser una nación. El drama consiste en no entenderlo y no asumirlo. Agamben ha escrito sobre el tema y las circunstancias que se dan en las guerras civiles que a la postre, ganadores y perdedores son la misma gente.
Tal vez no debe hablarse de un alma de la nación, pero hay una conexión espiritual que nos reúne y nos define. Un amigo chileno que se vino luego del golpe a Allende y que al retornar a su país la democracia, pasados cuatro años de estadía, regresa a Venezuela a pasar unas vacaciones, y nos encontramos y compartimos unas copas, me contaba que le iba bien en lo familiar, laboral y económico pero que no había podido volver a ser chileno, no había dejado de ser venezolano. No se asumía como uno de allá, ni se encontraba diferente al que era aquí, quise interpretar.
Estos 25 años pasados nos han puesto a prueba en varios aspectos. Uno de ellos es esa calidad que nos distingue, nos decanta y nos perfila como una comunidad de espíritus, no importan los orígenes de unos y otros e incluso las desigualdades.
Hablar con un venezolano se asemejaba a hacerlo con todos. Abierto, hospitalario, cariñoso, empático, confiado y generoso. Ese es el común de los venezolanos, pero ¿qué nos ha pasado y somos todavía lo que creemos que somos?
Una huella, una herida sin restañar nos lacera el espíritu, el alma misma. Hemos devenido en seres humanos distintos, desiguales, irregulares. Nuestro sistema de gobierno ya no es democrático y la discriminación es corriente casi “natural. La emigración que nos vacía, que nos parte, que nos mutila, es el resultado de una sobrevenida dinámica que nos despoja de nuestra libertad, discernimiento y responsabilidad.
Peor aún, nos tratamos y nos vemos y nos sentimos diferentes, no somos los mismos. El espíritu de venezolanidad se extravió y probablemente, como ha ocurrido en otros países, dejamos de ser paulatinamente, cambiamos, mutamos, nos desfiguramos.
Varias razones resaltan al ensayar la etiología de nuestra patología porque, estamos enfermos, alcanzados antropológicamente, en todas las expresiones de nuestro ser, de nuestra alma. ¿Cómo puede metabolizar el pueblo el robo de las elecciones del 28 de julio de 2024? ¿Cómo nos tragamos el despojo a nuestra soberanía y quedamos indemnes los ciudadanos, luego de ver a las instituciones actuar entre ellas para perpetrarlo?
Por cierto, esta semana se hicieron públicos los ganadores del Premio Nobel de Economía, recayendo la distinción en Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, por sus estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo estas afectan la prosperidad de las naciones. Años después de Douglass North, quien obtuvo el premio en 1993, se repite un señalamiento conclusivo fundamental. Sin respeto y acatamiento a la normación y sin instituciones independientes y seguras en el ejercicio de sus competencias no puede haber desarrollo.
He aquí uno de los agentes patógenos de nuestro descarrilamiento. Manipular, sesgar nuestras instituciones, nuestra constitucionalidad, adulterar nuestra república, nuestras relaciones internacionales, nuestra legalidad nos ha privado del Estado constitucional de derecho.
El llamado daño antropológico que denuncian los cubanos para describir lo que les pasa, se diría que se nos vino encima. Es un virus que inficiona la personalidad y que va penetrando hasta el tuétano. Una suerte de desmerecimiento, fatiga, desaliento, resignación y pérdida de la autoestima, del libre albedrío, de la voluntad, nos inocula la situación. No somos lo que éramos. El Estado no es lo que era y mucho menos lo que debe ser.
Conversando con el doctor Freddy Millán Borges, experto y consistente educador y más todavía, analista y pensador, me advertía, de la profundidad del mal que nos irradia inexorable en la medida de que persiste la crisis y la frustración. Es como echarle palos secos a la hoguera de nuestro fracaso existencial.
La gente de Provea, lo ha venido reclamando, los ha venido desnudando, en este penoso período desde la llegada de Chávez y sus acólitos al poder. Una cita nos precisa: “Sobre este asunto la diferencia entre Chávez y Maduro es que el primero focalizó la extensión del daño a sus adversarios, instaurando la discriminación como política de Estado; mientras que el segundo “socializó” el daño antropológico a toda la población, incluyendo a sus propios seguidores. Y esto lo descubre amargamente la quinta oleada migratoria compuesta por funcionarios y militantes del chavismo, o funcionarias como Alejandra Benítez tuiteando sobre la evaporación de sus sueños como consecuencia del aislamiento internacional de la dictadura. El resto del país, la mayoría, ha enterrado sus ensoñaciones en las profundidades del congelador”.
La historia no termina ni ahora ni después. Como dice el dicharachero popular, la procesión va por dentro, comiéndonos, socavándonos, lastimándonos y es menester primero asumirlo y luego tratarlo y ojalá que podamos a tiempo atenderlo y logremos recuperarnos.
Quisiera y pienso que nuestra reacción nos incluya a todos, reconciliación no lo sé, pero el liderazgo que gobierna tiene la mayor responsabilidad. El pueblo de Venezuela es quien está pagando el más gravoso costo de oportunidad y las motivaciones de los que han querido hacer una revolución para bien de todos y si así fuera, en los hechos, se han revelado contrarias y solo trajeron hambre, sufrimiento, pesares, malestares, vulnerabilidades, tristezas y pobreza. Esta es la verdad y la interpretación de los hechos aunque intenten tergiversarlos tropieza con una evidencia trágica y veraz.
Políticamente y antes de simplemente acometer el programa de renovación de autoridades previsto para el año 2025, y elegir representantes, gobernadores, alcaldes y demás cargos de elección popular, de manera de cambiarlo todo para que quede igual como en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, El Gatopardo, la clase política debería considerar la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente genuina y destapar la corriente histórica hoy represada para nada bueno de ello.
Nunca como antes, Maduro tuvo una ocasión para hacer lo correcto. Quedarse por el simple hecho de quedarse no lo va a reivindicar ni a él, ni a este proceso que podemos llamar la revolución de todos los fracasos.
Algunos dirán que no hay audiencia para nadie fuera del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, pero mi deber ciudadano y aunque parezca una utopía, una quimera, una fantasía, lo manifiesto.
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@nchittylaroche

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