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Labor en marcha

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Los póstumos que sacamos a la luz en el volumen III, dedicado a su escritura heteronímica, contaban con su aprobación y han llegado a nuestras manos gracias al inestimable apoyo de Aymara Montejo”

Por MIGUEL GOMES, ANTONIO LÓPEZ ORTEGA Y GRACIELA YÁÑEZ VICENTINI

Uno de nuestros objetivos al recoger sistemáticamente por primera vez la obra de Eugenio Montejo ha sido poner al alcance del lector general no solo sus libros. El autor fue generoso en sus contribuciones a revistas, periódicos y volúmenes de pequeños sellos. Aunque nuestra investigación arrojó un buen número de ensayos y poemas bastante desconocidos, la dificultad de localizar en bases de datos algunas de esas piezas en distintos puntos de América Latina y España, con buena parte de su acervo hemerográfico aún no digitalizado, nos persuadió de que nuestro proyecto suponía una labor en marcha que no se detendría totalmente con la primera edición; hemos aceptado el riesgo, confiando en ofrecer, si no las publicaciones de Montejo en su totalidad, sí las más significativas y la inmensa mayoría.

De entrada, los editores acordamos considerar escritos de autoría exclusiva, por lo que descartamos sus entrevistas o sus traducciones literarias, pese a su indudable interés. Por otra parte, hemos de señalar que la exhaustividad absoluta podría acarrear el peligro de traicionar la estética del autor. Cabe observar que este mismo, al examinar en un prólogo el quehacer de Rafael Ángel Insausti, aseveró lo siguiente:

Otra vertiente de su obra, como antes señalara, tiene que ver con su pasión bibliográfica […]. En el prólogo de un libro de Pedro Emilio Coll que nos recopilara, confiesa que trabajó en la investigación de documentos antiguos durante tres años, “día y noche y con una pasión absorbente”. Es también el primer compilador de las cartas de José Antonio Ramos Sucre, publicadas en un libro cuyo título, Los aires del presagio, lleva su impronta. Pero no siempre atina en su devoción por los papeles viejos: el conjunto de poemas de Luis Enrique Mármol, El viento que me nombra, constituye una reunión de textos dispersos en revistas y periódicos que no ha debido, en mi parecer, darse a la imprenta. La obra de Mármol tiene mejor asegurada su gloria con la publicación, póstuma por lo demás, de La locura del otro.

Lo anterior nos guió en varias decisiones concernientes a materiales que localizamos o sabemos que existen, pero que no hemos incluido. Por ejemplo, Humano paraíso (plaquette, 1959) o poemas circulantes ese mismo año en el Boletín Universidad de Carabobo que el autor prefirió no incorporar en sus muchos libros de madurez, particularmente en las antologías. Estamos convencidos de que nuestras exclusiones respetan los criterios que Montejo aplicó en vida y comentó con nosotros en distintas oportunidades, divulgándolos igualmente en sus entrevistas. Los póstumos que sacamos a la luz en el volumen III, dedicado a su escritura heteronímica, contaban con su aprobación y han llegado a nuestras manos gracias al inestimable apoyo de Aymara Montejo.

La prosa de proveniencia hemerográfica o los prefacios los sometimos a una criba similar, no figurando aquí las piezas previas a 1996 que el autor mismo no acogió en sus dos colecciones de ensayos –la última edición de El taller blanco ampliada por él, recuérdese, es de ese año–, con algunas excepciones muy puntuales, que explicamos en los criterios de la edición que expusimos en el volumen I.

A las que se desprenden de nuestro criterio anterior, se añaden otras exclusiones, que se justifican por las redundancias excesivas que surgieron en los materiales recabados. Nos referimos a la publicación en distintos países de las que pueden parecer variaciones de un mismo trabajo, con pasajes sumados, retocados o eliminados. En una época en que el campo cultural hispánico estuvo más fragmentado editorialmente que hoy, la práctica fue usual, legítima y necesaria. Aunque las superposiciones sean imposibles de evitar, decidimos al menos minimizarlas en nuestra edición reteniendo únicamente los textos que juzgamos más representativos, acabados y sumatorios de dichos ciclos de escritura y reescritura. Los criterios editoriales incluidos en el volumen I y la bibliografía final del III especifican cuáles han sido las exclusiones y, en caso de interés, brindan datos para su localización.

Siendo un esfuerzo de larga duración, tuvimos esporádicamente que ajustar nuestras suposiciones iniciales ante el hallazgo tardío de materiales, inéditos algunos, que juzgamos imprescindibles, o ante el hallazgo de información circunstancial con la que no contábamos cuando cada uno de los volúmenes apareció. A ello, en buena parte, se debe que el total de dos estimados al comienzo haya aumentado y fueran tres los publicados. Algunos datos desconocidos al principio pudimos introducirlos en la bibliografía, con las rectificaciones de rigor. En otras ocasiones, el encuentro de nuevos escritos no alteró nuestra labor, porque su inclusión en la Obra completa era incompatible con los criterios que nos orientaban.

Eugenio Montejo, lo que mucho dice de su persona más allá del gran escritor que fue, tuvo amigos y lectores fervorosos que de distintas maneras apoyaron nuestro trabajo, a tal punto que los editores a veces tuvimos la sensación de ser los representantes visibles de un esfuerzo colectivo. En particular, la devoción por este proyecto se notó en la solicitud con que se nos ayudó a identificar y tener acceso a textos dispersos. Sería imposible por cuestiones de espacio listar aquí a todas las personas, aunque sí hemos tratado de hacerlo en los agradecimientos al inicio del volumen I, así como en una lista que sumamos a ellos en la «Nota preliminar» de la Bibliografía del III. Algunos hallazgos posteriores han sido iluminadores y, de haber una segunda edición, sin duda se consignarán allí. Entre otros, puede mencionarse que, aunque el heterónimo Lucian Vacaresco como tal no existía, una primera versión de su obra de teatro “El Ángel” se había publicado en la revista de Juan Liscano, Zona Franca (núm. 29, 1982, pp. 20-26); versión atribuida a un tal Lucian Papanescu, que Montejo parece haber descartado. Vacaresco, en ese sentido, es en efecto un heterónimo póstumo, como afirmamos en nuestro estudio preliminar, y póstuma la edición definitiva de “El Ángel” incluida en el volumen III, dedicada precisamente a la memoria de Juan Liscano, pues para el momento de la versión que Montejo dejó lista para publicar, el editor de Zona Franca ya había fallecido. A la generosa ayuda de Arturo Gutiérrez Plaza y José Gregorio Vásquez debemos haber podido esclarecer esta complicada historia textual, en torno a la pieza que interpretó el año pasado en La Poeteca el Proyecto El Ángel, dirigido por Luigi Sciamanna y conformado por el propio Scimanna, Antonio Delli, Egon Ilka y Egarim Mirage. Cabe agregar que el poema «El gato», publicado como póstumo ortónimo en la revista Inti, había sido atribuido por Montejo a Tomás Linden en su correspondencia con el poeta Francisco José Cruz, quien generosamente nos transmitió esa información en privado luego de aparecido el volumen I. Y con Edda Armas estamos igualmente en deuda por datos ausentes de nuestra bibliografía: la existencia de una plaquette con «Ocho poemas del libro Vivir no es fácil», una de las publicaciones juveniles que el poeta no quiso retomar, pero en la que incluyó algunas versiones tempranas de poemas que luego trabajaría para que, más adelante, pasaran a formar parte del primer poemario que reconocería como parte de su obra, Élegos. Armas hizo el descubrimiento en la biblioteca de su padre, Alfredo Armas Alfonzo, a quien Montejo habría obsequiado un ejemplar de la plaquette, con diseño de Ramos Giugni e impresión de Editorial Arte.

Asimismo, hemos ido localizando libros o elementos que seguramente habrían formado parte de la sección miscelánea de nuestra bibliografía, como lo es Alirio y el río infinito, con texto de Mariano Pineda e ilustraciones de Carmen Salvador, dedicado, entre otros, “a Alirio y a Eugenio, que no se conocieron en el colegio, sino después”. Este precioso libro infantil, que seguramente contó con la aprobación de Eduardo Polo, fue diseñado por Zilah Rojas y producido por Registro Gráfico ZR, y versa sobre la infancia de Alirio Palacios (pintor al que Montejo dedicó tantos ensayos, textos para catálogos y hasta un libro completo en el que lo entrevistaba). Tardíamente llegó a nuestras manos, luego de la publicación de su Obra completa, de la mano de Bartolomé Díaz, y habría venido como anillo al dedo en los criterios que establecimos para la enumeración de lo que denominamos «Publicaciones misceláneas», dentro de la Bibliografía (vol. III, p. 527), que se han hecho con Eugenio Montejo como eje. Lo mismo habría sucedido con el poemario La orilla del retorno, de Alejandro Sebastiani Verlezza, publicado por El Taller Blanco Ediciones –sello que, precisamente, debe su nombre al segundo libro de ensayos de Montejo– y que apareció en Cali, Colombia, el mismo mes que salió de imprenta el volumen III de la Obra completa de Montejo. Esta plaquette de poemas de Sebastiani Verlezza, tal como otros poemarios incluidos en dicha sección miscelánea que hemos comentado arriba, se halla atravesada por la obra montejiana de tal manera que inicia con el verso montejiano “También el mar se va y retorna” como epígrafe que abre el libro, y cierra con un poema titulado “saludo a jorge silvestre”. Por otro lado, nuestra sección de «Publicaciones en formatos diversos» (p. 531) se hubiera nutrido con el segundo dibujo que Luis Fraga Lo Curto realizó a partir de una de las muchas fotografías, ya célebres, que Vasco Szinetar le hizo al poeta: esta, una foto que casi fue la portada de nuestro segundo volumen, con el autor mirando a la cámara, sentado en su biblioteca junto a su lámpara. El primer dibujo de Lo Curto sí apareció reflejado en la Bibliografía (vol. III, p. 533), al salir publicado en Twitter (ahora X), bajo el título Eugenio Montejo, coqueto, y casualmente es de un retrato de Szinetar que también estuvo a punto de ser portada de uno de nuestros volúmenes, el tercero: el famoso retrato de Eugenio sentado sobre su cama.

Labor en marcha, hemos escrito al principio de estas líneas. Ahora que han aparecido por fin los tres volúmenes de la Obra completa de Montejo, y que están circulando y cobrando vida entre investigadores y lectores de todo tipo, quienes generosamente se ponen en contacto con nosotros con cada nuevo detalle que dispara en ellos, estamos seguros de que seguirán surgiendo hallazgos maravillosos que, algún día, esperamos incorporar en una segunda edición de este trabajo que nos tomó casi una década reunir. En una cultura que ha exhibido en numerosas circunstancias su corta memoria, estamos seguros de que ha sido un esfuerzo del todo justificado, por tratarse de uno de los autores fundamentales de nuestra tradición. Quisimos simplemente honrar la memoria de alguien que nos ha honrado a todos con su escritura.

TRES POEMAS INÉDITOS O POCO CONOCIDOS DE EUGENIO MONTEJO (tomados de su Obra completa. Valencia, España: Pre-Textos, 2021-2023)

EN LA PLAYA

Al desnudarse a solas en la playa

sintió de pronto que uno de sus senos

se fue volando.

Lo vio un instante cruzar a ras del agua

y después mar adentro

hasta el final del horizonte,

hecho ya un punto en la tiniebla de los barcos.

Sin inmutarse, como una palma de la orilla,

con el cabello suelto al aire

se deshizo de las últimas ropas

y nadó largo tiempo en vastos círculos

alrededor de su deseo.

Sabía que todo, más tarde o más temprano,

deja la carne y huye,

así ahora las formas de su cuerpo,

como peces en otro espacio recluidos,

vueltos al mar quedaban libres

entre el vaivén de los eternos elementos.

EL GATO (de Tomás Linden)

Extasiado ante el mundo se repliega

como el abstruso rasgo de un escriba,

con un mohín de cariciosa entrega

que al mismo tiempo busca lo que esquiva.

 

Ágil, atento a su perfil innato

de peligrosas electricidades,

nunca quiso ser nada sino gato,

un gato sin el mal de las maldades.

 

Es fantasmal, no obstante, su belleza

pues un raro fulgor adamantino

en sus ojos oculta la certeza

de que puede leernos el destino.

 

Sutil y sibilante, es un gimnasta

con equilibrios de volatinero,

que esgrime adrede un aire iconoclasta

y puede bostezarle al mundo entero.

 

¿Qué sabemos del gato?… Es un abismo

que nos sugiere cada vez más duda,

una especie ilegible de aforismo

escrito por un Dios en lengua muda.

 

Y un animal tan lleno de sí mismo

que al contemplar el Cosmos estornuda.

UN PAÍS (del libro inédito Rimario de Eduardo Polo)

Este era un país un día

donde todo iba al revés;

el sol de noche salía,

el cielo estaba en los pies.

 

El perro llevaba al dueño

amarrado con mecate;

todo reflejaba el sueño

de un profundo disparate.

 

La gente calzaba platos,

de mantel era su ropa,

y en la mesa los zapatos

estaban llenos de sopa.

 

Se jugaba en plena clase,

se estudiaba en el recreo,

y se cambiaba la frase

pues era hermoso lo feo.

 

Como el tiempo iba al contrario,

al nacer ya uno era viejo,

y con cada aniversario

quitaba un año al espejo.

 

Y nadie allí se moría

pues la historia nos enseña

que al final uno volvía

al pico de la cigüeña.

 

Después volando se iba

más contento y más feliz,

por los aires, cielo arriba,

en busca de otro país.

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