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Una lección de vida

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La falta de la verdad, la crisis de la verdad constituye la mejor síntesis, la explicación más profunda de lo que nos sucede. Mi modesta aportación es mi experiencia personal, es la lección de vida que he recibido en mi quehacer público, y que confirma la trascendencia y gravedad, cuando el valor de la verdad entra en crisis. En estas décadas, la verdad ha sido reemplazada por el relato, por los relatos, una media verdad, que es la peor de las mentiras y la más difícil de combatir. Esto es lo que algunos llaman posverdad, que busca destruir y relativizar el significado de la verdad.

España, lo vemos en estos días, ha padecido la «leyenda negra», un relato desde el exterior de los enemigos en aquel momento de España, que nos infligió un daño exagerado en nuestra autoestima, que nos acomplejó y nos encerró. Hoy día vivimos otra leyenda, otro relato, pero esta vez, desde el interior, desde un proyecto que ha asociado a la izquierda y al nacionalismo radical.

España, en mayor medida que el resto de los países occidentales, no sólo ha estado amenazada, sino lamentablemente determinada, desde hace cincuenta años. El crimen ha determinado en este período, en demasiadas ocasiones, nuestra democracia, nuestras decisiones políticas.

El relato, esto es, la mentira, se ha asociado con el crimen, ha jalonado nuestra historia reciente y lamentablemente en muchas ocasiones de forma eficaz. Al final, el crimen ha dejado paso a la mentira como instrumento más eficaz. Ésta es la singularidad de la crisis de la verdad en España: el tránsito de un crimen determinante a la mentira permanente, pero decisiva.

Puedo dar testimonio de este proceso en primera persona. El comienzo de mi actividad política arranca con aquella expresión dedicada a las víctimas del terrorismo y tuvimos que escuchar aquel macabro relato: «algo habrá hecho». Pronto llegó un nuevo relato, hoy plenamente actualizado y asumido por el gobierno de España: la existencia de «un conflicto político y social», especialmente en el País Vasco y también en Cataluña, con dos bandos enfrentados, mientras que la verdad es que solo había víctimas y verdugos.

Cuando el terrorismo se generalizó, cuando ellos decían que el dolor se «socializó», se acuñó la expresión del «empate infinito», entre el Estado de derecho y el terror, otro relato, solo para justificar la negociación con los verdugos. Cuando se supo resistir, lo que parecía el principio del final del terror, cuando parecía deshacerse el empate infinito a favor del Estado de derecho, llegó el mal llamado «proceso de paz» y que bien debería haberse llamado «negociación tras el 11-M», que tanto benefició a los violentos para la legitimación de su proyecto. Decían que EH Bildu se rebelaba contra ETA.

Llegó entonces otro relato, falso por supuesto, de que los demócratas habíamos derrotado a ETA, cuando sólo con la puesta en marcha de este proceso y no digamos con los réditos políticos que han obtenido desde entonces, ETA ya estaba ganando y está ganando por goleada, en su proyecto político y cultural. El falso relato de una supuesta nueva conciencia nacional colectiva del País Vasco y Cataluña ha provocado una crisis en las conciencias de muchos vascos y catalanes, en las que la religión católica de siempre fue sustituida por un sucedáneo, una pseudo religión, el movimiento de liberación nacional. Se fue perdiendo el significado de la dimensión trascendente de la persona. Se fue perdiendo la fe de forma acelerada y singular. Se podía matar en el País Vasco a una persona considerada enemiga y adversaria de esta nueva pseudoreligión, esto es una enfermedad de la conciencia personal.

El nacionalismo vasco y catalán, desde la insatisfacción permanente, hizo de puente, en una única dirección y sentido: de una sociedad con referencias permanentes se pasó a otra radicalmente diferente, convertida en la vanguardia del pseudoprogreso (falso) y la falta de fe.

El punto de llegada de la travesía del puente coincide plenamente con el proyecto de ETA, que, más allá de un grupo antiterrorista y antifranquista, busca no sólo la destrucción de España, sino sobre todo la destrucción del orden social tradicional español, basado en los fundamentos cristianos. De un crimen determinante, a través de un proceso, hemos transitado a una mentira permanente.

La mentira se hace hábito, costumbre, necesidad y ley. Las leyes de género, las leyes de la memoria histórica y democrática, la ley de libertad sexual (conocida como la ley del «sí es sí»), la ley de protección animal, la próxima ley de diversificación familiar, la ley de acción democrática, son, entre otras, la expresión de la mentira, pero es la base de un supuesto nuevo orden social. La verdad es que nos conduce a un desorden social.

Este tránsito tiene como aliado principal el silencio, su capacidad de esconder y ocultar su objetivo, y simultáneamente, su osadía sin límites de hablar de la verdad y de la regeneración democrática. Alguien podrá decir que la mentira es un «mal menor» frente al crimen, un «mal mayor», pero no hay que olvidar nunca que el «mal menor» siempre consolida el mal. Hay que buscar siempre el bien, aunque sea el bien menor, pero nunca el «mal menor».

La mentira no tiene límites ni morales ni legales ni democráticos, acaba siempre en unos casos, en términos de corrupción; en otras ocasiones, en términos de ignominia y desprecio a las víctimas, como se ha comprobado en fecha reciente. El relato ha sido la negación y el ocultamiento de este proceso que, según ellos, nunca ha existido. La verdad es la asociación del crimen de ayer y la mentira de hoy, esto es, de ETA y del gobierno del frente popular que nos mal gobierna.

La defensa de la verdad, de una sociedad basada en los principios que han hecho grande a nuestro país, inspirada en los fundamentos cristianos, válida para creyentes y no creyentes, no es un ejercicio de fundamentalismo y de extremismo, tal y como relatan algunos. No es cierto, es la antítesis; significa ser la vanguardia del debate del futuro, entre relativismo y fundamentos cristianos.

No hay debate entre dos culturas. Hacemos frente a la incultura, a la ignorancia, a la mentira, a la obsesión enfermiza de destruir de los fundamentos cristianos, la utilización de la historia, y a la leyenda negra, desde dentro y desde fuera, el desprecio a la biología y a la ciencia, y a la inteligencia de los españoles.


Artículo publicado en el diario ABC de España

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