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Las elecciones regionales y EE UU

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Estados Unidos

Francisco Palmieri, jefe de la Misión de Estados Unidos para Venezuela

La tensa situación venezolana sigue dejando mucha tela para cortar. El ajedrez que las fuerzas democráticas intentan armar en el exterior es muy complejo. Y en lo interno es evidente que la estrategia del horror que implementó el régimen de Maduro logró su cometido y desmovilizó al país. Afortunadamente, la líder indiscutible, María Corina Machado, que nos llevó al 28J ha ido hilvanando con paciencia y valentía el ambiente poselectoral, supo calcular costos y no arrastró al país a una vorágine de expresión legítima contra el fraude electoral en la que no lograríamos nada. En el amargo callejón de la violencia y el enfrentamiento el pueblo siempre perderá ante el régimen. Aquellos no tienen escrúpulos en practicar arrestos masivos de manifestantes ni mucho menos en ver la sangre llegar al río. La condena anticipada al fracaso que lleva implícita la realización de manifestaciones en el país tiene como fianza la inoperancia lógica de las instituciones de un Estado que es fallido y de una Fuerza Armada que definitivamente ha decidido convivir con el régimen a cambio de las mafiosas prebendas de las que gozan los mandos medios y altos.

Por supuesto, desmovilización no es desmotivación. Hay resquicios de esperanzas en el país y es allí donde los pocos dirigentes que se aferran aún a la bandera de la victoria del 28J deben tener serenidad, mucha frialdad y los pies muy bien puestos en la tierra. Por eso he estado insistiendo en moderar la expectativa frente al aún lejano 10 de enero, fecha en que constitucionalmente Edmundo González Urrutia debería ser juramentado presidente en Venezuela y por la actual Asamblea Nacional. Para llegar a esa fecha y que en esa fecha se respete la soberanía popular tiene que pasar mucha agua debajo del puente. Maduro debería sentarse en las próximas semanas a negociar su capitulación y establecer las comisiones de enlace para la transición. Esto lleva implícito que él y su régimen acepten el resultado electoral y eso es lógico que no va a ocurrir.

Como tampoco va a ocurrir que vengan fuerzas salvadoras (o mercenarias) de otros países a resolver este problema. Si bien es cierto que a nadie en el exterior le conviene la permanencia de Maduro, tampoco se darán pasos firmes que produzcan un quiebre de la situación. Por eso hay que poner los pies en la tierra. El nombre de nuestro país seguirá deambulando en conferencias internacionales, documentos, declaraciones conjuntas, informes, denuncias. Pero ¿y entonces quién le pone el cascabel al gato? Pues esa respuesta quizá un día la sabremos cuando ocurra. Lo demás es una especulación alejada de la realidad que se alimenta de esperanzas emocionales, pero la realidad pragmática es lo único que cuenta en política. Y pragmáticamente hay que admitir que no estamos del todo bien parados en el piso.

A esto se suma un cuestionable silencio de un sector importante de la dirigencia opositora, ¿cuántos sinceramente en la dirigencia siguen apoyando a MCM y la causa de la victoria del 28J? Se puede admitir prudencia para no caer en las mazmorras. Pero no se puede aceptar medias tintas, menos cuando se sabe el enorme entramado de complicidades que la corrupción ha generado en nuestro país. Mucho dinero ha pasado debajo de las mesas. Y a muchos se les hace más fácil “cooperar” que confrontar. De allí lo peligroso que significa políticamente para algunos poner en sus mesas una vez más la teoría de los espacios de poder: diputaciones, alcaldías, gobernaciones. Y nadie puede pecar de ingenuo ya. Manuel Rosales y lo que él representa, por ejemplo, y otros sectores de dudosa procedencia como la casi extinta Fuerza Vecinal, la Alianza del Lápiz del señor Ecarri, junto a la oposición que Maduro creó y financia con la judicialización de los partidos, intentarán escurrirse en ese eventual proceso de 2025.

Es evidente que la bandera del 28J ha sido desechada por una parte importante de dirigentes políticos. ¿Por qué? Eso tampoco lo sabemos, pero lo sospechamos. Y el desgaste que producirá el propio exilio del candidato ganador ayudará a que la matriz de opinión y sentimiento sobre el futuro del país no sea positiva. De allí que esperamos todos sepa medir sus pasos, sepa a quién responder allá afuera y no pierda jamás el norte de lo que representa. González Urrutia debe evitar licuarse para pasar de estado líquido a gaseoso.

Como tampoco es positiva la declaración del señor Francisco Palmieri, jefe de la Misión de Estados Unidos para Venezuela. «Entiendo que habrá elecciones regionales y de la Asamblea Nacional en el 2025. Es urgente abrir más espacios democráticos en el país y ese tipo de elecciones serán muy importantes para los venezolanos», expresó Palmieri en una entrevista concedida al canal VPItv. Los espacios democráticos no se han abierto. Nunca. De ahí la gran épica del 28J. Ganamos la elección presidencial en el terreno y con las reglas de juego del propio régimen. ¿A qué viene que Palmieri venga a dejar entreabierta la ventana de esas elecciones de 2025?

La verdad es y debe seguir siendo la única bandera de la lucha por la democracia en Venezuela. La transición no podrá ser nunca algo viable sobre la base de la negación o la mentira sobre lo ocurrido el 28J. Eso aplica para el exilio, para las fuerzas internas y es salvavidas para el régimen que sabe que cada día que pasa se entierra más en un callejón sin salida.

 

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