Después de 17 meses de una brutal guerra civil que ha devastado el país, el ejército lanzó una gran ofensiva en la capital, Jartum, atacando zonas en manos de su implacable rival, las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR).
Las FAR se apoderaron de la mayor parte de Jartum al comienzo del conflicto, mientras que el ejército controla la ciudad gemela de Omdurman, justo al otro lado del río Nilo.
Pero todavía hay lugares donde la gente puede, y de hecho lo hace, cruzar entre las dos partes.
En uno de esos puntos, me encontré con un grupo de mujeres que habían caminado cuatro horas hasta un mercado en territorio controlado por el ejército en el límite de Omdurman, donde la comida es más barata.
Las mujeres habían venido de una zona de Sudán llamada Dar es Salaam, que está en manos de las FAR.
Sus maridos ya no salían de casa, me dijeron, porque los combatientes de las FAR los golpeaban, se quedaban con el dinero que ganaban o los detenían y exigían un pago por su liberación.
«Soportamos estas penurias porque queremos alimentar a nuestros hijos. Tenemos hambre, necesitamos comida», dijo una.
Advertencia: algunos detalles de la historia pueden resultar perturbadores.
Y las mujeres, pregunté, ¿están más seguras que los hombres? ¿Y qué dicen sobre las violaciones?
El coro de voces se fue apagando.
Entonces estalló una.
«¿Dónde está el mundo? ¿Por qué no nos ayudan?», declaró en un torrente de palabras mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
«Hay tantas mujeres aquí que han sido violadas, pero no hablan de ello. ¿Qué diferencia habría de todos modos?
«A algunas jóvenes, las FAR las hacen tumbarse en las calles por la noche», continuó. «Si vuelven tarde de este mercado, las FAR las retienen durante cinco o seis días».
Mientras hablaba, su madre estaba sentada sosteniendo su cabeza, sollozando. Otras mujeres a su alrededor también comenzaron a llorar.
«Tú en tu mundo, si tu hija saliera, ¿la dejarías?», preguntó. «¿No irías a buscarla? Pero ¿qué podemos hacer? No está en nuestras manos nada, nadie se preocupa por nosotros. ¿Dónde está el mundo? ¿Por qué no nos ayudan?».
El punto de cruce entre los territorios era una ventana a un mundo de desesperación y desesperanza.
Los viajeros describen cómo se han visto sometidos a la anarquía, el saqueo y la brutalidad en un conflicto que, según la ONU, ha obligado a más de 10,5 millones de personas a huir de sus hogares.
Pero la violencia sexual se ha convertido en una característica definitoria del prolongado conflicto, que comenzó como una lucha de poder entre el ejército y las FAR, pero que desde entonces ha involucrado a grupos armados locales y combatientes de países vecinos.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Turk, ha dicho que la violación se está utilizando como «un arma de guerra».
Una reciente misión de investigación de la ONU documentó varios casos de violación y amenazas de violación por parte de miembros del ejército, pero descubrió que las FAR y sus milicias aliadas cometieron violencia sexual a gran escala, que equivalía a violaciones del derecho internacional.
Una mujer con la que habló la BBC culpó a las FAR de violarla.
La conocimos en el mercado del cruce, acertadamente llamado Souk al Har, el «Mercado del Calor».
Desde que empezó la guerra, el mercado se ha expandido por las tierras áridas de una carretera desértica que sale de Omdurman, atrayendo a los más pobres entre los pobres con sus bajos precios.
Miriam, cuyo nombre no es real, huyó de su hogar en Dar es Salaam para refugiarse con su hermano.
Ahora trabaja en un puesto de té, pero al principio de la guerra, dijo, dos hombres armados entraron en su casa e intentaron violar a sus hijas, una de 17 años y la otra de 10.
«Les dije a las niñas que se quedaran detrás de mí y le dije a las FAR: ‘Si quieren violar a alguien, tiene que ser a mí'», afirmó.
«Me golpearon y me ordenaron que me quitara la ropa. Antes de quitármela, les dije a mis niñas que se fueran. Cogieron a las otras niñas y saltaron la valla. Entonces uno de los hombres se abalanzó sobre mí».
Las FAR ha dicho a los investigadores internacionales que ha tomado todas las medidas necesarias para prevenir la violencia sexual y otras formas de violencia que constituyen violaciones de los derechos humanos.
Pero los relatos de agresión sexual son numerosos y consistentes, y el daño tiene un impacto duradero.
Sentada en un banco a la sombra de una hilera de árboles, Fátima (nombre ficticio) me dijo que había venido a Omdurman para dar a luz a gemelos y que tenía pensado quedarse.
Una de sus vecinas, indicó, una joven de 15 años, también se había quedado embarazada después de que ella y su hermana de 17 años fueran violadas por cuatro soldados de las FAR.
La gente se despertó por los gritos y salió a ver qué estaba pasando, explicó, pero los hombres armados les dijeron que les dispararían si no volvían a sus casas.
A la mañana siguiente, encontraron a las dos chicas con signos de abuso en sus cuerpos y a su hermano mayor encerrado en una de las habitaciones.
«Durante la guerra, desde que llegaron las FAR, inmediatamente empezamos a oír hablar de violaciones, hasta que lo vimos delante de nosotros con nuestras vecinas«, señaló Fátima.
«Al principio teníamos dudas [sobre los informes], pero sabemos que fueron los soldados de las FAR los que violaron a las chicas».
Las demás mujeres se están reuniendo para emprender el viaje de regreso a sus hogares, a las zonas controladas por las FAR.
Dicen que son demasiado pobres para empezar una nueva vida como lo hizo Miriam al abandonar Dar es Salaam.
Mientras continúe esta guerra, no les quedará otra opción que regresar a sus horrores.
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