En un mundo de invasiones y guerras, de tiranías y éxodos, que un hombre deje la raqueta, ponga fin a su admirable carrera profesional en el tenis, suscita de repente la unanimidad global. No es un hombre cualquiera, se llama Rafael Nadal, sin duda la mayor figura del deporte español en su historia; uno de la docena, quizás, de íconos deportivos universales en lo que va de siglo. Uno, del que todos dicen, que fue tan cortés, educado y exitoso en la cancha, como fuera de ella.
Tiene apenas 38 años, demasiados, sin embargo, para la exigencia rayana en lo inhumano del deporte de alta competencia. Su carrocería corporal le mandó avisos desde muy pronto, que se agravaron con el correr de los años, especialmente los dos últimos. El dolor ha sido su compañero de viaje durante dos décadas, según registra esta nota publicada en el diario El Mundo de Madrid. La suma de todas sus lesiones y dolencias le restaron 4 años y 10 meses de competencia, lo que no le impidió ganar 22 grandes (los torneos de mayor nivel del circuito mundial) y darse de baja en 16. “Una estadística, destaca el artículo, que mezcla la valentía y la locura del hombre y del deportista.”
Nadal nunca regateó una gota de sudor —en la victoria, más de mil, o en la derrota, poco más de doscientas— cuando saltaba a una cancha. Su más encarnizado rival, Novak Djokovic, agradeció aún en shock por el anuncio de la retirada, que Nadal lo haya llevado “al límite” de sus fuerzas. Ambos, que se enfrentaron 60 veces, ninguna sin duda como la final del Open de Australia de 2012 donde el serbio se impuso después de una batalla épica de 5 horas y 53 minutos: la más larga de cualquier final de Grand Slam.
Djokovic, el suizo Roger Federer y Nadal integraron lo que se denomina el Big Three: la mayor rivalidad del deporte, un espectáculo mundial de belleza, disciplina, esfuerzo indoblegable, lágrimas y abrazos y, a la vez, de reconocimiento entre ellos de su talento y de su profesionalismo. “Ha sido un honor absoluto”, dijo Federer al conocer el adiós del español.
A Nadal aún lo espera un último baile, a fines de noviembre, cuando representará a España en la final de la Copa Davis, que tiene para él, y para su país, un simbolismo particular. En 2004, con apenas 18 años, el tenista balear alcanzó una victoria inesperada contra el número de Estados Unidos, Andy Roddick, camino de la segunda Davis para su país.
Mientras, nadie es ajeno a la leyenda de Nadal. El australiano Rod Laver, una antigua estrella mundial del tenis, extrañará verlo “pelear cada punto como ningún otro”. Messi lo puso de ejemplo, Cristiano Ronaldo se rindió a su impresionante carrera. The Guardian, Le Monde, L’Equipe, BBC Sport, Bild, lo llevaron en su primera página, además de todos los medios españoles. Estrellas del baloncesto, el golf, de las carreras de motos y autos, el tenis de mesa, celebran la trayectoria del tenista y lamentan su retiro. Y, por una vez, en la enrabietada política española, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la vicepresidenta primera del gobierno, María Jesús Montero, aplauden casi juntos.
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