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Razones por las que el rey Felipe VI debe pedirme perdón

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Estimado Felipe VI, rey de España:

No sé si usted se enteró de que la nueva presidenta de México, con un nombre azteca puro, Claudia Sheinbaum, no quiso invitarlo a su acto de proclamación porque España tenía que pedirle perdón a México, por todas aquellas cosas que los españoles hicieron hace 500 años.

Me puse a pensar y, majestad, con todo respeto, le voy a decir que usted también tiene que pedirme perdón por las cosas que me han hecho los españoles a lo largo de mi longeva vida. Son muchos los agravios, pero enumeraré solo aquellos que más me atormentan:

-Nací en Caracas y si no es por los malvados españoles, sobre todo por uno de nombre Diego de Lozada, yo hablaría el idioma de los indios Caracas, el cual era muy sencillo y no tan difícil como eso de tener que aprender veintisiete letras de un alfabeto para comunicarnos por escrito, ¡en papel!, eso es imperdonable. Mis ancestros escribían en piedra y, además de ser más barato, el mensaje perduraba en el tiempo. Majestad, solo por esto, amerita que usted me pida perdón.

-Mi profesor de literatura, José Antonio Escalona, de ascendencia española, me obligó a leer un libro larguísimo escrito por un señor de apellido Cervantes Saavedra, alias el manco de Lepanto. El libro se titulaba El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y no sólo había que leerlo, sino también analizarlo y en eso pasé meses de insomnio y de intenso trabajo. Majestad, solo por esto, amerita que usted me pida perdón.

-Hablemos de cocina. Resulta que, por culpa de ustedes, en lugar de comer el casabe y el maíz sancochado solo, en Venezuela se inventó algo llamado hallaca que lleva casi exclusivamente ingredientes traídos por los españoles a América: aceituna, panceta, carne de res y de cerdo, vino, pasas y como si fuera poco, para jodernos más, también nos dejaron cosas que ustedes heredaron de los árabes, como las almendras y las alcaparras. Nosotros solo pusimos el maíz y la hoja de plátano para envolver aquello y ni hablar del pan de jamón, plato venezolano cuyos ingredientes, todos, fueron traídos por los españoles, jamás les perdonaré las noches en vela que pasé preparando esos panes tan sabrosos con los cuales logré además pagar mis deudas. Majestad, solo por esto, amerita que usted me pida perdón.

-Por culpa de ustedes aprendí a tocar el cuatro y la guitarra, instrumentos musicales que provienen del laúd español. Tuve que hacer un enorme esfuerzo con el maestro Miguel Delgado Esteves, para aprender a tocarlos, hasta que lo logré, cuando lo lógico era que tocara solo maraca, pito y guarura, que, ojo, son instrumentos bellísimos y buenos, pero tocados solos, son una ladilla. Fíjese, Felipe, perdón, su majestad, mire esta maldad inenarrable: el joropo es una degeneración del fandango andaluz. El polo margariteño nos viene de Andalucía y de las zambras árabes. La música andina de los bambucos y valses fue traída por bochincheros españoles. Majestad, solo por esto, amerita que usted me pida perdón. Prosigamos.

-Estimado rey, no sé si usted sabe que nuestro Libertador Simón Bolívar era de ascendencia española y fue tan mal agradecido, que corrió a los españoles de Venezuela y de gran parte de América. ¿Cómo es posible que un descendiente de españoles nos liberara de los españoles? Majestad, solo por esto, amerita que usted me pida perdón.

Resulta, mi estimado Don Felipe VI, que en estos años han salido de Venezuela casi 8 millones de ciudadanos. Se calcula que casi 800.000 de ellos están en vuestro reinado, es decir, hay más venezolanos hoy en España que todos los españoles que vinieron en la época colonial a Venezuela. ¿Sabe qué cosa no le voy a perdonar, aunque usted me lo pida? Que, de ese millón de venezolanos, uno de ellos es mi hija. Ella vive en España, feliz, trabajando, estudiando y progresando, mientras yo aquí la estoy añorando cada segundo de mi vida. ¿Acaso eso es justo? Eso sí que no tiene perdón.

Así que, mi estimado rey Felipe VI, a pesar de todo lo que he sufrido y a pesar de que aún no me ha pedido perdón, ahorita, según se ha descubierto, en España, los venezolanos valemos oro. Por eso y para discutir estos temas, si usted desea, lo invito a comer una paella. Nos podemos encontrar en Caracas en una tasca de la Plaza Candelaria o en el Mesón de Andrés en Chacao, con una copa de cava o de vino manzanilla de Andalucía o quizás, con un tinto de Rioja o un buen albariño gallego a ver si así se le ablanda el corazón y se digna por fin a pedirme perdón. 

Gracias majestad y perdone lo malo.

Atentamente:

Claudio Nazoa Laprea

Barón de Maratea

 

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