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Antonio López Ortega: «No hay que aislar al pensamiento en su trinchera»

El escritor  presidente de la comisión organizadora de la Feria Internacional del Libro del Caribe que se celebra en Margarita, repasa en sus dos últimos libros, el papel de la intelectualidad en la Venezuela del chavismo

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Este año se siente ya más difícil, y apenas van tres meses. Sin embargo, para Antonio López Ortega el desafío en la gestión cultural sigue siendo tomar como un hecho que las políticas públicas en lo cultural están muertas, un momento en el que el sector depende de lo que él llama “la sociedad de los creadores para la producción cultural”.

“El autor cultural tiene que desdoblarse en oficios cercanos. Es decir, un poeta es el editor o promotor de su obra. No podemos hablar de una profesionalización de la cultura en la que cada quien tiene su oficio. Hoy, no está estructurada toda la cadena y el desafío es trabajar en un espacio en el que no hay apoyos oficiales y tratar de hacer todo lo posible”, afirma el escritor y presidente de la comisión organizadora de la Feria Internacional del Libro del Caribe, que ayer le confirió el Premio Literatura Filcar a José Balza.

—¿No debería replantearse la relación entre gestión cultural y Estado?

—Tiene que redefinirse, empezando por el estatus de la legislación cultural, poner orden en este aspecto con una ley robusta, moderna, inspirada en los mejores modelos de América Latina y tomando en cuenta lineamientos de la Unesco, como la recomendación de que el presupuesto nacional de cada país no debería bajar de 2% para lo cultural. Existen cuatro campos que los estados centrales latinoamericanos se han reservado como fundamentales: infraestructura, la inversión patrimonial, difusión y promoción, y la formación.

—Culmina Filcar y sigue un calendario de ferias establecido desde hace tiempo. Sin embargo, crece la incertidumbre, al terminar alguna, de que sea posible la siguiente. Disminuye la producción editorial, aumenta la inflación, la gente emigra.

—Independientemente de los obstáculos, no podemos dejar de hacer ferias. Así tengamos menos editoriales, con un panorama de novedades empobrecido, no debemos dejar que estos espacios desaparezcan. Una feria no resolverá la poca edición actual, pero eliminarla no es lo correcto. Hay que esperar la recuperación para que haya una exhibición contemporánea.

Recientemente ha publicado dos libros. En 2017 Diario de sombra y este año La gran regresión. En ellos hay una advertencia desde distintas voces sobre lo que ocurre en el país. ¿Siente frustración por no haber sido tomadas en cuenta?

—Me gusta más la palabra decepción. Se me hace difícil entender que después de hechos del siglo XX, cuando la condición de intelectual estuvo sometida al tema ideológico y confiscatorio, por todo lo que el nazismo o el estalinismo hicieron con los intelectuales, haya quienes copien conductas semejantes a los que se dejaron someter a la doctrina imperante.

—¿Y a qué cree que se deba?

—Es difícil de entender. Hay una mezcla de pereza intelectual, oportunismo, ventajismo, resentimiento y, de pronto, en algunos casos, ingenuidad. Escritores y poetas que pensaron que esto podía ser redentor para la sociedad, pero un intelectual puede rectificar. He visto algunos que abrazaron la causa chavista, aunque ya están lejanos. Pero aquellos que hicieron pública su simpatía, no han anunciado públicamente que ya no.

—¿Como quiénes?

—(Risas) Me da pena decirlo porque es gente que estimo, pero se puede adivinar.

—¿Cuál es la ideología predominante, si la hay, de los escritores jóvenes?

—En las nuevas generaciones, la preocupación por lo político e ideológico no toma los componentes de años anteriores. Hay un trasfondo bastante ético en lo que se hace y se dice. Se comportan como ciudadanos y a la hora de ser críticos, lo son con lo que no funciona. Creo que echan en falta un Estado que funcione bien. Es una generación con un sentimiento de orfandad y todo lo han tenido que hacer ellos, pero eso tiene mucho mérito, porque no se han frustrado frente a los obstáculos. No es despolitizada, porque sabe vivir en la polis, pero sí alejada de credos y doctrinas que se convierten en catecismos civiles.

—¿En qué falló la intelectualidad venezolana?

—La relación entre pensamiento y público. Cuando uno compara con otros países, uno ve que la producción intelectual ha tenido más correas de transmisión con la sociedad. Siento, por ejemplo, que la clase política es muy ignorante en lo que respecta al pensamiento intelectual. Una generación que no ha leído. Nuestra educación se ha empobrecido tanto. No hay que dejar aislado el pensamiento en su trinchera, sino llevarlo a las grandes audiencias.

El gran acierto

Antonio López Ortega asegura que el gran acierto de la intelectualidad venezolana es el seguimiento de los procesos históricos del país. “No ha fallado al reclamo del ahora, pero constantemente me he preguntado la razón por la que siempre ha visto el petróleo como algo pecaminoso. En Colombia uno puede encontrar lo que se conoce como la novela del café, o en Chile la del cobre, pero por qué no podemos hablar de una gran novela del petróleo, que creo que no la tenemos, salvo pequeños aciertos. Incluso le aplicamos una naturaleza que no tiene, como esa frase de sembrar el petróleo a un hecho que no es agrícola”, afirma.

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