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Ajedrez tridimensional

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Ilustración: Javier Otero

 

Acabo de regresar de pasar unos días en Caracas, en el sur del lago de Maracaibo y en El Vigía, y lo que más me impactó fue la maravillosa gente. Reencontrarme con los panas de siempre, viejas amistades, y conocer a varias personas en el transcurso del viaje, en los traslados, hoteles y empresas, fue una experiencia gratificante. Tengo que confesar que disfrutar desayunos de mandocas con nata, almuerzos de chuletas ahumadas fritas y cenas de patacón relleno de carne asada, contribuyó en gran medida a mi buen humor durante todo el trayecto.

Sin embargo, la oportunidad de viajar a una zona situada a escasos 60 kilómetros de la frontera con nuestro hermano país, me llevó a reflexionar sobre la complejidad de nuestra realidad nacional, ahora enturbiada por factores tanto internos como externos. Lamentablemente, la válvula de escape de esta situación es el pueblo venezolano. Suelo escribir sobre temas económicos, donde dejo que los números hablen por sí mismos, y ofrezco mis conclusiones para que cada uno forme su propia opinión. Pero en este caso, la situación exige un análisis más macroestratégico y de ahí el título de este artículo.

El ajedrez ya es, por naturaleza, un juego complicado. El consenso es que hay unas (10 x 2) elevado a la 46 potencia jugadas posibles, mejor conocidas como el «Número Shannon». Ahora imaginen añadir una dimensión adicional, incrementando exponencialmente las jugadas posibles. Esto ocurre en un juego controlado, con un número finito de piezas y un tablero establecido. Ahora sumemos la infinidad de intereses y voluntades, conocidas o no, que hacen que el mundo sea casi imposible de predecir.

En su libro más vendido, El Cisne Negro, Nassim Taleb demuestra matemática y estadísticamente que los humanos sobreestimamos nuestra capacidad de predicción, y que los eventos menos probables ocurren con más frecuencia de lo que proyectamos, y en los momentos más inesperados. La fluidez del mundo, y por qué no, del universo, genera la necesidad de desarrollar grandes estrategias acompañadas de metas y tácticas para alcanzar resultados. Las mejores estrategias son las más simples, las que todos pueden entender y compartir, sin importar sus antecedentes.

Mi percepción durante este reciente viaje es que, nuevamente, los venezolanos estamos delegando la responsabilidad de nuestro futuro político a la comunidad internacional, lo que, si es así, llevará a una nueva desilusión autoinfligida. Lo he escrito antes y lo repito: «Los países se mueven por sus intereses estratégicos, no por idealismo, solidaridad ni caridad». Y en 2024, los análisis con teoría de juegos que se realizan en el mundo desarrollado se centran solo en dos temas relevantes que están generando mucha cautela entre los tomadores de decisiones.

Primero, el tema petrolero cobra cada día más relevancia ante un inminente conflicto generalizado en Oriente Medio. Un solo misil hutí de tamaño medio contra un supertanquero en el estrecho de Ormuz podría paralizar una cantidad significativa del crudo que se dirige hacia Occidente. El conflicto en Ucrania se agrava y las sanciones han sacado al petróleo ruso del mercado. ¿Quién es el único proveedor potencial de oro negro y gas con grandes reservas y rutas cercanas y directas hacia Estados Unidos y Europa Occidental? No por nada la OFAC acaba de aprobar la extensión de la licencia a Chevron a pesar de la situación. Y  además, ¿cuál es el  país suramericano más estratégico para Cuba, China, Rusia e Irán?

Segundo, el tema de la emigración venezolana causa terror en la región y en Estados Unidos. Ya hay 7 millones de venezolanos establecidos en otros países, notablemente casi 3 millones en Colombia, 1,5 millones en Perú y unos 500.000 en Chile, entre otros. Además, se estima que hay 1 millón de venezolanos en Estados Unidos, entre legales, ilegales y asilados. 

Una reimposición de sanciones globales contra Venezuela afectaría gravemente la economía y, además, pondría en riesgo la cooperación en el sector petrolero, que, como mencionamos, es prioritario en la agenda internacional. En otras palabras, nadie sabe qué hacer.

Un regreso a la hiperinflación y la escasez, cualquiera que sea la razón, provocaría de inmediato un flujo masivo de población hacia los destinos mencionados, exacerbando la crisis de refugiados. ¿Cómo sería la vida en Colombia con 10% de su población compuesta por refugiados venezolanos? Por eso, México, Brasil y Colombia no han adoptado posturas claras; como dicen los jesuitas, «proponer es decidir», y no creo que nadie en el mundo quiera ser señalado como el responsable de la situación en nuestro país. Nos guste o no, la solución debe venir de los venezolanos.

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