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Gaza, un año después: éxitos, fracasos y pocas sorpresas

La sangre de los centenares de mujeres y niños, asesinados a sangre fría, dio fortaleza a la sociedad israelí y ayudó a los aliados de Tel Aviv a mantenerse más firmes de lo que el liderazgo de Hamás habría esperado
Por El Debate
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Cuando se cumple un año del ataque terrorista que provocó la tercera guerra de Gaza, parece llegado el momento de hacer balance de lo ocurrido y tratar de esclarecer qué suponen los sucesos del último año para el futuro de una región donde la comunidad internacional –hay quien ya se pregunta qué significa esta expresión– se juega su futuro. Y España también. No hace falta un esfuerzo excesivo de la imaginación para encontrar similitudes históricas entre lo que podría suponer para nuestro Mediterráneo una hipotética victoria de los aliados de Irán frente a Israel y lo que habría ocurrido si el Imperio Otomano hubiera derrotado a don Juan de Austria en Lepanto.

La perspectiva de Hamás

El plan de Hamás, que pareció cumplirse en los primeros meses de la guerra, era arrastrar a Israel a una sangrienta operación terrestre en un terreno muy poblado en el que –recuerde el lector que cuando uno se lanza a la batalla siempre espera ganar– las milicias podrían contener a un ejército formidable, pero maniatado por la esperanza de recuperar con vida a los rehenes y por el respeto a las normas del Derecho Internacional Humanitario. La organización terrorista confiaba en resistir en los núcleos urbanos hasta que las críticas internas por la suerte de los secuestrados y las presiones internacionales para parar una guerra con muchos millares de víctimas civiles consiguieran poner fin a la guerra con un empate táctico… que dejaría impune el asalto del 7 de octubre y supondría una clara victoria estratégica del terror.

Era, desde luego, un plan con posibilidades de éxito. ¿Por qué salió mal? Es sabido que no hay ningún plan que sobreviva al primer contacto con el enemigo, y los milicianos palestinos que asaltaron la valla, quizá sorprendidos por su propio éxito, cometieron crímenes atroces que seguramente fueron más allá de lo que convenía a su causa. La sangre de los centenares de mujeres y niños, asesinados a sangre fría, dio fortaleza a la sociedad israelí y ayudó a los aliados de Tel Aviv a mantenerse más firmes de lo que el liderazgo de Hamás habría esperado.

A partir de ese primer momento, se fueron revelando otros factores que contribuyeron al fracaso del plan estratégico de Hamás. Entre ellos está la propia vulnerabilidad política de Netanyahu, en situación precaria antes de la guerra y último responsable del fracaso en la prevención de la masacre del 7 de octubre. Acorralado, el primer ministro no ha tenido otra alternativa –tampoco es que la firmeza repugnara mucho a su carácter– que mostrarse implacable frente al terror. Su resolución –no le habrá sido fácil desoír a la importante fracción de su pueblo que le exige pactar por los rehenes– contrasta vivamente con la debilidad de un Biden que, por razones políticas y quizá también personales, apenas ha logrado recortar las alas de su ingobernable aliado.

¿Qué más ha fallado en los planes de la organización terrorista? En el nivel político, Hamás quizá no había reparado en que la guerra de Ucrania había dividido profundamente a la comunidad internacional. Hace algunos años, es probable que Netanyahu hubiera encontrado un frente más unido frente al sufrimiento de la población no combatiente de la Franja. También es posible que, si no tuviera miedo de irritar al electorado republicano en los EE.UU.Putin hubiera apoyado con más generosidad la causa palestina, que por desgracia –al menos en la interpretación que hace Hamás– no es diferente de la su aliado iraní.

Por último, y ya en el terreno militar, el liderazgo de Hamás, envalentonado por lo ocurrido en la segunda guerra del Líbano, tampoco quiso ver las mejoras en el armamento israelí –mejores drones, más munición de precisión, protección activa de los vehículos– que han logrado reducir el número de bajas entre sus tropas a cifras aceptables para una sociedad traumatizada por el recuerdo del 7 de octubre: poco más de trescientos soldados muertos en un año de guerra.

La perspectiva de Israel

Todos los factores anteriores, más los que pueda añadir el propio lector, explican el fracaso de Hamás, una organización militarmente derrotada y políticamente impotente que solo puede sobrevivir en Gaza reconvertida en lo que fue en su nacimiento y nunca ha dejado de ser: un grupo terrorista urbano.

Sin embargo, la derrota de Hamás no es sinónimo de una victoria de Israel. A pesar del éxito de una campaña que no ha terminado del todo y que se ha prolongado casi un año –recordará el lector que, en los primeros días, la referencia era la campaña de Mosul, menos compleja y que había durado nueve meses– Netanyahu no ha conseguido alcanzar ninguno de sus objetivos militares. No ha logrado destruir Hamás ni devolver a los rehenes que quedan vivos –alrededor de medio centenar– a sus hogares.

Clausewitz nos enseñó que toda guerra tiene fines políticos. Desde esa perspectiva, un año después de su comienzo, la tercera guerra de Gaza no puede haber sido más estéril. La paz –la verdadera paz, más allá de la pausa entre dos guerras sucesivas– no está más cerca de Oriente Medio. Y, mucho antes que Clausewitz, ya puso Cervantes en boca de un lúcido Quijote que las armas «tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida». Ninguna otra cosa las justifica.

Con todo, la guerra está lejos de terminar. A Netanyahu le queda todavía buena parte del trabajo. Tiene que mantener la presión sobre Hamás para evitar que se reconstituya, tanto en Gaza como en Cisjordania. Tiene que llevar la guerra a los otros frentes, donde le quedan muchas cuentas que saldar con el Eje de la Resistencia liderado por Irán. Y no por venganza, como tantos parecen creer, sino para restablecer la disuasión que el pueblo hebreo necesita para sobrevivir mientas en Teherán exista un régimen que tenga la destrucción de Israel como su principal seña de identidad.

Así pues, el aniversario de la masacre provocada por Hamás se nos presenta lleno de nubarrones. La Franja está asolada. En el Líbano se reproducen algunas de las acciones que hemos visto en Gaza, en las que los éxitos tácticos de Israel se diluyen en el sufrimiento del pueblo libanés. Un sufrimiento del que, con el Derecho Internacional Humanitario en la mano, Hezbolá es mucho más culpable que Israel… pero eso, a las víctimas, no podría importarles menos. El mundo, además, contiene el aliento mientras espera el desenlace del enfrentamiento directo entre Irán e Israel.

Dicen que la noche es más oscura justo antes del alba. No es verdad, pero ojalá que resulte así en este caso. Estoy convencido de que la profundidad del abismo al que se asoman logrará convencer a unos y a otros de que la guerra que nadie quiere deben evitarla entre todos. Pero no deberíamos felicitarnos por ello. Aunque la escalada se contenga, como todos esperamos, no hay ninguna razón para confiar en que, dentro de algunos años, no habrá alguien que escriba en las páginas de El Debate –que se habrá situado ya a la cabeza de la prensa digital española– que la cuarta guerra de Gaza es la consecuencia inevitable de las heridas sin curar de la tercera. Y así sucesivamente.

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