Apóyanos

Miami en un taxi

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

 

La esperanza es un estimulante vital muy superior a la suerte Friedrich Nietzsche

En Caracas o en cualquier ciudad del mundo, desde siempre, me fascina conversar con el conductor de un taxi. En su mayoría son gente trabajadora que no se detienen ante nada ni nadie para lograr sus metas de vida. Constituyen el reflejo o una suerte de termómetro del sentir de una ciudad. Además, como el Louis de Franco de Vita, son soñadores “mientras les cambia la luz”, aunque del rojo al verde no haya mucho tiempo para soñar.

Tengo familiares y amigos viviendo en el exterior, como la mayoría de los venezolanos del siglo XXI. Cada vez que el tiempo y el bolsillo lo permiten, rompo la cotidianidad con alguna escapada ultramarina. En Miami, nada amigable en cuanto al transporte público, a diferencia de ciudades como Madrid, calculo que tomé algún Uber o similar en unas 10 oportunidades, recientemente.

Para mi sorpresa, solo uno de aquellos choferes era compatriota. Oriundo del municipio Baruta de nuestra capital, en los comienzos de su cuarta década de vida, Eric se había ido primero a Colombia, donde tuvo pareja y descendencia antes de partir, solo, por la larga y peligrosa selva del Darién hasta el Río Grande. Con automóvil usado pero impecable, labora de sol a sol con la esperanza primera de mantener a su familia (remesa), terminar de pagar su vehículo y, luego, cumplir el sueño americano, es decir, ser millonario.

Aquella noche en la que invité a Isabel a cenar se me hizo tarde, aunque la puntualidad es mi marca de fábrica. Ante mi insistencia, un ecuatoriano de Guayaquil hizo lo imposible para llegar a la hora. Me contaba, desahogándose, cómo salió de su país apenas dos años atrás por la inseguridad que vivía su familia por el resurgimiento de bandas delictivas, de mexicanos, colombianos y venezolanos. 

Yo me excusé por lo que me tocaba, como si aquello fuera de alguna manera culpa mía. Aceptó mis disculpas y (quizás por eso) llegamos a tiempo.

Los otros 8 conductores que conocí eran todos cubanos. De diferentes edades, pero todos con menos de 5 años en Estados Unidos de América. No eran de los cubanos originarios que huyeron de Fidel ni aquellos “marielitos” que salieron de la isla en 1980, sí una nueva ola. 

Comparados con los inmigrantes suramericanos, ellos “la tienen más fácil”. Es decir, evitan el Darién y viajan en avión hasta Nicaragua, sin ningún tipo de restricción (más allá del costo de un pasaje solo de ida), con el pretexto de hacer turismo: algún paseo en barco por las Isletas o sandboarding en las dunas del volcán Cerro Negro. La frontera de México la cruzan en algún camión repleto y encomendándose a la Virgen de la Caridad del Cobre.

Desconozco a ciencia cierta el número de migrantes ilegales que han entrado en Estados Unidos de América en los últimos 4 años de la administración Biden, pero las cifras más conservadoras estiman entre 8 y 10 millones. Muchos de ellos, como los conductores que tuve el privilegio de conocer, se adhieren a la figura del asilo y obtienen, en corto tiempo, un estatus completamente legal. José me contaba que en aquellos contenedores que cruzan la frontera, no solo hay hispanoparlantes; él iba acompañado de personas del Medio Oriente y del resto de Asia. 

Vivimos tiempos difíciles en todos los sentidos. Protagonista principal en Internet y telediarios, la guerra no solo es un factor determinante en lo migratorio, sino que también nos aleja de la cotidianidad. Esas noticias de menor relevancia, pero paradójicamente de mayor importancia para el ciudadano común, las podemos oír de los taxistas si queremos. También de ellos aprendemos de duras vivencias, que nos sacan de nuestras burbujas tan resguardadas e impenetrables a veces.

Mis choferes temporales padecieron lo inimaginable para lograr la primera parte de su sueño: cruzar la frontera. A todos les hice la misma pregunta antes de terminar cada viaje: ¿lo harías de nuevo? De todos recibí la misma respuesta: definitivamente, sí. Les deseé lo mejor con mi adiós, pensando que aquello no les impedía soñar, como al pobre Louis, con una esposa y un hijo sobre su espalda a los que alimentar.

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional