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El pecado del odio en la política venezolana

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El pecado del odio en la política venezolana es comparado, así lo creo, con los ángeles caídos, que en lugar de propiciar la unidad (unicidad, en mi concepto), en nuestro país han preferido la segregación, la división.
El odio en la política venezolana lleva a la deshumanización del adversario político. Cuando se odia al otro, no se le ve como un ser humano con dignidad y derechos, sino como un enemigo que debe ser eliminado o silenciado. Esta deshumanización es un pecado porque viola el principio fundamental del respeto a la dignidad humana. Desde la doctrina cristiana, todos los seres humanos son hijos de Dios y deben ser tratados con amor y compasión, independientemente de su postura.
Diablo proviene del latín “diabolus”, que a su vez proviene del griego διάβολος, diábolos; propiamente calumniador, que se traduce como “adversario”. En la tradición judeocristiana, príncipe de los ángeles rebelados contra Dios, que representa el espíritu del mal.  La palabra hebrea Satán, traducida como “opositor”, se refiere a una de las características del diablo en su relación con Dios, aunque con el paso del tiempo se ha usado también como uno de sus nombres.
El mal del odio en la política venezolana es una problemática compleja que ha sido una característica central del conflicto político del país en las últimas seis décadas. Este fenómeno está marcado por una polarización extrema entre los diferentes sectores ideológicos, principalmente entre el oficialismo, liderado por el chavismo, y la oposición representativa, en los últimos 25 años, que representa una diversidad de movimientos, partidos y enfoques políticos. Este odio tiene varias dimensiones.
Polarización extrema. La política en Venezuela en los últimos 25 años ha estado dividida entre dos bandos opuestos: quienes apoyan el régimen chavista (primero bajo Hugo Chávez y luego bajo Nicolás Maduro) y quienes se oponen a él, la oposición representativa. Esta polarización ha creado un ambiente de «nosotros contra ellos», donde ambos lados consideran al otro como una amenaza existencial, deshumanizándose mutuamente y, en consecuencia, creando una sociedad criminógena y un Estado deletéreo.
Ahora bien, el discurso político, tanto desde el gobierno como de ciertos sectores de la oposición representativa, ha estado cargado de lenguaje violento y descalificaciones personales. Esto ha servido para avivar las llamas del odio, creando una dinámica en la que los líderes políticos se movilizan a sus bases a través del resentimiento y el rencor, en lugar de promover el diálogo y la reconciliación. El gobierno deletéreo y criminógeno de Venezuela ha utilizado el odio como una herramienta política. El chavismo ha regresado frecuentemente a la retórica de lucha de clases, pintando a sus opositores como «enemigos del pueblo», «oligarcas» o «traidores a la patria». Esto ha reforzado las divisiones sociales y económicas, exacerbando la tensión entre los ciudadanos. Las protestas contra el gobierno han sido respondidas con violencia y represión, lo que ha profundizado aún más el odio. Las violaciones de derechos humanos, encarcelamientos arbitrarios de líderes opositores y el uso desproporcionado de la fuerza han creado un ciclo de resentimiento y revanchismo entre los sectores opositores y gobernadores, como también el robo de las recientes elecciones presidenciales.
Este ambiente de odio ha dejado cicatrices profundas en el tejido social venezolano. Las familias, comunidades y amistades han sido fracturadas por la política, llevando a una ruptura de la cohesión social. Además, ha incrementado el éxodo masivo de más de 8 millones venezolanos, muchos de los cuales huyen no solo de la crisis económica y política, sino también del ambiente tóxico de polarización y persecución.
La incapacidad de los actores políticos de entablar un diálogo genuino y de encontrar soluciones conjuntas ha perpetuado este odio. Los intentos de mediación han fracasado repetidamente debido a la desconfianza mutua, la falta de concesiones y el constante juego de poder entre los actores. Este clima de odio tiene un impacto devastador no solo en la política, sino también en la vida cotidiana de los venezolanos. Para superar este mal, es necesario un cambio en el tono del discurso político, la batalla de las ideas o cultural, erradicación de esa enfermedad del alma llamada socialismo (chavismo); un esfuerzo consciente por despolarizar la sociedad, y el fomento de una cultura de diálogo, respeto y tolerancia.
En la tradición cristiana, que es influyente en la cultura venezolana, el mandamiento de «amar al prójimo como a ti mismo» es central. El odio en la política contradice directamente este mandato. Cuando se fomenta el odio entre los ciudadanos por razones ideológicas, se está quebrando este precepto fundamental, lo que convierte al odio en un pecado grave que aleja a las personas de sus principios espirituales y morales.
Los líderes que utilizan el odio para manipular a sus seguidores cometen un pecado de engaño y abuso de poder. El uso de la retórica del odio es un acto de manipulación emocional que explota los temores y frustraciones de la población. En lugar de promover la verdad, la justicia y la paz, el odio distorsiona la realidad y siembra división. Esta manipulación viola los principios morales fundamentales de honestidad.
El odio, cuando es internalizado y promovido por la sociedad, tiene consecuencias profundas en el alma de las personas (soberbia). Se convierte en un veneno que destruye la paz interior, lleva al rencor y corrompe el sentido de justicia. Para la sociedad venezolana, este pecado del odio ha generado un ambiente en el que la reconciliación parece lejana, y las heridas emocionales y espirituales se profusa. Desde una perspectiva teológica, el odio solo puede ser superado a través del perdón y la reconciliación. En la política venezolana, el pecado del odio ha bloqueado el camino hacia una solución pacífica y justa para todos. El perdón no implica olvidar las injusticias, sino buscar un camino donde el diálogo y la compasión sean posibles. Esta reconciliación es necesaria no solo para sanar las heridas políticas, sino también para restaurar la moralidad y la humanidad en los venezolanos.
El pecado del odio en la política venezolana es una manifestación de la corrupción moral que ha invadido el discurso y las acciones de muchos líderes y ciudadanos durante los últimos 60 años. Para superar este pecado es necesario recuperar valores fundamentales como el respeto, la libertad, el derecho a la vida, el derecho a la propiedad, la compasión y el amor al prójimo. También requiere que los actores políticos y la sociedad civil abran el perdón como un acto de fortaleza y no de debilidad. Solo entonces Venezuela podrá iniciar un proceso de sanación profunda, tanto en el ámbito político como en el social con una libertad en marcha.

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