“Según un amplio consenso, la acuñación original del término contracultura se le atribuye al profesor de historia Theodore Roszak, en su libro del año 1968: The Making of a Counter Culture. Reflections on the Technocratic Society and Its Youthful Opposition. En ese concepto germinal, los jóvenes se constituyen en el sujeto fundamental, aunque no exclusivo, de dicha cultura que, por cierto, pretende ser radicalmente desafiliada y desafecta a los principios y valores de la cultura oficial u “ortodoxa”
Por CARLOS COLINA
IN MEMORIAM.A Héctor y Carlos Cáceres (2), los vecinos hippies de mi infancia.
Según un amplio consenso, la acuñación original del término contracultura se le atribuye al profesor de historia Theodore Roszak, en su libro del año 1968 The Making of a Counter Culture. Reflections on the Technocratic Society and Its Youthful Opposition. En ese concepto germinal, los jóvenes se constituyen en el sujeto fundamental, aunque no exclusivo, de dicha cultura que, por cierto, pretende ser radicalmente desafiliada y desafecta a los principios y valores de la cultura oficial u “ortodoxa” (Roszak,1982) (3).
Los jóvenes critican a la sociedad de consumo donde impera la satisfacción ilimitada de necesidades materiales, en un contexto donde los adultos son pasivos y conformes. Ahora bien, para este académico y novelista estadounidense, la cultura naciente entre los jóvenes es crítica y contiene elementos valiosos y rupturistas. La desafiliación juvenil no es un simple movimiento político, sino un fenómeno cultural que trasciende la ideología y apunta a elevar los niveles de conciencia y rescatar las facultades no intelectivas, en la línea de una radical negación de los valores científicos y tecnológicos heredados. De lo que se trata es de derruir el mito de consciencia objetiva de los expertos y a la ciencia como cultura omniabarcante.
En esta línea de ideas, por tecnocracia se entiende la cumbre de la integración organizativa de la sociedad industrial, en donde operan imperativos como la eficacia y la coordinación en gran escala de seres humanos y recursos. La burocracia sería una megaorganización centralizada que se caracteriza por una búsqueda incesante de orden y del control racional. Quienes gobiernan lo hacen remitiéndose a criterios técnicos, y en última instancia, científicos. Es un fenómeno transpolítico que atraviesa las sociedades capitalistas y colectivistas del mundo. La tecnocracia aparece, entonces, como un imperativo cultural indiscutible. Si bien el autor señala que sus técnicas de dominación son sutiles y racionalizadas, puede hablar con ligereza de autoritarismo e inclusive totalitarismo tecnocrático. Al autor no le es ajeno el influjo marxista. El mercado y aún más, la ampliación y masificación de la enseñanza universitaria habrían contribuido a crear la autoconciencia etaria y grupal de la contracultura, tal como sucedió con la concentración del proletariado. La tecnocracia, bajo la égida de la consciencia objetiva, impone dicotomías alienantes, jerarquización, mecanización y despersonalización, en una guerra sin cuartel al alborozo y el goce. El resultado es una vida alienada y extrañada de vivencias significativas. La contracultura plantea la apertura a la experiencia e imaginación visionarias y a la magia, de manera que se expandan los intersticios de la tecnocracia.
En efecto, las contraculturas aluden a fenómenos sociohistóricos que propiciaban cambios en las mentalidades y los valores.
“La circulación de música e imágenes, fueron elementos determinantes en los movimientos contraculturales y los estilos de vida” (Aguilar,2022:24). En ese sentido, la academia debe hacer un intento de trascender la identificación de estos fenómenos, más allá de las imágenes y clichés con los cuales fueron rotulados posteriormente por los mass media y abocarse al estudio de su contexto sociopolítico e histórico específico. Dicho sea de paso, la izquierda latinoamericana osciló en reconocer lo contracultural como una manifestación genuina de resistencia o una expresión de colonialismo cultural.
En cuanto a su dimensión internacional, “… sí podemos hablar en cambio de una circulación global de narraciones, imágenes y estilos de vida, que, sin embargo, no fueron puestas en marcha exclusivamente desde las posturas anti establishment, sino también desde las reacciones del establishment a ellas…” (Aguilar,2022: 23).
Si bien la contracultura fue principalmente estadounidense, la internacionalización no se produjo en una sola dirección. “El llamado Mayo Francés tuvo una inmensa repercusión en toda la geografía americana…” (Carrillo, Carmen, 2006;217). Ese gran acontecimiento icónico y emblemático, galo y global, tenía una impronta definitivamente izquierdista.
“… Los grandes iniciadores de la revolución contracultural fueron los beatniks: Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs, forjadores de la identidad inconformista y, a la postre, cimientos del movimiento hippie. En la segunda mitad de los sesenta Timothy Leary, Ken Kesey, Alan Watts y Norman O. Brown, entre otros, desarrollaron la teoría y praxis contracultural, convirtiéndose en cabezas visibles del movimiento…” (4). Asimismo, el comic underground, la cantante Janis Joplin y otros artistas fallecidos prematuramente, como Jimie Hendrix y Jim Morrison, se cuentan como íconos y símbolos de la misma.
Un análisis pormenorizado de los fenómenos sociales que pretenden integrarse en el término contracultura nos lleva a concluir que estamos hablando de culturas en plural y no de una cultura definida de manera monolítica y singular, tal como parece sugerir su sentido literal y cada una de las interpretaciones en boga. En efecto, no hay un acuerdo general sobre su referente empírico.
En realidad, la denominada contracultura está atravesada por numerosas falacias que esconden paradojas, siete de las cuales son explicadas a continuación:
1 La contracultura tiene raigambre tradicional.
En realidad, las contraculturas estadounidense, europea y latinoamericana tenían un origen plenamente occidental. La contracultura es cultura, porque si bien es constituyente también es constituida. Para Parsons (citado por Molina y Vedia, 2021), en nuestro objeto de estudio estarán presentes los dos vectores del legado roussoniano, por una parte, el colectivismo con su peligrosa deriva totalitaria y, por la otra, la noción de “hombre natural” que conduce al culto extremo al individuo. El vector comunitario se expresará en el anhelo de una comunidad perfecta sin constricciones institucionales, económicas y políticas. Ese linaje roussoniano bifurcado es parte de la influencia del romanticismo en la tradición occidental.
No obstante, más allá de esa realidad fáctica, la contracultura posee una corriente expresamente antioccidental y acoge cierto orientalismo. Para Heath y Potter, existe “… el anhelo contracultural de destruir por completo la cultura y el pensamiento occidentales…”(2005:291). Así y todo, por lo menos puede decirse que la contraposición Occidente/Oriente de la contracultura es dualista e ignora los antecedentes estoicos y cristianos y las interinfluencias históricas. A lo mejor es mucho pedir que percibieran la aparición embrionaria en el escenario del paradigma emergente de la ciencia, con todas sus rupturas con el pensamiento clásico y su convergencia parcial con el legado orientalista.
Esta corriente antioccidental también participa del exotismo y reivindica lo supuestamente auténtico. Esta última noción fue popularizada en 1972 por Lionel Trilling (5) y refiere a lo no industrial, no comercial y pre-moderno. De hecho, lo supuestamente auténtico se podría encontrar viajando al encuentro con lo diferente. Coincidencialmente, la idea del buen salvaje atraviesa no pocas contraculturas.
Ahora bien, a pesar de su matizado antioccidentalismo, los fenómenos contraculturales emergieron, entre otros factores, porque las sociedades estadounidense y europea eran abiertas y pluralistas, en el marco de una globalización mediática incipiente, sobre todo televisiva. Un pluralismo que permitió integrar en USA la cultura liberal, el ascetismo protestante e incipientes manifestaciones orientalistas. Es difícil, sino imposible, pensar que las contraculturas hubieran podido surgir detrás de la cortina de hierro o en el seno de las autocracias islámicas. La tradición liberal occidental y los derechos concomitantes han sido el contexto que posibilitó la emergencia de dichos fenómenos. Asimismo, las principales corrientes culturales-ideológicas que los atravesaron eran intrínsecamente occidentales, a saber, el culturalismo estadounidense y la denominada Nueva Izquierda.
La aversión hacia todas las formas de autoridad y el antiautoritarismo tienen como uno de sus cimientos fundamentales, el culturalismo estadounidense, sobre todo el anarquismo individualista y romántico en el siglo XIX, de la mano de Ralph Waldo Emerson y Henry Thoreau. Compartían con los denominados aprioristas de Nueva Inglaterra, su insatisfacción con los valores de su civilización y una fe en la bondad intrínseca de la naturaleza, por lo que se contraponían a la organización gubernamental “desde arriba”. Asimismo, criticaban la industrialización, la sociedad de masas y valoraban la autosuficiencia. Dicho sea de paso, hablar de sistema, en lugar de “capitalismo”, será un legado del culturalismo estadounidense. “El objetivo central del anarquismo es eliminar toda coacción por parte de la sociedad…” (Heath y Potter, 2005: 89). En su ensayo Desobediencia Civil (1849), Henry Thoreau formuló un alegato a favor de la resistencia individual al gobierno cuando existe una situación injusta. Su libro Walden (1854) se considera un antecedente del anarquismo ecologista. Según el abolicionista masachusetano Lysander Spooner, la clave será combinar una libertad individual plena con alguna modalidad de cooperación social. El culturalismo estadounidense comenzará a expandirse hacia América Latina y el Caribe en la postguerra para intensificar su presencia en los años sesenta.
La denominada Nueva Izquierda estuvo bajo la influencia, por una parte, de la Escuela de Frankfurt (Instituto de Investigación Social) (6) y de Herbert Marcuse, y por otra parte, de Wright Mills y Norman Oliver Brown, cuyo padre era un ingeniero de minas anglo-irlandés y cuya madre era una cubana de origen alsaciano . Por la migración forzada de sus miembros, la Teoría Crítica terminó siendo europeo-estadounidense. En Europa, el Mayo Francés tuvo el influjo del existencialista parisino Jean Paul Sartre.
Otra corriente que atraviesa la contracultura es el nihilismo, que si bien fue conceptualizada por Friedrich Nietzsche, tiene antecedentes que se anclan en la cuna de Occidente, específicamente en la escuela cínica griega.
Las filosofías orientales se incorporarán en la contracultura, bajo una lectura occidentalizada, verbigracia, la importante obra del filósofo británico Alan Watts y de Susuki, en torno al budismo zen. A todo esto esta mirada no desmerita sus relevantes aportes psicosociales y espirituales. No podía ser de otra forma porque toda lectura está situada.
Asimismo, Timothy Leary, quien fue defensor de las drogas psicodélicas como camino hacia la iluminación interior, tenía un doctorado en psicología en la Universidad de California. Con ese bagaje académico experimentará con los hongos del género psilocybe y la mescalina de los indígenas mexicanos de Cuernava, aunque su droga bandera será el LSD. Dicho esto, no nos estamos posicionando sobre la seriedad y solidez de sus planteamientos.
De hecho, para Roszak, la revolución psicodélica de Leary implicaba funestas ilusiones y ciertos jóvenes se adhirieron a su culto de manera imprudente y precipitada. Es evidente que embriagarse de LSD y vivir underground no bastaba para transformar la sociedad:“… la ‘revolución psicodélica’ se remite a este sencillo silogismo: cambia el modo de consciencia predominante y cambiarás el mundo; el uso de la droga ex opere operato cambia el modo dominante de consciencia; por tanto, universalicemos el uso de la droga y cambiaremos el mundo”(184).
Ante las exageradas perspectivas de cambio radical, Parsons señaló la matriz nacional de los experimentos contraculturales. “… el antiautoritarismo individualista prolongaba a su modo el activismo instrumental, piedra angular del edificio estadounidense”… (citado por Molina y Vedia, 2021). El activismo instrumental regula la acción de los actores sociales de cara a la sociedad con la cual están comprometidos. “… A partir de la noción del hombre como instrumento de lo divino se genera un individualismo singular, cuya afinación moral lo distancia del egoísmo beligerante…” (Molina y Veida, 2021). En efecto, es activista porque está impulsado por el ascetismo puritano, pero es instrumental porque el logro humano no es un fin en sí mismo. De lo que se trata también es de crear una buena vida y una buena sociedad. La sociedad es el campo propicio para el logro individual pero también su mejora no deja de ser la meta más elevada del individuo.
En el activismo político estudiantil en específico, Parsons percibió una conformidad soterrada con los valores centrales de la sociedad estadounidense, dado su carácter integrador, adaptativo y funcional. “El romanticismo de los jóvenes, aclara Parsons, es progresista, favorable al avance permanente, y no reaccionario, anclado en el pasado” (1962, citado por Molina y Vedia, 2021). Igualmente, vio con perspicacia que el movimiento de los derechos civiles constituía una consolidación y ampliación de la ciudadanía. De resultas, una manera de resolver el conflicto entre integración y justicia.
2 Cierre y apertura de los fenómenos socioculturales.
La contracultura alude a un conjunto de fenómenos socioculturales, en la segunda mitad del siglo XX, con antecedentes embrionarios en la generación Beat y el rock de los años 50 estadounidenses, para concentrarse con intensidad en la década de los años 60, en USA y Europa, fundamentalmente, y prolongarse en las décadas siguientes. Para Aguilar (2020), la periodización en sí misma debe ser parte esencial de cualquier estudio del tema. Verbigracia, para este autor, el cierre se produce en los años ochenta. En cambio, la investigadora Gloria Graterol (2022) ubica su final en los años setenta. Sin embargo, para otros eso sucedió por lo menos cuatro décadas después, con una disfunción progresiva por integración. “El capitalismo” no sólo sobrevivió, sino que se fortaleció. Todos los logros de los movimientos civiles se lograron por vía de reformas y no por alguna “revolución” aclamada por la contracultura.
En realidad, existe consenso en que los fenómenos etiquetados como contraculturales se concentran en la década de los años sesenta, pero no existe unanimidad sobre el hito terminal, cuestión que no tiene que ver solamente con el carácter general de las periodizaciones sociohistóricas sino con las nociones que cada quien maneja sobre lo que es contracultura. No obstante, existe cierto acuerdo en que estas manifestaciones socioculturales en contra de la “tecnocracia” fueron protagonizadas, inicialmente, por jóvenes estadounidenses contestatarios de clase media, concretamente por Movimiento por de la Libertad de Expresión (Free Speech Movement, FSM), de la Universidad de California, Berkeley, en el año 1964. En suma, se reclamaba la libertad académica y el levantamiento de las restricciones hacia el desarrollo de las actividades políticas en los campus universitarios. No obstante, para Molina y Vedia (2021), el Manifiesto de Port Huron en el año 1962 de los Students for a Democratic Society fue el jalón embrionario del movimiento.
“El nacimiento de lo que se llamó en la década del sesenta la contracultura —cultura juvenil subversiva que se manifiesta en contra del sistema— impone nuevos valores: el hedonismo, el pacifismo, el ecologismo, la noción de autonomía juvenil. La desconfianza por todas las instituciones —religiosas, políticas y empresariales— y el radicalismo se expresan en una serie de actitudes, conductas, cambio en la forma de vestir, liberación de las prácticas sexuales, rechazo del sistema educativo oficial, que junto a otros componentes semióticos constituyen un nuevo sistema sígnico cuya expresión particular es la actitud anti” (7).
Daniel Bell (8) considera a la cultura juvenil liberal, que persigue gratificaciones inmediatas, como uno de los factores del radicalismo de la época. La contracultura es dionisíaca por excelencia (Carrillo, C.2006:211). No obstante, a la larga, en oposición a la contracultura, no solo conspiró su domesticación, por la reinserción de muchos de sus miembros en los espacios normalizados y por la banalización mercantil de sus signos y valores, sino también ciertos elementos políticos corrosivos que trataremos más adelante.
3 Vigencia y caducidad de la categoría contracultura.
Ciertamente, la contracultura no es propiamente una categoría de peso en las ciencias sociales, más allá de apuntar a un conjunto de hechos sociales de una coyuntura específica. En efecto, la categoría en cuestión fue sustituida desde fines de los años 70 por el concepto de culturas juveniles. Como antecedentes de ese concepto, encontramos los estudios de la Escuela Sociológica de Chicago en los años veinte del siglo pasado y las investigaciones de Parson en los años cuarenta, donde las vincula a tendencias hedonistas. “… un sistema autónomo de normas y valores, en choque directo con los elementos que rigen el mundo adulto…” (9). Esta perspectiva funcionalista (y culturalista) prevalecerá en la producción sociológica en los años cincuenta y sesenta. A finales de los años setenta y durante los ochenta, los trabajos Allebeck y Rosenmayr serán germinales en la sociología de la juventud. En esos mismos años ochenta aparece el concepto de tribus urbanas de Michel Maffesoli (1990). Con la llegada del siglo XXI, se consolidará la categoría de culturas juveniles, que da cuenta de la complejidad y pluralidad de expresiones juveniles, por encima de la unicidad identitaria y discursiva, y más allá de sus posiciones político-ideológicas (10).
Ahora bien, el concepto de juventud no es exclusivamente etario, ni cuasi-natural, ni transhistórico, como podría pensarse desde el sentido común. Para Alleberg y Rosenmayr, el concepto de juventud es propio de la postguerra: “… cuando se lleva a cabo, impulsado por los Estados Unidos y demás aliados, un esfuerzo de ‘reeducación’ de los jóvenes alemanes, en la idea de que así se evitarán nuevas desviaciones con los resultados trágicos conocidos por la humanidad…” (11). Sin embargo, los rudimentos de una categoría juventud los encontramos en la antigüedad y la Edad Media europeas, donde se relaciona con lo que adolece. Empero, según los autores citados, en la postguerra habría comenzado a configurarse el concepto de juventud como agente de consumo. Según esta línea de ideas, la nueva división juvenil y sus sucesivas segmentaciones responderían a meras fabricaciones ex novo del marketing. El dilema entre este papel y el de ser un agente cambio estará presente de manera reductora y maniquea en la discusión académica. En los años veinte, además de la Escuela Ecológica de Chicago, encontraremos como antecedentes los planteamientos de intelectuales de renombre: “… Ortega y Mannheim presentarán la sociedad como un conjunto (sucesión) de generaciones…” (12).
En efecto, para el antropólogo social mexicano Felipe Galán estamos ante un “… rechazo a una cultura institucional dentro del marco de una lucha generacional (adulto-joven)…” (Galán, 2018). Estamos hablando de manifestaciones socioculturales juveniles que cuestionaban el orden, los valores y las normas de la “sociedad tecnocrática”. En ese contexto, se sostienen valores alternativos que se expresaban de variadas maneras y medios: música, escritura, arte, protesta y estilos de vida.
Para muchos autores, entre quienes me cuento, la noción de contracultura carece de vigencia académica, más allá de apuntar a un conjunto de fenómenos históricos. Más allá de su internacionalización sincrónica y diacrónica, en el mismo contexto original estadounidense no alude ya a una clase de fenómenos homogéneos, propios de un concepto científico y sus condiciones formales de inclusividad/exclusividad. Para el profesor utaheño de ciencias políticas Keith Melville (Brigham Young University), el movimiento contracultural es extremadamente diverso en lo político y en lo apolítico. De hecho, tiene tanto una corriente pacifista como otra que promueve un cambio radical y violento del sistema político, social y económico. No puede definirse ni por su táctica ni por su propósito (13).
Aun así, todas las objeciones académicas a la categoría no niegan la posibilidad de que cualquier artista, desde su libertad, independientemente del momento histórico vivido, pueda identificarse con el imaginario contracultural, inclusive con alto alcance estético, tal como ocurrió con varios creadores que se presentaron en la Octava edición de Caracas Bruja; La Poética de la Contracultura (31-08-2024), organizada por la licenciada y artista Kara Febles de Caracas Klandestina.
4 La contracultura es una noción clara y confusa.
Para las contraculturas, al igual que para los movimientos sociales propiamente dichos, el objetivo no es la toma del poder político, pero a diferencia de los segundos, la categoría carece de coherencia y solidez. Los contraculturales no estaban interesados en crear nuevas formas de poder pero sí otras modalidades de socialización, aunque sus lazos solidarios nunca fueron duraderos. Así y todo, la contracultura es intensamente política y cultural, y no se reduce a una dimensión simbólica y expresiva.
Para la teórica y crítica holandesa Mieke Bal (14), existen conceptos que pueden distorsionar, desestabilizar y deformar el objeto. La autora señala que son especialmente confusos aquellos conceptos que tienen: “… un alcance demasiado grande que tendemos a utilizar como si su significado estuviera tan claro y fuera tan común como el de cualquier otra palabra en un lenguaje dado” (citada por Aguilar,2022: 33). El maestro mexicano en arte Héctor Aguilar, si bien se aboca al análisis conceptual sobre los fundamentos, periodización y localización de la contracultura, no cree que se pueda llegar a una definición exacta de dicho término.
Dentro de la denominada contracultura encontramos apelaciones a la ilusión y a las utopías libertarias, pero, igualmente, al horror y a las distopías de la revolución cultural china y cubana. En USA estarán naturalmente presentes elementos de su tradición liberal, pero también la impronta de la denominada Nueva Izquierda, que a pesar de sus remozamientos, en tanto marxista, seguirá siendo esencialmente antiliberal o iliberal. Brown y Herbert Marcuse se posicionarán como los principales teóricos sociales de estos jóvenes disconformes. Además de estadounidense, estos fenómenos se producirán inicialmente también en Europa, con el icónico Mayo Francés del año 1968 y su “imaginación al poder”.
Efectivamente, el uso del término de contracultura con un alcance amplio y generalizado lo tornan confuso. De hecho, existe un uso metafórico y metonímico de la noción simplemente asociándola a ciertas imágenes y eventos. Verbigracia, en un solo año, 1967, se producen eventos emblemáticos heteróclitos tales el sugestivo Congreso de Antipsiquiatría (Londres) de inspiración sartreana, el conflictivista Congreso Dialéctica de la liberación (Londres) y el espiritual Human Be In (14/01/67), seguido del Verano del Amor en San Francisco, USA. Asimismo, la contracultura pretenderá integrar ciertos elementos ecologistas y un pacifismo sesgado e ideológico en contra de la invasión de Vietnam, pero que no dirá nada significativo de la Primavera de Praga.
La noción de contracultura procura agrupar fenómenos tan heterogéneos como el Movimiento (estudiantil) por de la Libertad de Expresión (Free Speech Movement, FSM); el hippismo y la revolución psicodélica; el activismo feminista en su segunda ola, por la igualdad y libertad sexual, de la National Organization of Women; el movimiento por los derechos de los homosexuales (Stonewall,1969) y el Movimiento de los derechos civiles de los negros estadounidenses. Estos movimientos sociales eran intrínsecamente heterogéneos y distintos en términos comparativos. No todos los movimientos querían un cambio revolucionario, sino una mejor inserción en el statu quo, especialmente los dos últimos. De hecho, cuando utilizamos el término contracultura en singular, en el desarrollo de este ensayo, es sólo por motivos operacionales y expositivos. En realidad, la noción implica:
“… una secuencia continua de pensamiento y experiencia entre los jóvenes que une en un solo haz la sociología neoizquierdista de Wright Mills, el marxismo freudiano de Herbert Marcuse, el anarquismo de la terapéutica gestáltica de Paul Goodman, el misticismo apocalíptico de Norman Brown, la psicoterapia de origen zen de Alan Watts y, por último, el narcisismo, impenetrable y oculto, de Timothy Leary (en el cual el mundo y sus miserias pueden reducirse al tamaño de una mota de polvo en su vacío psicodélico privado)…” (Roszak,1982:78).
5 La contracultura se resiste y vende
Para Heath y Potter, la contracultura permaneció vigente por lo menos durante cuatro décadas y estuvo ese tiempo intentando destruir el sistema, en su vertiente consumista, pero no lo logró. “… Esta doctrina (contracultural), lejos de ser revolucionaria, ha sido uno de los motores del capitalismo consumista durante los últimos cuarenta años… (Por su espíritu empresarial) (15)… nunca se produjo una colisión entre los valores de la contracultura y los requisitos funcionales del sistema económico capitalista…” (Heath y Potter, 2005:11,13). En su momento, los hippies usaron artilugios y vestimentas alternativas uniformes, para luego integrarse como yuppies de cuello blanco. Según esta perspectiva, que le confiere una relativa extensión prolongada, la contracultura habría derivado en el ecologismo profundo, el multiculturalismo y en las políticas de la identidad. Asimismo, una suerte de pensamiento contracultural se lograría insertar en el mercado editorial y académico de las ideas.
Para los autores citados anteriormente, los productos alternativos han coadyuvado al consumo distintivo y competitivo, porque no son más que otros bienes posicionales. El consumismo cool busca lo más rompedor, pero al final encuentra y adquiere bienes posicionales. En efecto, desde un principio, surgió la moda contracultural, algo que no podía explicar la teoría crítica, ya que obvia los sustratos antropológicos de la indumentaria y la moda.
Woodstock constituyó también un emprendimiento de un grupo de jóvenes que, por cierto, resultó en su momento un fracaso económico rotundo. Este asunto logró revertirse posteriormente con las ganancias del documental que surgió del magno evento.
Sin embargo, el que buena parte de las contraculturas no hayan estado al margen de la lógica comercial no les resta relevancia y significación social sino desde ciertos dogmas anticapitalistas.
6 La generalización de lo particular.
En general, las contraculturas critican a la sociedad de masas, burocratizadas y “deshumanizadas” de la segunda postguerra. Aquellas, ubicadas en pleno auge del estado de bienestar, eran concebidas como formaciones sociales caracterizadas por el consumismo y el conformismo indolente. “Ciertamente, las instituciones y la política en la segunda postguerra del siglo xx carecían de flexibilidad y eran burocráticas…” (Cueva,2008:391). Por otra parte, en ese marco, el individualismo competitivo y el cálculo del interés propio habrían sido algo típico de cierto pragmatismo estadounidense.
Ahora bien, a pesar de que los hijos de la tecnocracia compartían el contexto global del Mayo Francés, no partían de un pensamiento único, en su búsqueda de una individualidad de autorrealización libertaria, políticamente incorrecta. “… La contracultura busca que haya una transformación individual y un activismo que dé cuenta de los cambios de estilo, de estética, de políticas, de filosofía de vida…” (Graterol, 2022:40). La contracultura hippie compartía muchas de las ideas individualistas y libertarias de la filosofía liberal (Heath y Potter, 2005). En términos comparativos, mientras entre los intelectuales europeos el intento de vinculación con el marxismo era claro, entre los estadounidenses la contracultura podía optar por un programa más independiente y, a veces, ligado al anarquismo individualista y al nihilismo.
Las contraculturas se caracterizarán también por el uso banal, superficial e irresponsable de muchas categorías, tales como “totalitarismo”, “autoritarismo” o “fascismo”. ¿Se deberá esto a la la adolecentización (sic) del pensamiento y de la cultura que se produce en su seno, tal como plantea Roszak? ¿O este autor está siendo preso, en este caso, de uno de los discursos manidos sobre la juventud? Más allá de los reclamos, justos o ideologizados, muchos contestatarios y libertarios de la contracultura, soslayaban que sólo el contexto liberal les había permitido configurar y desarrollar sus reclamos y reivindicaciones.
De la mano de Herbert Marcuse —influido por Wilhem Reich—, como de Theodore Roszak, la contracultura realizará un diagnóstico sesgado de la sociedad, al generalizar el impacto de una de sus tendencias. No hay tal imperio totalizador de la racionalidad instrumental ni de la “tecnocracia”. No toda la ciencia y la tecnología rigen una sola lógica fáustica del dominio. Paradójicamente, la ratio deja intersticios de libertad. Existen otras sensibilidades, muchas de las cuales emergieron con las mismas contraculturas, y otras lógicas que atraviesan la sociedad, que a veces son descentralizadoras y democratizadoras. La razón puede ser mutilante pero también puede ser una razón sensible. Lo apolíneo coexiste con lo dionisíaco. La libertad de mercado permite como ninguna otra instancia la innovación y la creatividad humanas. Por cierto, a posteriori, el devenir de la red de redes ha estado atravesado por la coexistencia de estas múltiples lógicas. Desde el Internet de la libertad hasta el Internet vigilado por los algoritmos. Por otra parte, el nuevo paradigma científico ha trastocado las lógicas clásicas, y la ciencia cuestionada por la teoría crítica y la contracultura es una ciencia histórica, clásica y tradicional, ya superada.
En la crítica al totalitarismo por parte de la contracultura marxista, existen incoherencias, verbigracia, el énfasis se realiza solo sobre el fascismo, que tuvo un alcance temporal relativamente corto. El criterio cronológico puede parecer baladí, pero el totalitarismo comunista se prolongó por numerosas décadas más, con un costo humano invaluable en vidas, pobreza y persecución política. Es indudable que La Psicología de las masas de Wihelm Reich y La personalidad autoritaria de Adorno contienen algunos aportes a una loable crítica freudomarxista del fascismo, pero no se encuentran textos de igual peso en la crítica al estalinismo y el totalitarismo marxista, e introducen como contrabando la idea de que el fascismo se produce como continuidad de la civilización occidental. El iluminismo habría sido una vía aparente hacia el fascismo. “Lo asombroso de este punto de vista es la continuidad que Marcuse dice ver entre la Alemania fascista y la sociedad estadounidense contemporánea. En su opinión, los campos de concentración y las armas nucleares son sólo dos manifestaciones distintas del mismo fenómeno psicológico subyacente…”(Heath y Potter, 2005:64). La crítica del totalitarismo socialista soviético es marginal o inclusive se incurre en su defensa. Al rechazar el premio Nobel, Sartre arguyó que ese galardón internacional se había erigido para combatir al bloque del Este. Es decir, dicho filósofo critica manifestaciones de la cultura occidental en donde se permite precisamente la crítica, pero defiende sistemas donde se clausura.
7 La transgresión normativa.
En concreto, el rechazo a todo tipo de autoridad y el antiautoritarismo de las contraculturas tiene fundamentalmente dos orígenes: los postulados de la llamada Nueva Izquierda y el culturalismo estadounidense:
“… Se puede afirmar de entrada que, en la mentalidad estadounidense, la autoridad casi siempre tendió a confundirse con la superioridad jerárquica y el riesgo del atentado contra la libertad. Los estadounidenses tienden a desconfiar del Estado, que para ellos no es otra cosa que ‘la administración’ y no exactamente un bien común…” (Cueva, 2008:191). Los contraculturales confundían poder y autoridad, y vinculaban directamente esta última con la coerción. Esta confusión tenía sus raíces en el anarquismo y el nihilismo norteamericano.
Por otra parte, la Nueva Izquierda privilegió la emoción sobre la razón: “… acabó caracterizándose por sus ribetes anarquistas, su infantilismo, por su escapismo y la búsqueda de la autogratificación, a falta de cualquier madurez ideológica y coherencia, y por sus reminiscencias de Fourier…” (Brzezinski, 1970: 340,349, citado por Cueva, 2008;277). A partir del conflictivismo propio de la ideología marxista, se procede a idealizar la rebeldía y la resistencia por sí mismas. No obstante, no es lo mismo rebelarse contra una convención injusta que ante una norma legítima, conveniente y beneficiosa para todos. No toda institución ni coacción está relacionada con la dominación, en su sentido connotado peyorativo.
“… Lo que confiere autoridad es alguna superioridad de valor que se percibe en un sentimiento o consentimiento por parte de quienes la reconocen y se someten a ella de buen grado. Y es auctoritas porque hace augere, o sea, aumentar o crecer en valor a los otros, y eso es precisamente lo que eleva al auctor a la condición de admirable” (16). Existen, según Weber, tres tipos de autoridad y la autoridad racional-legal moderna sustenta su legitimidad en la confianza en las reglas, leyes y constituciones de cada sociedad. No es igual a la autoridad tradicional o carismática. Menos aún, no se está hablando de las decisiones arbitrarias de una tiranía. Para Luhmann, la autoridad “… no es un vértice ni un centro, sino un recurso funcional para hacer más eficaz el sistema…” (Cueva,2008:195).
Las comunas de los 60, cimentadas en la propiedad común y la cooperación, fracasaron en su intento de coexistir sin preceptos, porque resurgieron los conflictos y tuvieron que restablecer ciertas normas. El peligro autoritario surge allí también donde se ignora que siempre somos, simultáneamente, comunidad (gemeinschaft ) y sociedad (gesellschaft ), es decir, siempre habrá elementos que nos unan y otros que nos separen. En la relación con la otredad, convivirán siempre el amor y la hostilidad porque Eros y Thanatos nos atraviesan. Ante la reivindicación de la democracia directa por parte del anarquismo, Parsons argüirá que las asambleas también son susceptibles de manipulación y todos tenemos ejemplos en experiencias propias.
Dentro de la perspectiva contracultural, la moral pasó a tener connotaciones punitivas y represivas. Junto al rechazo de toda institución y norma, encontramos también un rechazo a la moral que conduce al relativismo del todo vale, obviando que la ética y la moral son necesarias e inevitables, porque la libertad solo es loable mientras no se lesionan los derechos de otros. “Este es el sentido de la definición de liberalismo en cuanto al respeto irrestricto a los proyectos de vida de otro” (Benegas, A.2022). Estamos hablando de relaciones interpersonales de respeto recíproco. La ética nos conduce a principios tan importantes como responsabilidad y límites, y a establecer una jerarquía de valores.
En efecto, estos rechazos condujeron a que los neoconservadores se apropiaran del tema moral. Por otra parte, el relativismo moral enfrenta un final trágico, también puede ser imputado de relativo. No obstante, el relativismo cultural no es desestimable del todo, siempre y cuando no ponga en juego los derechos humanos. De hecho, ha sido un elemento invaluable para superar los distintos colonialismos y la aproximación debida a otras culturas.
El relativismo moral puede llevarnos a confundir la lícita protesta social contra el statu quo, con la conducta criminal: la disidencia con la delincuencia. No es lo mismo suscribir la legítima libertad de consumo de drogas (Escohotado, A. 1994) dentro de un estado que provea educación e información científica pública sobre sus efectos nocivos que pretender emplearlas como arma arrojadiza en contra de otra nación, o estar en colusión con el narcotráfico, tal como ha hecho un sector de la izquierda latinoamericana.
La paradoja de la transgresión y de su reivindicación per se surge cuando forma parte de un código y el asunto consiste siempre en oponerse, es decir, se constituye de facto en una norma rígida.
La Nueva-Vieja Izquierda totalitaria
Para Joan Font Roselló (2019), la contracultura es una suerte de escolástica de la autodenominada Nueva Izquierda, que, por cierto, nunca cambia su núcleo duro: siempre conserva lo esencial del dogma. Para entender a Font Roselló, cabe citar el significado enciclopédico de la escolástica medieval: “… es una corriente filosófica que buscó relacionar e integrar de la mejor manera posible la razón con la fe pero colocando siempre la fe por encima de la razón” (17). En realidad, las contraculturas tienen raíces variopintas, pero la izquierda borbónica ha tratado de construir y reconstruir y cooptar dichos fenómenos sociopolíticos y culturales, desde sus inicios.
Uno de los problemas del reduccionismo simplificante del marxismo tiene que ver con su concepción dicotómica y fosilizante del poder, ora se es dominante, ora, se es dominado. Ignoran la dualidad de las estructuras institucionales, que pueden restringir en un sentido, pero posibilitar en otros. Así y todo, las contraculturas estadounidenses tuvieron la influencia del freudomarxismo. De la explotación marxista a la represión freudiana se pasó al concepto de opresión, en donde el “oprimido” es victimizado y ocupa un lugar inamovible, sin la posibilidad de intercambiar roles. “Opresor” y “Oprimido” tienen poder o carecen de ello, porque supuestamente dichos “polos” no están sometidos a una dinámica cambiante y a reequilibrios. ¿No nunca habría que cuidarse de las víctimas y más aún de sus supuestos representantes? La historia parece decir otra cosa.
La Escuela de Frankfurt encontró alta resonancia en la denominada Nueva Izquierda estadounidense. Las obras Eros y Civilización (1955) y El Hombre Unidimensional (1964) catapultaron a H. Marcuse como uno de los intelectuales más influyentes de esa corriente, junto al sociólogo norteamericano Wright Mills. Para el filósofo y sociólogo germano estadounidense, la tecnocracia constituía un nuevo autoritarismo, con capacidad de proveer satisfacciones de tal modo que podía generar, a su vez, sumisión (citado por Roszak, 1970).
El freudomarxismo integró las desfasadas teorías de los instintos con el reduccionismo marxista. Para Marcuse, en nuestras sociedades, además de la represión básica que Freud identificó en El malestar en la Cultura, existe una sobrerrepresión que tiene que ver con el “dominio de clase”. Esto se expresa en la desublimación represiva, que neutraliza nuestra capacidad erótica y la reorienta al consumismo. El nudo de la explotación psíquica apaga y debilita a la energía libidinal y asimila sus zonas de peligro.
Si bien en las tesis de este autor, como en los escritos de Wilhem Reich, existen elementos libertarios en el plano de la sexualidad, plenamente reivindicables, su concepción global de la sociedad es harto simplificante. No existe un hombre unidimensional sino un enfoque unidimensional de la sociedad donde los seres humanos despliegan sus vidas. Como marxista suscribe las ideas tramposas de revolución y emancipación, que siempre han terminado por intensificar las atrocidades del poder que denuncian, constituyendo estados policiales que espían e invaden la vida privada y las comunicaciones de los ciudadanos.
Para Herbert Marcuse, “… la auténtica emancipación sólo sería posible si Eros saliese ganando en la batalla por controlar el ello” (citado por Heath y Potter, 2005: 72). Ante una sociedad enferma, una revolución debería garantizar un principio de realidad no represivo. La teoría antropológica de Marcuse se define básicamente por el principio del placer y reivindica el polimorfismo erótico.
Sin embargo, paradójicamente, la tendencia homogeneizadora de lo mass media no era ineluctable y no logró su cometido, al menos no siempre. No logró unificar todos los gustos y alternativas. A la postre, surgió la fragmentación, segmentación y personalización de las audiencias.
Como cierre podemos decir que lo que se ha definido como contracultura apunta a una coyuntura histórica que combinó la utopía y la distopía, la ilusión y el horror, luces y sombras, disgregados o congregados entre actores sociales equivalentes o distintos. Es un momento histórico germinal y catalizador de importantes movimientos pro-derechos humanos, que lograron importantes conquistas en las democracias liberales. Es tarea pendiente la lectura de ese pasado etiquetado como contracultural, desde unas ciencias sociales no comprometidas con ningún dogma, así como la reconstitución política de los movimientos sociales actuales desde el liberalismo, para evitar su fosilización ideológica y su inoperancia pragmática.
Con sapiencia, Parsons señaló que el saldo de la contracultura no fue unilateral, por una parte, muchos de sus reclamos se revelaron efímeros pero otros se incorporaron a la línea del cambio social evolutivo. Buena parte de sus críticas se dirigían a un mundo que estaba feneciendo, porque estaba emergiendo la sociedad postindustrial o sociedad de la información, con cualidades en gran medida disímiles. Con todo eso, no es lo mismo el registro real del nivel sociológico y antropológico de análisis, atravesado por la flecha del tiempo, que el registro imaginario, donde las búsquedas de mayores niveles de consciencia son atemporales y, siempre, bienvenidas.
Referencias
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Benegas Lynch, Aberto (10-05-2022), “Cultura y Contracultura”. Infobae. https://www.infobae.com/opinion/2022/05/14/para-el-analisis-cultura-y-contracultura/?outputType=amp-typ.
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Escohotado, Antonio. InMemoriam (25-08-2020). “Debate sobre la despenalización del uso de drogas” Moderador: Ángel Casas”. Los unos y los otros (1994). TVE. https://www.youtube.com/watch?v=hILSWuMbbgk
FONT ROSSELLÓ, JOAN (23-06-2019). “La contracultura como escolástica de la nueva izquierda”. Diario EL Mundo. Tribuna. Opinión. https://www.elmundo.es/baleares/2019/06/23/5d0fb45bfdddff934f8b4630.html
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1 Ponencia presentada en Caracas, el sábado 31 de agosto de 2024. Octava edición de Caracas Bruja; La Poética de la Contracultura, organizada por la Lic. Kara Febles de Caracas Klandestina
2 Sin valoración propia de por medio, no transitaron a yuppies, pero si a profesionales sensibles, contador e ingeniero agrónomo, respectivamente.
3 El nacimiento de la contracultura. Reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil. 7ta. Edición. La 1era edición en español se produce en el año 1970.
4 Wikipedia.
5 Según Wikipedia, realizó críticas matizadas a la nueva izquierda pero no se aglutinó con los neoconservadores
6 Sede itinerante: Francfort, 1923. Ginebra, 1933.Nueva York, 1834. Francfort, 1951.
7 Lotman y Uspenski, 2000: 179-184, citados por Carrillo, Carmen, 2006:209.
8 (1988, citado por Carrillo, Carmen,2006)
9 (citado por Urraco,2007:112).
10 Reguillo, 2013; Valenzuela, 1988; Manzano, 2017, citados por Graterol, 2022
11 (Urraco,2007:115/las itálicas son mías).
12 (Urraco, 2007;111)
13 (1972, citado por Graterol, 2022:42)
14 Bal, Mieke(2009). Conceptos viajeros en las humanidades; una guía de viaje. Murcia: CENDEAC.
15 El agregado es mío
16 (Arteta, 2002: 36, citado por Cueva, 2008: 208-209)
17 https://www.significados.com/escolastica/
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