Rómulo y mi mamá se habían enamorado casi a primera vista. En el intercambio epistolar del año 57 él acusaba el peso de las turbulencias del exilio. Su matrimonio con la costarricense Carmen Valverde estaba fracturado por los incesantes avatares de aquella década. Pero ese mismo año de haberse conocido, mamá y Rómulo acordaron que no iba a divorciarse hasta terminar el período para evitar sumarle más pesos al necesario vuelo que se debía alzar para construir la democracia. Y no sería hasta 1964 que yo me enteraría de que ambos tenían una relación sentimental, para entonces ya de siete años. Y se cuidaron muy bien de no ofrecer en modo alguno pistas de aquel romance y mucho menos servir la escena para que alguien pescara con mala intención algo.
Rómulo asumió finalmente el 13 de febrero de 1959 la Presidencia, mismo día que mamá se mudó de Los Chaguaramos a La California Norte, a una casa que compró con la ayuda de mi abuelo y de una hipoteca en el extinto Banco Hipotecario de Crédito, era la quinta «La Churica». Churica era el apodo que usaba yo para mi mamá desde que habíamos estado en Ann Arbor, donde mis papás en los años cuarenta terminaron sus board. Él en Cirugía Ortopédica y Traumatología y mi mamá en Psiquiatría Infantil y Adolescente por las universidades de Columbia, Chicago y Michigan.
En medio de la ida y llevaba de peroles, ambos oíamos el discurso de toma de posesión del nuevo presidente. Y con más calma pude leer y releer muchas veces el discurso, pues Rómulo le había enviado el manuscrito original que usó para leer ante el Congreso y que aún conservo con la tarjeta escrita a mano con la siguiente dedicatoria: «Para ti, mujer querida, con quien he hablado y discutido estas páginas de apasionado amor por nuestra tierra, antes de escribirlas para que fueran testimonio de un compromiso inclaudicable por Venezuela. Tu R. 15 de febrero de 1959».
Y había sido así. Desde diciembre y en enero Rómulo muchas veces había ido a la casa y discutía ideas con mi mamá sobre lo que debía decir aquel día que lo aguardaba. En esa absoluta comunión intelectual que ambos tenían, sumado a la ternura del amor, era muy fácil para ambos fundirse en una idea y debatirla con el común compromiso por el país. Ambos conocían la dureza de las luchas que los había llevado a ese momento cumbre. Mi mamá era miembro fundadora del PDN, había hecho pasantías en la Cárcel Modelo y junto a mí le tocó también exiliarse.
La llegada a La California significó finalmente una nueva etapa para mi vida y también para mi mamá de forma particular. Su relación con Rómulo enfrentaría cinco años que imposibilitaban vivir a plenitud. Y no escatimaron esfuerzos en que así sucediera, bajo la premisa de un respeto absoluto. Mis abuelos también vivían con nosotros, los cuales bajo esa cualidad de «godos del Guárico» fungían como una especie de chaperones a las visitas romulianas a casa, aun cuando ellos no sabían tampoco, ni una remota sospecha, de la relación con mi mamá, y además en lo personal, significaba para mí un éxtasis de felicidad por tener tan cerca y en lo cotidiano a mi abuela Mercedes Viso y también a mi primo René Francisco que, como siempre he dicho, es formalmente mi hermano y uno de mis más grandes afectos con quien compartí los mejores años de aquella infancia.
Una tarde de aquel año 59 visitó nuestra casa la señora Carmen Valverde, esposa de Rómulo. Fue recibida muy convencionalmente y en forma conspicua por mis abuelos, Humberto y Mercedes y por mí, pues mi mamá aún no había regresado a casa de aquella lejanía que para entonces significaba trabajar en San Martín en el Consejo Venezolano del Niño y vivir en La California. Esa extraña visita de Carmen, que nunca dejé de recordar, supongo se alimentó de la absurda sospecha de que quizá Rómulo había establecido formalmente otra casa y otra mujer y que aquello significaría un despelote moral. Pero esencialmente Carmen había ido a conversar del consejo que había dado Virginia, la hija de Rómulo, a través de un telegrama dirigido a su papá, que conservo y en el que dice «Dale el palo a la lámpara. Nombra a Reneé Hartmann ministro de sanidad«.
Al paso de los años, cuando mi mamá y Rómulo volvieron a Caracas, tras su extensa luna de miel, la relación entre Carmen y mi mamá fue cordial y respetuosa, como ya lo había sido antes el exilio, en el que todos los exiliados se habían convertido en una sola familia. No hay ningún incidente ni mucho menos algún agravio entre ellas, tampoco entre Rómulo y Carmen ni aún en el divorcio del cual hablaré extensamente más adelante. De hecho, cuando Carmen enfermó, mi mamá vigilaba como buen médico y con mucha diligencia, el envío diario de la comida a la casa de Carmen desde Pacairigua. Y Rómulo por su parte, guardó inmenso respeto a Carmen toda su vida y el sincero cariño que dejó como fruto los años de su matrimonio.
Las constantes visitas de Rómulo, que en medio de los trajines del día a día ocurrían, me permitían las veces que coincidíamos en oír y saber los pormenores tan escabrosos de lo que iba desarrollándose en Venezuela y la velada amenaza que existía sobre las posibilidades de un golpe de Estado, de alzamientos militares o fracturas internas en el gobierno o en AD. Eran días en los que nadie daba media locha por la continuidad del gobierno de Betancourt.
Era paradójica la resistencia que algunos líderes de AD y amigos de Rómulo, como Gonzalo Barrios o Paz Galarraga, mantenían con él y que a veces causaban disgusto, pero en ningún caso algún problema relevante pues él ejercía con total firmeza su puesto de mando y no escatimaba en imponer su autoridad y su ejemplo para ordenar cualquier caos. Rómulo supo muy bien separar su cualidad patriarcal en AD de su cargo como presidente, así que las tensiones partidistas las dejaba fluir, sabiendo siempre el innegociable respaldo de la base que él tenía. Muchas otras cosas sumaban más preocupaciones sobre el incipiente gobierno que tenía como responsabilidad enderezar la carga y echar a andar al país.
Una de ellas sin duda fue que ese mismo año 1959, Fidel Castro había derrocado finalmente a Fulgencio Batista el 1º de enero. Con él Rómulo zanjará pocos días después el camino y nada se interpondría para que entre ambos se cultivara un exacerbado odio, al que sin titubear ni un milímetro el propio Rómulo enfrentaría a lo largo de todo su gobierno. A pesar de la cercanía afectiva que Betancourt tuvo con Cuba, por la etapa del exilio que él vivió allá y en la que forjó grandes amigos como Aureliano Sánchez Arango y Raúl Roa, entre otros, que eran a su vez amigos y colaboradores de Fidel Castro.
La izquierda venezolana asumió con la victoria de Castro en La Habana y el apoyo clandestino de éste la violencia como medio para intentar acabar con la democracia. Fidel necesitaba con desespero hacerse del control de Venezuela y con ello del petróleo para poder fortalecer la lucha contra Estados Unidos. Y ya varias semanas antes, como narré en el capítulo anterior, Rómulo había sido tajante en negarle el petróleo y las armas a Fidel, cuando éste fue invitado por la izquierda y muchos otros a Venezuela como héroe de la Sierra Maestra.
Y es que Castro había venido agradecer especialmente el apoyo incondicional que le dio Wolfgang Larrazábal, amigo de la izquierda y los comunistas. Para entonces Fidel no se había declarado marxista, de hecho, sus ideas, al menos públicas, eran muy distanciadas de eso. Todo el mundo había apoyado la lucha cubana, era una necesidad para América Latina defenestrar a Batista. Y Venezuela fue clave en el apoyo al exilio cubano que dedicaba todos sus esfuerzos a apoyar a los barbudos caricaturescos de la Sierra Maestra. Sin embargo, la visita de Castro indignó a Rómulo, que durante esos días prefirió no estar en Caracas, por el desfile de todos los guerrilleros cubanos con Fidel a la cabeza y armas en mano por las calles de Caracas y presentados incluso ante del Congreso Nacional, bajo la mirada aprobatoria de Edgar Sanabria, presidente de la Junta de Gobierno.
Hoy por hoy más de alguna entelequia repite como loro que Rómulo era comunista y que apoyaba a Fidel. Pero nada mas distante de eso y quien lo repite no hace sino titular su ignorancia ante la masa que parece adolecer de un alzhéimer histórico.
Ni Venezuela ni su petróleo fueron asaltados por Castro y ese fue el norte de lucha de Rómulo que sabía que su caída del poder significaría la debacle histórica (acaso ¿final?) de nuestra nación. La resistencia de Rómulo siendo presidente se pierde de vista y fue clave en nuestra historia aunque en el tiempo una serie interminable de errores políticos, desde la pacificación hasta el retorno de Fidel en 1989 con la alfombra roja de los “abajo firmantes”, luego desde la defenestración de CAP a la debacle de la democracia y la llegada al poder de Hugo Chávez bajo la batuta de Fidel en 1998. Y con aplomo, pero con mucha mano dura, en su momento histórico, Rómulo enfrentó la enorme y violenta conspiración que se desató fundamentalmente contra el país, más que contra él mismo y que era dirigida por el propio Fidel desde La Habana.
Y en los años siguientes de su gobierno Betancourt demostrará con creces que en el mano a mano que tuvo con Fidel no le iba a ganar al país. Fortalecerá personalmente su relación de presidente y comandante en jefe con las Fuerzas Armadas. Él y solo él sin ayuda atenderá el tema militar y no permitirá ni un solo intermediario para evitar que de los intermediarios surgieran solapadas conspiraciones o malos entendidos en su forma de gobernar: «La mejor política con los militares es no hacer política con los militares».
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