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El periodismo en Romanace

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De la estancia porteña y la faceta periodística de Alejandro Romanace nada se ha escrito; de hecho, resulta difícil conseguir referencias suyas en fuentes contemporáneas. Don Torcuato Manzo Núñez, en su Historia del Estado Carabobo, nos ofrece una breve pista señalando que este periodista y poeta nació el 22 de mayo de 1866 en Valencia, identificándolo como un formidable sonetista cuya obra fue muy popular en sus días, por su alto contenido poético y soltura en la dicción.  

Sus tempranas andanzas en el periodismo tienen lugar en Puerto Cabello, cuando a principios de junio de 1888 funda El Corresponsal, del que funge como su redactor. El periódico sale a la luz con cierta premura y en pequeño formato, por lo que Romanace se excusa con sus lectores manifestando deseaba uno del doble del tamaño empleado. Se imprime aquél en la misma imprenta en la que se editaba La Mayoría, órgano informativo abanderado de la candidatura del general Raimundo Fonseca. Advierte el redactor, además, que no se trataba de un impreso para individualidades o la política sino, más bien, uno informativo y para el público en general. No es extraño, entonces, que se convierta en portador de quejas acerca del día a día: los bañistas que al frente del muelle, en la playa del Castillo, tenían la costumbre de bañarse “llevando por traje de baño el mismo que en mejores tiempos llevara nuestro primer padre en el Paraíso”; la falta de un reloj en buen estado en la estación del ferrocarril; la necesidad de policías con carácter permanente en la misma estación; la “zalagarda” en la calle Plaza y otras a tardías horas de la noche producto del alcohol, etc. De hecho, Romanace insiste en recordar al público que no persiguiendo otro fin que no fuera el de velar por los intereses de todos en general, estaba dispuesto a dar publicidad a toda queja justa, encaminada a denunciar o corregir alguna falta cualquiera que ella fuera. 

Su visión acerca del oficio es muy clara, tal y como se aprecia en el editorial que publica en la edición del 18 de julio, que bien vale transcribir en extenso: «El periodista no es otra cosa que un agente al servicio del público y pago por él./ Para ser periodista se requiere imparcialidad, amor á la patria y una honradez á toda prueba./ Velar por los intereses del pueblo, enseñarle sus deberes y derechos y defender sus fueros, cuando estos se vean atacados por algún Magistrado perjuro; he ahí la misión del periodista. Los que así no llenan sus atribunes (sic) no son tales, sino espías disfrazados que van a manera de sondas á conocer en el seno de la confianza los propósitos del pueblo y á decirle falsedades con la idea de anarquizarlo y desbaratar sus planes legítimos. Esos deben ser tratados como merecen; y el pueblo, por decoro, por conveniencia y por moralidad, no debe aceptarlos por un momento y mucho menos contribuir á un sostenimiento./ Alimentar un periódico de esta especie es un crimen de lexa patria que implica ignorancia, y completa falta de sindéresis en una sociedad…».

Romanace criticaba los periódicos que recibían alguna subvención del erario público, los que de entrada consideraba sospechosos y parciales, al tiempo que se quejaba de lo difícil que resultaba sostener una empresa de ese tipo, de allí que los periódicos falsos fueran la mayoría lo que resultaba lamentable, ya que la prensa –decía– es un libro de enseñanzas ¿y qué se podrá esperar de una lectura que no encierra sino mentiras y corrupción? Así comienza a ganarse enemigos como periodista honesto y sincero, bastante alejado del periodismo panfletario y apologético tan común en nuestro siglo diecinueve. No había transcurrido ni un mes desde el lanzamiento de su diario, cuando muda la redacción a Valencia, pues un serio problema surge con la imprenta del puerto que le impide seguir haciendo su periódico allí. La disputa involucraba a Teófilo Aldrey Jiménez, propietario de la imprenta de La Mayoría, quien le reclamaba que hacía uso de aquella imprenta sin su autorización, amenazándolo con reclamar daños. 

Su postura combativa acarrea el cierre temporal del órgano informativo producto –según Romanace– de una “indignidad” y la calumnia, reapareciendo el periódico el 16 de agosto del mismo año. Nuevamente, el valiente periodista toma la pluma para decir: «Nosotros no somos demagogos; servimos á una idea y no á un hombre». Sin embargo, corta vida tendrá El Corresponsal, una más de las aventuras periodísticas de nuestro personaje, quien encontrará en la poesía un terreno menos conflictivo y más fértil en el que desenvolverse, hasta su fallecimiento el año mil novecientos tres.

@PepeSabatino

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