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Castigos y premio

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Antes de que Ana Corina Sosa, hija de María Corina Machado, recogiera el lunes en Estrasburgo (Francia) el Premio de Derechos Humanos Václav Havel concedido a la líder política venezolana, el régimen de Nicolás Maduro ya había dado un paso más en su cerco represor.

Milciades Ávila y Edwin Moya, integrantes del equipo de seguridad de Machado, fueron secuestrados y permanecen en paradero desconocido. “Hoy (por el domingo) tengo dos nuevas razones muy profundas para no descansar hasta que liberemos a Venezuela”, escribió la dirigente de Vente Venezuela en un post de la red X. Y la palabra de esta mujer, que ha soportado amenazas, descalificaciones, golpes y persecuciones, es justo de lo que carece la dictadura que mal gobierna el país.

El premio concedido por el Consejo de Europa, integrado por 46 naciones del viejo continente, y del que fue expulsado Rusia en 2022, tiene un extraordinario simbolismo en virtud de la dimensión histórica de Václav Havel, incansable luchador por la democracia y la libertad con hondo sentido ético. Dramaturgo, escritor y político, nacido en 1936 en Praga, entonces capital de Checoslovaquia, Havel padeció desde joven, por su origen burgués, la discriminación del régimen comunista implantado en su país. 

Por décadas, desde antes incluso de la invasión soviética de 1968 que aplastó las reformas políticas de la Primavera de Praga, Havel fue un disidente. Su producción literaria y obras teatrales, algunas finas sátiras del lenguaje de los burócratas, lo pusieron en la mira del régimen que lo presionó para que abandonara el país y en otras oportunidades lo convirtió en reo de la injusticia oficial. Su nombre y su figura adquirieron relevancia política internacional por ser uno de los promotores de la célebre Carta de los 77, difundida el primero de enero de ese año, en el que se exigía al gobierno checoslovaco el respeto de los derechos humanos. La respuesta, un castigo más: fue puesto en custodia policial y luego condenado a 14 meses de prisión.

Aún hubo que esperar doce años para que aquel régimen rocoso e inamovible, como el de todos los países de la órbita soviética, tras la Cortina de Hierro, se desplomara. En días frenéticos de protestas, entre el 17 y el 29 de noviembre de 1989, alentadas por los vientos de cambio de la perestroika de Mijaíl Gorbachov, el Partido Comunista de Checoslovaquia con una sucesión de dimisiones de sus altos cargos perdió el poder que había controlado desde antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Y a finales de diciembre, Havel, de enorme estatura moral y representante de un poderoso movimiento cívico, fue investido presidente.  

Tiempos y escenarios distintos a los que vive el mundo hoy y, en particular, los venezolanos. Sin embargo, los tres componentes, la sustancia vital, que distinguieron la lucha de Havel y la de los checoslovacos, está presente y muy viva en la fuerza que reclama el cambio político en nuestro país: democracia, libertad y un profundo contenido ético del ejercicio político. “… una lucha que continúa, que es más grande que cualquiera de nosotros”, resumió María Corina Machado el significado del Premio Václav Havel.

 

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