La muerte del líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, en un ataque israelí contra su cuartel general en Beirut, este viernes, trastoca por completo el devenir de la guerra con Israel. Nasralá se convirtió en secretario general del Partido de Dios en 1992 cuando, paradójicamente, Israel mató a su predecesor, Abbas al-Musawi. Durante más de tres décadas, Nasralá ha estado al frente de la milicia chií libanesa, comandando a sus milicianos en los diversos enfrentamientos que han protagonizado contra el Ejército israelí.
Pero el líder de Hezbolá murió este viernes a sus 64 años junto con otros altos cargos de la organización terrorista libanesa mientras se reunían en la sede principal, creyéndose a salvo de las bombas del enemigo. Sin embargo, en torno a las 18:00 hora local (una hora menos en la España peninsular), Israel lanzó un ataque sin precedentes contra el barrio chií de Dahiye, en el sur de Beirut, considerado el feudo de Hezbolá. Poco después, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) informaban de que habían bombardeado el cuartel general de la milicia chií, que se encontraba «incrustado» bajo edificios residenciales.
Hasta seis construcciones se desplomaron como si fueran castillos de naipes, matando a once personas e hiriendo a más de 90. Un balance que podría aumentar en las próximas horas, ya que aún hay personas desaparecidas bajo los escombros y los ataques contra Dahiye se han repetido durante la jornada del sábado. Pero, el asesinato del líder de Hezbolá llevaba ya mucho tiempo cocinándose en los fogones de los servicios de Inteligencia hebreos. La operación, bautizada bajo el nombre ‘Nuevo Orden’, empezó a gestarse el pasado 11 de octubre, tan solo tres días después de que la milicia chií libanesa abriera fuego contra Israel en «solidaridad» a Hamás en la franja de Gaza.
Sin embargo, las condiciones tanto políticas como de Inteligencia y operativas para llevar a término la operación no fueron las adecuadas hasta el pasado miércoles, según publica el medio hebreo The Jerusalem Post. La decisión ya estaba tomada y, desde ese momento, se inició una angustiosa espera que terminó con el visto bueno del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, desde la sede de la ONU, donde acababa de dar su discurso en la 79ª Asamblea de Naciones Unidas. La elección de lugar para dar una orden de este calibre también entraña toda una paradoja.
Desde el atril de la ONU, Netanyahu advirtió tanto a Hezbolá como a Irán de que «no hay ningún lugar que Israel no pueda alcanzar». Unas palabras que se confirmaron pocas horas después en pleno corazón de la capital libanesa. El mandatario israelí ya era consciente de la operación incluso antes de montarse en el avión oficial y poner rumbo a Nueva York. El viaje también formaba parte de una técnica de distracción para crear una falsa sensación de seguridad y animar al grupo terrorista a reunirse, así como los vaivenes sobre una posible tregua. Con Netanyahu fuera de Israel no habría operativo, o eso es lo que querían hacer creer.
Pero, como publica The Jerusalem Post, durante todo el trayecto a Estados Unidos se celebraron varias consultas de seguridad, con actualizaciones de los servicios de Inteligencia sobre la evolución de la situación en el Líbano y la preparación de la Fuerza Aérea, en especial el Escuadrón 69, para llevar a cabo el ataque con bombas antibúnker. El jueves por la noche, el gabinete volvió a reunirse por teléfono. Netanyahu dirigió los preparativos desde la habitación de su hotel ya en Nueva York, tras consultar con el ministro de Defensa, Yoav Gallant, el jefe del Estado Mayor de las FDI, Herzi Halevi, y el jefe del Mosad, David Barnea.
El ‘día D’, el primer ministro israelí realizó una última consulta de seguridad con su ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor y, pocos minutos antes de tener que dar su discurso en Naciones Unidas, recibió la confirmación de que Nasralá estaba presente en el cuartel general. Netanyahu se dirigió a todos los Estados miembros de Naciones Unidas, consciente de que instantes después daría luz verde al ataque que sacudiría al mundo árabe y a todo Oriente Medio. «Mientras Hezbolá elija el camino de la guerra, Israel no tiene otra opción», aseveró Netanyahu desde Nueva York. Poco después, 85 bombas de una tonelada cada una caían sobre el escondite del líder del Partido de Dios.
La amenaza de Israel también se extiende sobre Irán, que ha decidido trasladar a su líder supremo, Alí Jamenei, a «un lugar seguro», según han asegurado fuentes iraníes a Reuters. Una vez a resguardo, Jamenei pidió «todos los musulmanes del mundo» que apoyen a Hezbolá. La paranoia también se ha asentado en Hamás y su líder Yahya Sinwar se habría reubicado dentro de la franja de Gaza, según publica el canal de televisión estatal saudí Al Arabiya. La gran pregunta ahora es quién estará al frente del Ejército paramilitar más grande del mundo. Todo parece indicar que el elegido será Hashem Safieddine, primo de Nasralá, y que fuentes militares israelíes aseguran «es aún más radical».
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