La discusión sobre si determinados gobiernos, principalmente de las ex potencias coloniales o esclavistas, deben pedir perdón e incluso pagar reparaciones a las víctimas de sus actos y maldades hace siglos, o incluso tan recientemente como en Argelia y en Ruanda, es una discusión válida. Lo es para los descendientes de la población esclavizada en Estados Unidos, para los habitantes de las antiguas colonias francesas, inglesas, belgas y alemanas en África, y hasta cierto punto -no exactamente el mismo punto- para la corona española y el gobierno portugués. Este último por cierto mucho más activo en el comercio de esclavos que cualquier otro. La idea de López Obrador de 2019 no era, por lo tanto, completamente absurda ni descabellada.
Pero como casi con todo lo que hace, tomó una buena idea, o por lo menos una tesis digna de ser debatida, y la echó a perder. No tenía el menor sentido pedirle al rey Felipe VI en público, sin decir “agua va”, recién comenzado el sexenio mexicano, y con apenas seis meses en el poder el gobierno socialista de Pedro Sánchez, que ofreciera una disculpa por la conquista y la colonia. Aunque el contenido completo de la carta de AMLO a Felipe VI no ha sido aún divulgado, el hecho de anunciar su existencia, el sentido que tenía y exigir una respuesta públicamente, obligaba a España a una doble respuesta. La primera, de parte de la corona, obviamente debía ser el silencio. No era posible entrar en un debate público entre los jefes de Estado de México y España sobre la conquista, la colonia y el perdón. Hizo bien la monarquía española en no responder. La otra respuesta, la del gobierno español, quien desde la Constitución de 1977 conduce la política exterior, fue compacta: No. De esa manera se cubría el expediente de una respuesta, se daba la única respuesta posible, a saber, negativa; pero lo hacía como un asunto de política exterior de España y no de una discusión filosófica.
Lo peor del caso es que López Obrador no dejó las cosas en la simple “pausa”, ese nuevo término acuñado por nuestro Metternich, Talleyrand o Kissinger. Insistió a lo largo del sexenio en su exigencia pública desorbitada, llegando al grado que desde la visita de Sánchez en enero de 2019, ya no hubo ningún contacto entre la más alta autoridad mexicana y española durante seis años. Y gracias a la insistencia de López Obrador desde hace un par de meses por lo menos, Claudia Sheinbaum aceptó no invitar a Felipe VI a la toma de posesión.
Muchos en México, y algunos -muy minoritarios- en España, sostienen que la monarquía española y la Constitución que la recreó en 1977 es, en el mejor de los casos, un anacronismo, y en el peor de los mismos, una clara figura antidemocrática. Yo creo que los mexicanos que se jactan de dar lecciones de esto o de lo otro a otros países, harían bien en ver el esquema español como uno de enorme éxito que desde 1977 hasta la fecha no hemos podido igualar en México ni remotamente. España ha crecido y se ha transformado en un país rico; su democracia ha resistido todos estos años a tentaciones autoritarias y secesionistas.
Su pertenencia a Europa y a la OTAN la ancla firmemente en el mundo de los países like-minded occidental, moderno y abierto al mundo. Su estado de bienestar, sus cifras de pobreza y de igualdad, de control de la violencia, e incluso del no peor trato a los migrantes en una Europa que cada día cae más en esa deriva, debiera ser la envidia de todos los mexicanos. Argumentar que no se debe invitar al rey de España porque la monarquía es absurda, es absurdo.
Este nuevo desaguisado asegura que el diferendo con España durará más tiempo. Lo grave no es que López Obrador haya hecho lo que hizo, a saber, provocar la respuesta que obtuvo México: ante la ofensa al jefe del Estado español, el gobierno de España no enviaría a ningún representante a la toma de posesión de Sheinbaum. Pero lo más preocupante, por sus antecedentes, la vehemencia de su discurso, la forma en que asumió plenamente el planteamiento de AMLO, es que Sheinbaum parece creer sinceramente todo lo que se incluyó en la famosa carta y en el supuesto proceder antidiplomático de España ante la provocación lopezobradorista.
Como en tantos otros temas, la gran pregunta no es si Sheinbaum va a distanciarse de López Obrador. La respuesta es evidentemente negativa. La interrogante es si no lo va a hacer porque no puede, o porque no quiere. Tratándose de España, de la Conquista, de la Colonia, e incluso de la procedencia de nuestra grandeza cultural casi únicamente de los pueblos originarios, parece que no sólo no quiere sino que está completamente de acuerdo con AMLO.
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