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Ética rentista versus ética del trabajo

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 Avanzar en la búsqueda de un país libre es un camino opuesto a la imposición de visiones utópicas, mitos generalmente desprendidos de ideologías dominantes. La idea es asegurar las libertades, eliminar los regímenes dictatoriales, enfrentar la corrupción derivada de la concentración abusiva del poder. Influir en la toma de decisiones que garanticen la atención a los más vulnerables. Con estas consignas América Latina se ha visto ocupada por infinitos grupos de organizaciones ciudadanas, que realizan labores cuya finalidad última es reconducir la atención hacia los problemas centrales de la sociedad que pudieran ser omitidos por regímenes ensimismados en la imposición de modalidades políticas o en la concentración del poder. 

La ruta del cambio solo puede ser altruista, como el nuevo determinismo que en lugar de justificar la dependencia y la exclusión nos permita avanzar hacia la libertad. Vía que a su vez permita articular las piezas que signan la sencilla complejidad de la realidad latinoamericana. Una terca realidad que rechaza la extemporánea e inverosímil imposición del comunismo. Tal parece que la gran ganancia de estas últimas décadas empieza a hacerse evidente en el fundamento del altruismo como ser del nuevo proyecto de sociedad. Muchos latinoamericanos angustiados por la imposibilidad de alcanzar la libertad han convertido en una obligación y sentido de vida el adentrarse, recorrer, ahondar en los vastos territorios de conciencia e infra conciencia de nuestros pueblos, empeñados en el retorno a utopías colectivistas, periplo subjetivo que parte siempre con la consigna moral de redimir a los más débiles, a los necesitados. Quizás la más atractiva ilusión para nuestros espíritus ávidos de superar la mala conciencia que se puede derivar del hartazgo consumista. Este camino, al igual que una enfermedad terminal, pretendió ocupar todos los intersticios de nuestra mente, nuestro espíritu y nuestra sociedad. Sin embargo, el resultado ha sido asombroso, del intento de dominación ideológica y política han brotado los anticuerpos más poderosos de nuestra historia que se está imponiendo indeteniblemente cargada de altruismo, la otra cara de la moneda, como senda para la reconstrucción del país.

 Altruismo entendido como un comportamiento que aumenta las probabilidades de supervivencia de otros a la par del enriquecimiento de nuestra propia vida, altruismo entendido como la preocupación o atención desinteresada por el otro o los otros, al contrario del egocentrismo acaparador. Sentimiento altruista de hacer el bien a los demás, como gran misión de nuestras existencias. De allí nacen las preguntas que se formulan estudiantes, trabajadores, agremiados en muchas partes de Latinoamérica y en otras del Medio Oriente: ¿y si nos unimos para derribar dictadores, sacar presos políticos de las cárceles y apostamos hasta el final?, ¿o si impedimos que el Estado se apropie de las empresas de los ciudadanos? Si en lugar de atacar al empresario nos aliamos en defensa de nuestros empleos, nuestros trabajos, si arrebatamos al Estado-patrón el poder de dignificar nuestra profesión, nuestros salarios. Y, si asumimos nuestras vidas usando para ello nuestra propia voluntad y conciencia en lugar de dejarnos aplastar por esas viejas y deshilachadas banderas del marxismo, de la mala conciencia, que nos deja en el miserable papel de víctimas sin voluntad, sin poder para decidir o escoger. Una posición que crece de forma indetenible y que otorga los cimientos de lo que llamamos nuevos Proyectos de país. Proyectos que surgen frente a la áspera pregunta o acusación ¿por qué no han sido los demócratas latinoamericanos capaces de gestar un proyecto de sociedad liberadora de la fuerza del individuo?, o por qué no existe ninguna propuesta alternativa que permita vislumbrar el final del camino. Y, aún peor, la acusación sobre los que se oponen al comunismo como carentes de un proyecto de sociedad. Pregunta cargada de una enorme injusticia, en primer lugar, porque oponerse al comunismo ya configura la libertad como alternativa. Acusación injusta, además, porque el proyecto de sociedad se ha ido construyendo en el fragor de la lucha, en el rechazo a la destrucción. Si no se acepta el comunismo es porque se anidan otras esperanzas. 

Cada día es más evidente que los valores del colectivismo no han sido transferidos, la oportunidad para la imposición del viejo socialismo decrece lenta e inexorablemente. En lo más recóndito del alma de los que han creído en la promesa de revolución persiste una batalla campal entre la fidelidad a unas promesas traicionadas históricamente y el terror de sentir que no hay nada en que creer. El miedo a un futuro incierto plagado de angustiosas preguntas. ¿Será cierto que el capitalismo es el mal, que los empresarios no tienen salvación por su egoísmo? Una duda ronda en las mentes: pero, si todos los países socialistas-comunistas se han derrumbado, si la gente huye despavorida de ellos, ¿podrá ser distinto aquí?, estas son preguntas de todos los días. Esta negación por someterse a los argumentos de las llamadas revoluciones no puede respaldarse solo en la búsqueda de una mejor razón técnica. No es porque los socialismos reales no hayan sido eficientes, o improductivos. No se trata solo de proponer una mejor razón técnica, lo que está en juego es el giro cartesiano desde la destrucción al altruismo, aquello que nos permita soñar con un mundo mejor. Por tanto, no son solo políticas públicas, programas, construcciones, acueductos, carreteras, que, si bien son imprescindibles, también un dictador puede hacerlo, como ya hemos visto en el pasado. Se trata, simplemente, de tomar una gran decisión: solo derrotaremos la violencia con la paz y el respeto al otro, la pobreza solo se desvanece con la superación de cada uno y de todos, el esclavismo del reconcomio desaparece cuando sentimos que el otro no es nuestro enemigo o solamente un miserable explotador. Los movimientos sociales que luchan en muchas partes del mundo por la libertad son expresiones de una sociedad y de individuos más educados, informados, conscientes de la necesidad de las leyes y de la justicia para garantizar la libertad, ubicados tercamente en defensa de los valores. 

Ellos configuran la potencial unión, concertación o alianza, como queramos llamarla, en torno a la imposición de la democracia. Dinámica de reclamo que se ha conformado lenta y progresivamente como el gran muro de contención ante la pretensión de revivir el comunismo en estos territorios Hoy vemos emerger los fragmentos del más poderoso movimiento social con que ha contado Suramérica en el último siglo, que no son montoneras o militares como en el siglo XIX y XX, sino ciudadanos de todas las edades y rincones, conscientes de que la democracia no es un regalo sino el producto de un inmenso y responsable esfuerzo de los ciudadanos por la libertad. El corazón del proyecto de sociedad, fundamento de la unidad, solo puede ser un poderoso intangible: el altruismo, es decir, poner toda la voluntad personal y colectiva para detener la matanza, la corrupción con los fondos públicos –como muestra del peor egoísmo, regenerar a los que asesinan o a los que están en cárceles condenados a no ser redimidos, detener el odio hacia el otro, al que se ha esforzado para superarse, negando así nuestras capacidades creativas y lo más valioso que tenemos, nuestra libertad para decidir por el bien y la libertad altruistamente. En y desde el altruismo podemos aspirar a un mundo donde convivamos y reinen el respeto, la inclusión y las oportunidades para todos.

Tengamos la convicción que los nuevos tiempos que nos esperan sólo pueden ser de oportunidades para todos, para los que aún se quedan postrados acatando órdenes de reprimir, para los que aún creen que la historia es solo una guerra de unos contra otros y que sólo triunfan los que tienen las armas más poderosas. Esta nueva etapa de la historia de la humanidad si de alguna manera podríamos llamarla es el tiempo de las oportunidades de “ser” de expandir ese milagro de existir, de tener conciencia, de aquilatar la fuerza inmensa que representa poder cambiar, cambiarnos y comprender que no existen designios negativos que encierren al ser humano en pozos infernales donde jamás sale el sol. El gran encuentro para la humanidad que empieza en Latinoamérica está brotando no solo en los sitios cerrados de estudio, está emergiendo de los lugares más pobres,  los espacios donde la gente se victimizaba se sentaban a esperar a un benefactor que siempre los pondría a su servicio. Es la aurora de una nueva ética del esfuerzo humano, del trabajo contra la ética expoliadora del rentismo.

Agradezcamos a la vida y a Dios la oportunidad de asistir a este renacimiento de nuestra amada Latinoamérica donde pueden convivir en armonía la razón, el corazón y el espíritu, como repite en su homilía el padre Moronta.“Un verdadero católico no persigue a sus hermanos porque piense de manera distinta. Lo que se le haga a un hermano se le está haciendo al mismo Cristo”.

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