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Ansiedad cultural. Fragmentos

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Se ofrece en esta edición la segunda parte del dossier en homenaje a la Escuela de Letras, coordinado por Carmen Teresa Soutiño y María Pilar Puig Mares. El fragmento que se ofrece a continuación fue copiado del primer volumen de la Obra reunida de Rafael López Pedraza (1920-2011), publicado por la Editorial Pre-Textos, España, 2011

Por RAFAEL LÓPEZ-PEDRAZA

Tenemos que saber, por sentirlo así, que lo que llamamos conciencia de fracaso es algo que sólo concierne a nuestra individualidad. Al referirnos a conciencia de fracaso, nunca nos estaremos refiriendo a algo a lo que podemos acceder mediante esquemas fáciles; la conciencia de fracaso pertenece, y creo que esto lo estamos comprendiendo ahora, a esas áreas oscuras donde se mueve nuestra interioridad. Cuando nos referimos a conciencia de fracaso, nos estamos refiriendo a estados medios y lentos del alma: al ánima media natura, ese estado del alma donde no hay triunfalismos, sencillamente porque hay un alma o psique que es consciente, que no concibe las aceleraciones necesarias para las concepciones del puer, ni el histrionismo histérico, ni el mimetismo psicopático.

Ésta es un alma que no padece bajo los tormentos del triunfalismo, pero también es un alma a la que no quebranta el polo extremo: el fracaso hecho realidad. No se trata del fracaso que se nos presenta de vez en cuando y se empecina en la aburrida cantaleta histérica del «me siento fracasado», con ese toque de histeria y repetición depresiva psicopática; ese fracaso proyectado hacia afuera; tampoco es un «me siento fracasado» que nos dice «me siento fracasado por no haber podido cumplir las metas del triunfalismo vigente». Conciencia de fracaso es otra cosa, es algo más costoso y muy psíquico; es evasiva, viene y se va, y con esto nos indica sus características mercuriales; es una conciencia, como ya dijimos, media y oscura, cuyo sitio es el umbral y su luz crepuscular.

Desde esta posición nos avenimos con nuestras mortales limitaciones y, al avenirnos a ellas, encajamos en los límites más definidos de nuestro ser y en lo que en realidad somos, en eso que hace posible la imagen con sus posibilidades de un vivir culto.

Al avenirnos con la conciencia de fracaso, entramos inadvertidamente en el ámbito de la imagen, que es, como dice el poeta, el de la posibilidad. Una línea superior de Lezama Lima dice: «La hipótesis de la imagen es la posibilidad». Y las posibilidades son de la imaginería, de lo que hace posible el oficio del imaginero. Esta capacidad de imaginar es una actividad terrena y limitada, por estar dentro de los límites arquetipales consistentes que le pertenecen. Pero por limitada, como también lo establece Lezama, quiero decir superabundante.

Al hablar de la imagen comenzamos a hablar de superabundancia y más si aceptamos que una sola imagen es más que suficiente para llenar todo nuestro vivir. Cuando la imagen a la que pertenecemos comienza a hacerse en nosotros, ya hay movimiento psíquico enriquecido, pues no tiene nada que ver con el movimiento repetitivo psicopático-titánico. Sí, y esto hay que repetirlo: «La hipótesis de la imagen es la posibilidad»; la imagen que nos hace posibles, y en la posibilidad de la imagen estamos un tanto distantes, aunque nunca inmunes, del horror intolerable de los opuestos triunfo-fracaso.

En la psicología junguiana, el arte se entiende como un intento por compensar la conciencia colectiva, pues un arte que se interese por avenirse con la conciencia colectiva es algo que evidencia su superficialidad, y si lo aceptamos es sabiendo el nivel que ocupa. 

Debemos saber también que es así como debe vivenciarse la psicoterapia, y aquí vemos una afinidad esencial entre poeta y psicoterapeuta; la psicoterapia entendida como artesanía y arte. Esto nos sirve también como medio de contraste para poder valorizar, en nuestro sentir, cuándo algo que nos llega del arte nos toca a fondo y, con ese toque, nos compensa del tedio, del aburrimiento, del horror de la conciencia colectiva que en el mundo actual se hace más apabullante, por lo que aquí hemos venido diciendo.

Pero el arte necesita independencia y privacidad; requiere una cierta conciencia que propicie el roce limítrofe con lo poético. El hacer del arte es algo que nos conmueve por su ahorro, por su economía. Un poeta lo que necesita es un lápiz y un papel. Un pintor necesita un poquito más, colores, pinceles, una tela. Y, tanto el poeta como el pintor, se pueden quedar a solas con esos instrumentos y oír y sentir lo que quiere expresarse a través de ellos. Y si señalo estas economías, estos ahorros, es porque siento y, desde mi sentir, conozco y valoro, que el mundo psíquico, la experiencia del alma, se nos regala con economías parecidas. Si somos capaces de valorizar psíquicamente las experiencias del alma, ya nos acercamos un tanto a eso que se llama crisis del alma. Entonces, nos acercamos y tratamos de vivir un tanto más ajustados a la rica gama de las depresiones y allí entramos a vivir y sentir y valorizar lo que es lo hondo, porque los movimientos lentos de la depresión son vía, y lo podemos decir hoy sin la más mínima duda, son vía regia, la única hacia cualquier cosa que llamemos creatividad. Creatividad en cuanto que crea el alma y se expresa en eso que llamamos arte, pues tiene que ver con el alma.

Habiendo llegado a este punto, podemos comenzar a leer el poema de Rafael Cadenas, cuyo título es «Fracaso». Este poema apareció en mi vida dándole forma, bella forma poética, a pensamientos e ideas que habían estado conmigo, como dije al principio, por muchos años, y que yo vivenciaba como conciencia de fracaso. Ahora, gracias a eso que llamamos arte, pueden estar contenidos en un recipiente adecuado, ese que contiene vivencia interna expresada y dada con generosidad ejemplar.

Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio

más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé

en el mensaje que traías, más precioso que todos

los triunfos.

Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no

supe que era para salvarme.

Por mi bien me has relegado a los rincones, me

negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.

Era a mí a quien querías defender no otorgándome

brillo.

De puro amor por mí has manejado el vacío que

tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a

una ausente.

Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho

que una mujer prefiera a alguien más resuelto,

me desplazaste de oficios suicidas.

Tú siempre has venido al quite.

Sí, tu cuerpo llagado, escupido, odioso, me ha

recibido en mi más pura forma para entregarme

a la nitidez del desierto.

Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé

contra ti.

Tú no existes.

Has sido inventado por la delirante soberbia.

¡Cuánto te debo!

Me levantaste a un nuevo rango limpiándome

con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero

campo de batalla, cediéndome las armas que el

triunfo abandona.

Me has conducido de la mano a la única agua

que me refleja.

Por ti yo no conozco la angustia de representar

un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón,

trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías,

inflarme hasta reventar.

Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.

Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no

me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por

haberme ceñido.

Me has brindado sólo desnudez.

Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo

traías el cauterio!, pero también me diste la

alegría de no temerte.

Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.

Gracias a ti que me has privado de hinchazones.

Gracias por la riqueza a que me has obligado.

Gracias por construir con barro mi morada.

Gracias por apartarme.

Gracias. 

El poema de Rafael Cadenas es el único escrito que yo he encontrado que se ajusta y concuerda con lo que en mí se ha ido elaborando por años y que he llamado conciencia de fracaso. El poema nos evidencia cómo un solo poema compensa toda la desmesura triunfalista que nos rodea. Desde sus comienzos, nos hace saber que fracaso es «lenguaje del fondo» y nos dice a las claras que su conciencia sale de ese ámbito tan profundo de nuestro propio ser, adonde lo condenó la represión histórica, donde hay otros espacios y otras luces de más difícil lectura y vivencia. Llamemos así a la depresión

(…)

Perdone el lector que me haya atrevido a pasarle mis vivencias de algunas líneas del poema de Rafael Cadenas, pero en esto creo estar manifestando el regocijo que me produjo el encuentro con el poema «Fracaso». Regocijo que se afirma, se vive, en estado de conciencia superior que nos viene de la profunda conciencia de fracaso, pues es difícil encontrar una línea que nos hable tan ajustadamente de la realidad que somos como cuando Cadenas dice: «Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida. Por haberme ceñido».

(…)

Esto es realidad de mismidad, ajuste de uno mismo, ceñido a los contornos que nos pertenecen. «Me has brindado sólo desnudez», realidad ceñida y verdad desnuda. Realidad y verdad indispensables para la alegría. Alegría que en Cadenas es apoteosis interior, alegría en ese mundo interior que hace posible la conciencia de fracaso, una conciencia mayor que contiene, paradójicamente, alegría y fracaso. 


En Obra reunida. Vol. I. Hermes y sus hijos. Ansiedad Cultural. Dionisos en Exilio. Pre-Textos. Valencia (España). 2021. pp. 306-311.

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