España ha dejado de ser un país serio para el mundo, por mucho que el orfeón a sueldo de Sánchez cante las excelencias internacionales del personaje, presentado como una especie de faro de Alejandría que ilumina las penumbras de Europa.
Las simples circunstancias objetivas del Gobierno ya son, en sí mismas, un preámbulo sospechoso para todo aquel que conoce un poco los meandros de la diplomacia mundial, tan discreta en público como implacable en privado.
Porque un presidente que lo es, en exclusiva, por el apoyo interesado de un partido cercano a las tesis de Maduro y nada renuente a las de Castro o hasta Lenin y el respaldo de otros cuatro declaradamente separatistas; solo provoca recelo, en el mejor de los casos, y profundo rechazo y desconfianza, en el más habitual.
Si a eso se le añade su casquivana agenda, jalonada por espectáculos deplorables contra Israel, decisiones unilaterales con Palestina, peleas infumables con Argentina, rupturas ruidosas con Argelia, acuerdos extraños con Marruecos y complicidades de quita y pon con Venezuela; las consecuencias no pueden ser otras que el descrédito, la irrelevancia y la pérdida de galones.
El chusco viaje a China para sostener allí, a propósito de los aranceles impuestos a la exportación masiva de coches eléctricos del régimen comunista, la posición contraria a la oficial de Bruselas; remata una bochornosa diplomacia sanchista, con la mezcla de delirios de grandeza y posibilismo que caracteriza también su política doméstica.
De igual modo que intenta convertir o presentar la intolerable rendición ante el independentismo extorsionador como una oportunidad para redefinir, desde su condición de visionario genial, nada menos que la propia idea de España; se desenvuelve impudorosamente en sus viajes como una especie de embajador de una buena nueva consistente en superar, él solito, el abrumador combate geopolítico entre dos bloques, representados por Estados Unidos y China, de cuyo resultado dependerá quién tiene y cómo ejerce la hegemonía mundial para los próximos siglos y qué papel juega Europa en ese nuevo escenario.
Que será irrelevante a poco que sigamos en las mismas manos y con las mismas políticas, con una suerte de ‘woquismo’ panoli que lo mismo vale para que el mundo académico, político y cultural más elitista se pegue homenajes a sus inalcanzables valores, pero no servirá para que tengamos un lugar decente en el futuro inmediato.
Quienes saben de diplomacia afirman siempre que cuesta mucho encontrar un lugar en la mesa principal, pero que se pierde en cinco minutos si se sustituye la previsibilidad por la improvisación y se daña la agenda compartida por intereses individuales ajenos al entorno.
La desbocada ambición de Sánchez, convencido de que la historia le guarda un lugar en el pabellón de los hombres ilustres, no solo es un patético ejercicio de narcisismo barato, más propio de la Madrastra del cuento que le pregunta al espejo cada cinco minutos si es la más guapa.
Además, y sobre todo, es un ataque contumaz, frívolo, irresponsable y desastroso a los intereses estructurales de España, sometida dentro y fuera a los caprichos y negocios de un crápula con el mismo sentido de Estado que un buitre de pompas fúnebres en un festival de la carroña.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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