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Rigores morales de una academia extinta

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-Hay interrogantes tan absurdas que mejor follar -malhumorado, formuló Carlos Contramaestre  [https://icaa.mfah.org/s/es/item/1142155]  al Secretario de la Universidad de Los Andes (1979)

-Tu subsanas las faltas del doctor https://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Contramaestre –tampoco fui salvo de los reproches de Leonel Vivas Jerez, ese día-. Él no cumple, a cabalidad, sus responsabilidades como «Director de Publicaciones»

-Si lo hace –intentaba calmar a nuestra autoridad universitaria de aquellos tiempos-. Rigores de la Academia no ayudan superar la mediocridad.

-¿Qué insinúas?

-Filosofía, Leonel […] ¿Quieres un trago doble de ella?

El pintor y poeta prefirió encerrarse en su despacho, con una revista de la «Organización de Liberación de Palestina» (OLP), dejándome lidiar solo a Vivas Jerez.

-Te ordeno me informes sobre las ausencias prolongadas de Contramaestre, Albert –me dijo antes de salir del área correspondiente al antiguo Central Azucarero «Las Tapias»-. Se rumora que sale, con frecuencia, de parranda hacia Colombia […]

-Ya creció,  ha madurado –inferí-: es uno de nuestros intelectuales mayores.

-Pero: ¿por qué beben tanto los poetas?

Vivas Jerez se introdujo en la parte trasera del vehículo oficial en el cual solía trasladarse, rutinariamente, de un lugar a otro para supervisar directores. Marchó. Seguido a lo cual, me provocó conducir una de las máquinas de rodamiento [sin carrocería] que la Facultad de Ingeniería resguardaba en un derruido galpón. Debieron usarse en las cátedras de: Motores de Combustión Interna, Mecánica de los Fluidos y Termodinámica.

Me divertí un rato: pero, luego de media hora, cauto, fui hacia la oficina de Carlos y lo hallé con una chica que nunca había visto. Su enorme escritorio era perfecto para una faena erótica. Ofrecí mis disculpas, abordé uno de los autos oficiales y salí del lugar.

La siguiente mañana, Vivas Jerez me telefoneó con sospechoso tono de voz. Antes que me hablara sobre Contramaestre, le pedí que no se le ocurriese preguntarme por qué los poetas  «falotran». Riesgoso lo impeliese, empero, sorprendiéndome humorístico, pronunció:

-¿Con toga y birrete?

-Sin esas vestiduras, se ha ido: no estará disponible durante los próximos quince días […] Asiste a un ceremonial funesto donde quien oficia reparte el vino y el muerto recita poemas necrófilos.

-Exijo me respetes, Albert.

-Hace poco me comunicaste tu anhelo de conocer, personalmente, a Camilo José Cela. ¿Crees que es un abstemio?

-Ah, lo admito: algún día lo invitaré en nombre de la Universidad de Los Andes.

Todavía no teníamos la tecnología celular y, por ello, no hubo forma de mentir a quien te auscultaba. Te hostigaban en sitio.

-Y tú, ¿qué haces? –indagó.

-No deshonro una botella de vino en vano –repliqué-. La sobriedad en mi lugar de trabajo me precede.

-Hablas parecido a Carlos Contramaestre.

-Tranquilo, le diré que le envías saludos. Salió del país. Quizá viajó a Salamanca o Bogotá […] No me pidió permiso ni tenía por qué hacerlo.

-Lo destituiré.

[email protected]

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