“Está claro que podemos concebir varios géneros de Estado democrático. Pero mi propósito es tratar aquel en el que todos están sometidos a las leyes.., que viven honradamente, para que queden excluidos, ante todo, quienes son infames a consecuencia de un crimen o de algún género vergonzoso de vida”.
Baruch Spinoza, Tratado político
En la práctica, la conciencia gansteril necesita trazar una férrea línea de demarcación entre las formas con las que suele representar la realidad y la realidad propiamente dicha, entre lo que se es y lo que el ser social imagina que es. De hecho, semejante disociación le sirve de sustento a la gansterilidad. La nutre. Subvertir la realidad en imagen y la imagen en realidad es labor de vieja data autocrática, y es muy probable que sin ella la mayor parte de los despotismos no se hubiesen podido sostener en el tiempo. Sus estructuras organizacionales se basan en la premeditada y alevosa confusión -e inversión- de ficción y realidad. La fugacidad, la propensión efímera de los fuegos artificiales -no por casualidad, invención asiática-, logran ocultar la oscura noche del despotismo. Con el auxilio de lo relativo se oculta lo absoluto. Y mientras mayor sea el efecto de los artificios mayor será la ocultación de la causa. Al final, los espejismos -y los “espejitos”- logran trastocar las “tierra de gracia” en “tierra de nadie”, el modelo predilecto de la llamada “generación boba” de los ochenta. Solo así un país puede ser sometido a la más cruel violación, a la tortura, la prostitución y el saqueo. Si se observa con atención, una cosa es la democracia enunciativa, plena de formas institucionales que han sido burocratizadas y, por ende, vaciadas de contenido, que se invocan cuando resultan de utilidad, y otra cosa es la férrea y sangrienta dictadura de cartel que efectivamente establecen. La estafa ideológica, de naturaleza inorgánica, siempre oculta los “grandes negocios” tras el verde olivo militar.
Que no se pueda juzgar a un individuo por lo que piensa de sí mismo es, por cierto, el punto nocturno de la contradictio in terminis que sustenta -y sigue sustentando- a los funcionarios, ministros, magistrados, fiscales, diputados y oficiales armados que conforman la masa del lumpen, la letrina parasitaria que usurpa un poder que no es poder, porque las apariencias suelen devolverse. “Perros coberos”, diría Aquiles Nazoa. La inversión calculada -delictiva-, el trastocamiento, la caracterización fraudulenta: esa es la base de apoyo real de la crisis orgánica que azota -¡oh, infame barbarie!- a Venezuela.
Es verdad que el espíritu democrático que inspiró la construcción de Occidente se haya inmerso en una crisis, tal vez, inédita, sin precedentes. Pero precisamente por eso, conviene tomar muy en cuenta la ficción que producen los espejismos -y los espejitos- de los que se alimenta la gansterilidad, por cierto, al servicio de los intereses de las tiranías orientales. En estos tiempos de liquidez, como los ha denominado Zygmunt Bauman, no son pocos los regímenes que han logrado ocultar la brutalidad de su verdadero rostro tras los preceptos de las sociedades democráticas. Formalmente aparentan ser democracias, pero, como ya se sabe, pronto son sorprendidos y puestos al descubierto. El descontento que pudiese estar manifestándose contra la democracia es un descontento inducido, premeditado y alevoso, que ha logrado minar la unidad de las formas y los contenidos democráticos, fracturándolos. Y en esta operación, las comprobadas capacidades analíticas de los asiáticos han encontrado en el hipertrofiado desarrollo del entendimiento abstracto un aliado perfecto. Narcosis por delante.
En este contexto, y más preocupante todavía, es el deslizamiento que no pocos regímenes actuales vienen haciendo desde la praxis política hacia la práctica gansteril, hacia el crimen organizado. Con ello, la política -que bien pudiera definirse como el pasaje del apetitus a la libre voluntad- se transforma en un instrumento al servicio de la criminalidad, modificando el flechado -en realidad, el logos– del recorrido, cabe decir, sustituyendo el pleno ejercicio de los intereses civiles por el de las pulsiones -los bastardos intereses- de los carteles delincuenciales.
El hartazgo por las representaciones de una ciudadanía inexistente, falsaria, amerita del esfuerzo, del radical reordenamiento del ser y de la conciencia sociales. Las palabras no deben, más bien, tienen que coincidir con las cosas. El “beber ser” es el peor de los fraudes de la modernidad, y se ha convertido en la real pandemia posmoderna. Es necesario que las formas se adecúen a los contenidos, hacer que la democracia se haga realidad efectiva, concreta y ya no más un abstracto desiderato. Es hora de poner fin a las ficciones y emprender la tarea de restituir (aufheben) la democracia ciudadana, justo ahora, frente al peligro de perderla, acechada como está por las autocracias orientales, que desde hace mucho tiempo vienen colocando las premisas necesarias para que los valores constitutivos de Occidente se desplomen por su propio peso. Los resultados están a la vista.
La democracia es renovación en sí misma. Cuando las democracias no se renuevan, cuando permanecen estáticas, dejan de ser auténticamente democráticas. Es justo eso lo que está sucediendo en la actualidad. Las democracias “congeladas” son el escenario perfecto para el surgimiento de las satrapías gansteriles que se han venido instalando, con relativo éxito, durante los últimos veinticinco años. Las tiranías aman los mausoleos. La “paz perpetua” de una tiranía son los sepulcros y los calabozos. A la democracia, en cambio, le es inherente el movimiento, el diálogo, la disputatio, el debate, la confrontación. La democracia es, por su propia naturaleza, dialéctica. Sus atributos son la extensión y el pensamiento: su existencia material, real, objetivamente constatable, de un lado. Y, del otro, su capacidad para reafirmarse en el cambio continuo. En ella, la realidad se reconoce en el pensamiento y el pensamiento se reconoce en la realidad. Restituir esta adecuación de los términos correlativos de la sustancia democrática es, quizá, la tarea más importante del presente.
@jrherreraucv
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