Los debates presidenciales en las democracias apegadas a los valores de la ilustración –i.e. libertad, respeto al ordenamiento jurídico, igualdad ante la ley, tolerancia, fraternidad– revisten interés para los electores ávidos de información y afanados en establecer comparables entre las opciones. En su desarrollo, los aspirantes a cargos de elección popular exhiben temperamentos y posturas, conocimiento de los asuntos de mayor interés para los ciudadanos, firmeza y proyección del liderazgo, deferencia para con el pensamiento alternativo, espíritu de inclusión social, responsabilidad ante la función pública, entre otras actitudes. Naturalmente en el desarrollo y resultado de los debates, tienen un papel fundamental las preguntas formuladas usualmente por profesionales del periodismo. He aquí uno de los puntos clave de los debates contemporáneos, porque son las preguntas las que encauzan la discusión. De tal manera, los candidatos se exponen a la confrontación de ideas y propuestas, así como a la crítica de sus adversarios políticos, incluso al juicio de quienes los respaldan. Desde hace décadas, viene siendo un producto transmitido a través de la radio y la televisión, un evento mediático que hoy también se desenvuelve en las redes sociales.
El ambiente político en Estados Unidos está dominado por grandes incertidumbres –algo que igual viene caracterizando el estado de cosas en la mayoría de las democracias occidentales–. Se dice, por ejemplo, en el caso de los inversores del mercado de valores, que la preocupación se contrae a los posibles resultados de la contienda electoral, más que a los temas relativos a la inflación, las altas tasas de interés, el desempeño de la Bolsa, o la sospecha de una posible recesión económica. Los agentes económicos tratan de anticipar el impacto que pueda tener una u otra opción electoral sobre la situación financiera en el mediano plazo. La ansiedad parece aumentar bajo una visión de largo plazo sobre la economía norteamericana –una década–, entre otras cosas por el papel que está llamada a desempeñar la inteligencia artificial, una de las mayores incógnitas de nuestro tiempo, por los temas de la salud y la educación y por supuesto por las políticas públicas que puedan instrumentar las próximas administraciones, sea cual fuere su signo. Pero juegan igualmente las inquietudes planteadas por la geopolítica y sus eventos más impactantes, que sin duda sacuden a los mercados, como hemos visto en los recientes casos de la guerra de Ucrania y los conflictos del Medio Oriente.
Como es usual cada cuatro años, el reciente debate sostenido entre los candidatos del Partido Republicano y del Partido Demócrata en Estados Unidos atrajo el interés de millones de espectadores no solo en territorio norteamericano, sino además alrededor del mundo civilizado. Los comentarios destacan que Harris se situó en la ofensiva desde el primer momento, provocando y atacando a su oponente por lo que se refiere a las causas penales que lo envuelven y el mal manejo que hizo de la pandemia del covid-19. Trump asumió una postura defensiva, cambiando de tema y de tono para hablar de los problemas de la inflación y la inmigración, atacando con ello los flancos considerados débiles de su rival –el argumento lo llevó a concluir que la administración Biden había destruido el país–, llegando incluso a etiquetar a la vicepresidenta como marxista. Se trata de unos encuentros en los que a las audiencias suele importar tanto el fondo como la forma. La gestualidad como la contundencia de la ofensiva –también de la defensa–, incluso el léxico empleado al esbozar y sostener argumentos, pueden determinar la apreciación del debate y obviamente el ganador. Al final, habrá percepciones y veredictos diversos entre analistas y espectadores.
Nuevamente –asimismo ha sido en las últimas décadas– nos llama la atención que en el debate se obviaron temas sustanciales y de inminente actualidad. No se habló de los valores de Occidente ni de las amenazas encubiertas que padecen las democracias liberales. Ni una palabra sobre la epidemia del populismo y los movimientos identitarios –tampoco los nacionalismos que irrumpen en la escena mundial–. Hablar sobre la inmigración como problema de actualidad –Trump aludió a ciudades estadounidenses que parecen Venezuela en esteroides–, ignorando las causas que la instigan en los países de origen, termina siendo un desatino. Se ignoró el tema de las relaciones internacionales, bajo diversos escenarios y contrapartes –Rusia, China, el Medio Oriente, América Latina– que plantean enormes desafíos para la diplomacia estadounidense.
Es inaudito que estos y otros temas no se hayan tocado entre quienes aspiran ejercer la presidencia de los Estados Unidos. Recordar los célebres e impactantes debates entre Adlai Stevenson y Dwight D. Eisenhower (1956), y J.F. Kennedy y Richard Nixon (1960), revive, entre otras, la pregunta que se hacía el presidente Kennedy en 1963, cuando instaba a reexaminar las actitudes originarias de la guerra fría: ¿Qué clase de paz estamos buscando? “…No una Pax americana impuesta en el mundo por las armas de guerra norteamericanas…no simplemente paz para los americanos, sino paz para todos los hombres y mujeres…no solamente paz en nuestro tiempo, sino en todos los tiempos…”. Para Ronald Steel, era su rechazo a las ambiciones imperialistas o su casi utópico idealismo sobre las posibilidades de una paz universal, aunque claramente reflejaba las aspiraciones del pueblo norteamericano sobre los objetivos de su política exterior. ¿Necesita Estados Unidos una política exterior? se preguntaba el doctor Henry Kissinger al anticipar la diplomacia del siglo XXI. Allí recurre al papel de los Estados Unidos desde la última década del siglo XX como mediador en conflictos y su afán de lograr estabilidad internacional –incluso como garante de las instituciones democráticas alrededor del mundo–, erigiéndose cada vez más en juez de la transparencia en procesos electorales e imponiendo sanciones económicas u otras presiones, si sus criterios no se cumplen. ¿Ha sido exitosa esa política?
En síntesis, en el debate del pasado 10 de septiembre no hubo discusión de asuntos (issues) de fondo que suficientemente nos permitan anticipar el rumbo definitivo que tomará Estados Unidos en manos de cualquiera de los dos contendores.
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