Cuando a Patrick Autréaux le diagnosticaron un cáncer hace 25 años y le dijeron que le quedaban tres o cuatro meses de vida, se quedó sin palabras.
Al regresar del hospital a su casa, se sentó frente a una pared llena de libros que de repente le pareció que estaba vacía. «Tenía la impresión de que los libros se habían quedado en silencio y sin voz».
Aquella traumática experiencia marcó el principio de una fructífera carrera literaria.
En Dans la vallée des larmes(En el valle de las lágrimas), su primer libro —publicado en 2009—, el escritor francoestadounidense de 56 años relata la lucha de un joven en sus 30 a quien acababan de diagnosticar una enfermedad que parecía mortal.
Desde entonces, el autor, que también es médico y antropólogo, ha publicado más de una decena de libros en los que aborda múltiples dramas familiares y personales.
Autréaux asegura en entrevista con BBC Mundo que le interesa e inspira escribir sobre asuntos que generan una «extensión del lenguaje»: cuando faltan las palabras para definir una experiencia.
«Es un sentimiento que se experimenta en situaciones traumáticas, como la violencia, cuando te diagnostican una enfermedad, o en situaciones de placer extremo, como un buen orgasmo», explica.
De eso habla precisamente en Pussyboy (2021), una obra en la que sin muchos tabúes cuenta una complicada aventura entre dos hombres que mantienen un relación basada en encuentros sexuales fortuitos. Pero donde nace una extraña confianza apacible, pese a que uno de ellos vive su homosexualidad en la clandestinidad.
Como en la mayoría de sus obras, en esta historia también hay algo de autobiografía.
BBC Mundo habló con él en el marco del Hay Festival Querétaro, que tiene lugar del 5 al 8 de septiembre.
—¿Cómo describes la relación entre Zac y el narrador de Pussyboy?
—Son dos personas que provienen de dos entornos culturales y sociales muy diferentes y que tras conocerse mantienen una relación que es no es del todo romántica, pero tampoco es puramente sexual ni mucho menos un simple ligue de una noche.
La relación entre Zac y el narrador se encuentra en un punto intermedio entre una relación romántica y una puramente sexual.
Es un espacio que les pertenece a ambos y que crearon en base a sus propias censuras personales.
En la segunda parte del libro hablo de esas censuras internas. Uno de ellos tiene incluso pensamientos incestuosos.
—Tengo la impresión de que Zac no acepta que le gustan los hombres.
—Zac es uno de esos hombres que todavía vive en el clóset por motivos personales, culturales y familiares.
Él vive la relación en la clandestinidad, mientras que el otro vive su sexualidad abiertamente.
Eso hace que puedan crear un espacio particular de confianza que se vuelve muy profundo.
Creo que, curiosamente, su negación a aceptar que es homosexual hace que surja una relación muy especial basada en la confianza.
—¿El hecho de que Zac no acepte su homosexualidad está ligado a que es una persona muy religiosa?
—Creo que la religión hace que le sea más difícil aceptar que es homosexual, pero no es la causa principal.
Él se niega a asumir su homosexualidad debido a una mezcla de censuras personales que efectivamente son reforzadas por las prohibiciones religiosas.
Y a medida que avanza la relación Zac se aleja de la homosexualidad volviéndose cada vez más religioso.
—Como a Zac, a muchos hombres les cuesta asumir su homosexualidad y dicen que solo ven a otros hombres con un deseo puramente sexual. ¿Creen que el hecho de que no se involucren sentimentalmente los hace menos homosexuales?
—Es muy complicado ser honesto consigo mismo y muchas personas no son honestas consigo mismas a propósito de su sexualidad.
Es difícil responder de manera general a esta pregunta, pero lo cierto es que en las sociedades machistas el rol privilegiado es el de activo en la homosexualidad que busca conservar la masculinidad y suprimir la feminidad que todos tenemos.
Muchos hombres le temen a la feminidad.
Es complejo asumirse como homosexual en algunas sociedades porque la identidad gay es una construcción en gran medida occidental que llegó con una gran carga negativa.
Por eso puedo entender perfectamente que alguien como Zac, que no viene de una cultura occidental, se niegue a asumir una categoría sexual desarrollada por Occidente.
Independientemente de la cultura y de la persona, cuando uno asume su homosexualidad hay una parte individual y una parte social.
Zac no tiene problemas al aceptar su homosexualidad en la intimidad y en el secreto, pero socialmente le cuesta mucho más.
En el libro muestro cómo la sexualidad misma desdibuja las identidades y los roles.
Incluso en una situación en la que cada quien tiene un rol predeterminado, como en la de Zac, que es activo, y el narrador, que es pasivo, la sexualidad, en algún momento, da lugar a una vaguedad, una porosidad y una confusión que es sumamente interesante.
Yo pensé que mi público sería sobre todo hombres homosexuales, pero me sorprendió saber que la mayoría de mis lectores más fieles son mujeres que se reconocen en ese tipo de historia de roles predeterminados y que en algún momento genera problemas personales.
Creo que la literatura sobre la sexualidad molesta. Las obras literarias gays suelen estar enfocada en cuestiones identitarias o sentimentales, o bien clichés sobre los homosexuales que mantienen miles de relaciones.
A los hombres les cuesta leer obras sobre relaciones íntimas entre dos personas, mientras que las mujeres le tienen menos miedo a la sexualidad y suelen ser menos puritanas.
—Hablas de machismo y Zac es una persona machista. En tu opinión, ¿por qué todavía existe el machismo entre los homosexuales?
—Por lo que he visto y leído se puede decir que hay internalización, como decimos en psiquiatría.
Muchos homosexuales adoptan actitudes machistas para protegerse de una feminidad que les da miedo.
El machismo es terriblemente esterilizante porque esteriliza la fluidez de la identidad masculina a la que muchos le tienen miedo.
Creo que Zac, que acaba yéndose, tiene miedo de sí mismo, de su confusión.
También le tiene miedo a la deshonra y vergüenza social, pero sobre todo le tiene miedo a su confusión interna.
—¿Es feliz de vivir su homosexualidad en la clandestinidad?
—No estoy seguro de que uno pueda ser feliz sin ser honesto consigo mismo, por lo que no creo que Zac sea una persona muy feliz.
Tiene momentos de felicidad durante su relación con el narrador, porque es algo que dura un poco y logra encontrar un vínculo emocional.
—¿Y el narrador de la novela es feliz de mantener este tipo de encuentros casuales?
—Él no eligió que fuera así. Creo que para él todo fue surgiendo de esa manera. En su personaje se ve una creciente frustración de que los encuentros casuales no conduzcan a una relación más romántica.
Eso limita al narrador y hace que no termine enamorándose. Él entiende que una relación amorosa no será posible con Zac.
—Hay una frase en el libro que me pareció interesante: «Si él era el árabe, yo era el francés, y eso fue lo primero que nos excitó». ¿Dirías que hay una forma de fetichismo racial?
—Sí, claro. Lamentablemente, el fetichismo racial es bastante común en el mundo homosexual y yo no quería eludir este problema.
Hay un fetichismo en ambas direcciones y eso forma parte de la atracción inicial, pero en esta relación la cuestión se supera rápidamente.
Pero quedan huellas.
En el libro hago alusión a que Zac, el árabe, comete errores gramaticales al hablar francés durante los actos sexuales y eso representa también un factor de excitación para el francés.
Me parece que también muestra algo de fragilidad y debilidad. De repente, se cae el caparazón del rol de Zac y es algo que perturba su identidad y hace que se muestre más genuino y más frágil.
—¿De dónde crees que viene este fetichismo?
—Edouard Saïd hizo numerosos trabajos antropológicos sobre esta cuestión. El fetichismo racial viene de bastante lejos, probablemente del siglo XIX, la época de la colonización.
La sexualización de la raza es un fetichismo que probablemente surgió durante la colonización y proviene de la fascinación de uno por el otro y cuestiones ligadas al imaginario colonial.
—Hay otra frase que utilizas dos veces en tu libro: «A los hombres no les gusta perderse por mucho tiempo». ¿Qué quiere decir esto?
—Esa frase está ligada a la cuestión de la confusión.
A partir del momento en que empezamos a confundirnos y a perder el rumbo, nos sentimos aterrorizados, especialmente en asuntos sexuales.
La sexualidad es un tema aterrador para muchos, porque la gente teme confundirse y perder el rumbo.
La mayoría de las personas dicen tener una sexualidad bastante estandarizada, pero a partir del momento en que aparece algo fuera de orden, que genera confusión sobre la identidad y los roles, se instala un miedo y huir de ello es lo más fácil.
—Zac trata al narrador como si fuera una mujer en la cama, como un Pussyboy. ¿Lo hace porque le excita o para sentirse mejor consigo mismo tomando en cuenta que es un hombre que no asume su homosexualidad?
—Creo que hay algo de eso. Zac siente la necesidad de mantener su rol masculino.
Sin embargo, a medida que la relación evoluciona, los roles se difuminan y se vuelven menos claros.
Él tiene miedo de dejarse tocar en ciertas partes, le tiene miedo al narrador, a su mirada, en un momento se lo dice. Y ese miedo también le parece terriblemente excitante.
—Zac dice que lo llamará, pero nunca lo llama. Responde a sus mensajes de texto cuando le da la gana, le hace un poco de ghosting, y el narrador siempre está a su disposición. ¿No hay aquí cierta falta de respeto a sí mismo?
—En la relación entre Zac y el narrador se desarrolla con el tiempo una extraña forma de dependencia afectiva.
Es allí donde la pasión romántica empieza a manifestarse y el narrador rápidamente se protege porque sabe que una relación de ese tipo no será posible.
Evidentemente, existe la posibilidad de que haya algo de falta de respeto propio, pero más que eso la respuesta del narrador está vinculada a la expectativa de tener una relación más romántica.
—¿Qué te impulsó a escribir un libro como Pussyboy en el que tratas temas tabú como el incesto?
—Tengo que decir que el narrador es un personaje compuesto, pero Pussyboy es un libro que escribí a lo largo de muchos años, a través de los cuales fui anotando cosas que me pasaron en mi propia vida sexual y descubrí facetas de mí mismo que no conocía.
En algún momento, me di cuenta de que tenía pensamientos, ideas o sueños extremadamente perturbadores durante o después de ciertas relaciones sexuales.
A Zac también le pasa. Una mañana se despierta tras un sueño en el que su madre lo mira y lo juzga.
Pero al mismo tiempo, le dice al narrador que tiene los mismos ojos grises que su madre y él, el narrador, un día, se da cuenta, tras ver una foto de su propio abuelo, de que Zac se parece mucho a aquel pariente cuando era joven.
Estas revelaciones fortuitas perturban profundamente la relación y terminan por provocar una ruptura.
Pero más allá de todo eso, lo que más me interesó al escribir sobre la sexualidad era describir cosas sobre las que de repente el lenguage y las palabras faltan y nos enfrentamos a una agitación interior imposible de definir. Es lo que me inspira.
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