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Leyendo en medio de la oscuridad

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Al amparo de una velita y cobijado por la agridulce sensación de estar aislado en mi oficina, solo conmigo mismo, sin Internet y con el celular mudo (que alivio, ¡uf!), se me ocurrió adivinar cuál habría sido, según la versión oficial, la causa del apagón. Como reflejo condicionado, la memoria me llevó automáticamente a las iguanas y los rabipelados, criaturas traviesas o perversas, vaya usted a saber, que destruían los cables, aún a riesgo de electrocutarse. E igualmente, me acordé de la excusa de que varias de las represas estaban vacías por falta de lluvias, la negrura era culpa del cielo, pues.

Habiendo regresado la luz, por distintas vías comenzaron a oírse distintas explicaciones. Me llamó la atención que en algunas versiones se sustituyeron las iguanas y los rabipelados por las culebras, señaladas como culpables en diversas ocasiones. Por otra parte, desde los ciudadanos de a pie y de algunos especialistas en el asunto emergió la falta de mantenimiento, imputable a los organismos públicos encargados de la tarea, relato que, sin necesidad de ser muy suspicaz, sobresalía como el más verídico.

Por último, no había que ser un adivino para sospechar que, por los lados de Miraflores, se denunciaría que lo que dejó al país en medio de la penumbra fue un hackeo provocado por sectores de la “ultraderecha fascista”, lo que se convertiría en la “verdad oficial” de lo que ocurrió, acaramelada por el adelanto de la Navidad, vía decreto presidencial

La era del capitalismo de vigilancia

Tal es el título de un libro de casi 1.000 páginas escrito hace 6 años por la socióloga norteamericana Shoshana Zuboff. Vuelta la luz retomé su lectura, en medio de altibajos eléctricos que me dañaron la nevera, por cierto. 

Se trata de una obra, publicada en 2018 y traducida al español en 2020, que describe un planeta marcado por la presencia, en modo oculto, “de una lógica económica sin precedentes que aspira a dominar el siglo XXI”. Esta nueva amenaza mundial, se añade, tiene su origen en Estados Unidos y, más concretamente, en Silicon Valley, convirtiéndose en una realidad global ineludible, conviviendo con la cara escondida de sus prácticas, “imperceptibles a simple vista”. 

Hay, expresa la autora, un futuro gobernado por Google, Facebook, Amazon y otras grandes empresas de Internet e inteligencia artificial, que explotan comercialmente la experiencia humana, vulnerando el derecho a la privacidad del individuo. Zuboff asoma la figura del Gran Otro como análogo del Gran Hermano de Orwell, encargado del manejo del aparato digital, “mediante instrumentos que transfieren, computan y modifican la conducta humana en busca de la certeza absoluta y nos abocan a la vida en colmena, sin capacidad de decisión individual”. Dicho de otra forma, se trata, añade, de “transformar todo el comportamiento humano en un sistema matemático altamente predictivo”.

Si el capitalismo industrial afectó negativa y peligrosamente la naturaleza, “¿qué estragos podría causar el capitalismo de la vigilancia en la naturaleza humana?, dado que se busca la riqueza y la acumulación de capital explotando un terreno natural hasta hace poco vedado: nuestra intimidad y privacidad, nuestros pensamientos y acciones, nuestras preferencias y deseos.

 

En pocas palabras, y sin la pretensión de que estas líneas sean una reseña del libro, así quedan descritos estos tiempos, a partir de un nuevo orden económico que considera la experiencia humana como materia prima gratuita para llevar a cabo prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas. Su concepto clave está en lo que la autora llama “excedente del comportamiento”, una especie de nueva plusvalía, en que los grandes conglomerados de Big Data capturan los detalles de nuestras vidas privadas cuyo registro dejamos al actuar en las redes. Expresado de otra manera, si el capitalismo industrial dependió del desarrollo de los medios de producción, en este caso se valen “de los medios de predicción y modificación de nuestro comportamiento, así como del valor adquisitivo que adquiere este poder instrumental para moldear la conducta humana”.

Se ha creado, así pues, una economía en la que ahora son las personas las que constituyen la materia prima de la economía, capturando materiales que se convierten  en mercancías. Debe tomarse en cuenta, se señala en el texto, que el usuario no es consciente de que al hacer uso de la red está en medio de una transacción comercial, entregando gratis un activo que las plataformas pueden capitalizar, cosa que se lleva a cabo prácticamente sin ninguna cortapisa, pues las regulaciones existentes en la materia son aún muy débiles y les dejan demasiado espacio libre a las empresas.

En suma, un menú cada vez más variado de dispositivos inteligentes es el complemento de una gran red para recoger información de nuestras vidas. Y si hemos de darle la razón a Yuval Harari, que también ha tratado estos asuntos, estamos ante dos transformaciones tecnológicas disruptivas que se potencian mutuamente: una biológica que cada vez devela mejor el funcionamiento del cerebro, y otra informática que genera una enorme capacidad de procesamiento de datos. Cuando estas confluyan, indica, “se producirán algoritmos de datos que supervisarán y comprenderán mis sentimientos mucho mejor que yo”, poniendo en jaque el concepto de vida privada.

Estamos, así pues, frente a un modelo que han adoptado cada vez más empresas e igualmente diversos Estados, siendo China el mejor ejemplo, pues ha conseguido promover el desarrollo capitalista, bajo la administración del Partido Comunista (de paso, no dejo de preguntarme siempre qué dirían Marx o Mao). Pero desde luego, hay otras muchas naciones que, según sus capacidades y objetivos, incurren en semejantes prácticas (si no que lo diga el norteamericano Edwar Snowden, quien tuvo que escapar de Estados Unidos, tras la denuncia que hizo sobre el sistema de vigilancia norteamericano, viéndose obligado a huir a Rusia. Dicho sea de paso, Venezuela no es ajena a esta experiencia, según lo deja ver el sistema Patria, creado con asesoría china, lo que indica un paso en la misma dirección, aun cuando, comparativamente, todavía se encuentra en estado embrionario.  

 

No resulta fácil tragar el hecho de que este capitalismo de la vigilancia sea la solución de los problemas y dificultades que agobian a nuestro planeta (peligros ambientales, desigualdad social, debilidad de las democracias y paremos de contar). Afortunadamente están prosperando ciertas iniciativas muy importantes, algunas ya con éxito, dirigidas a establecer normas legales y éticas, que permitan restaurar, por así decirlo, el dibujo que alguna vez intentó ser Internet.

Finalmente, a propósito de estos comentarios sobre el texto de Zuhoff, vale la pena traer a colación que de acuerdo con diversos estudios también la política se está transformando radicalmente, debido al desarrollo y difusión de las tecnologías digitales, que permiten registrar lo que es cada persona, en términos de sus preferencias individuales e influir en inclinaciones y decisiones políticas. Se habla, pues, de la “algocracia” que según se ha llegado a decir, resulta más representativa y sobre todo más efectiva que la denominada democracia liberal. En efecto, durante una entrevista el primer ministro chino sostuvo que en su país no hacen falta las elecciones, dado que la opinión ciudadana puede expresarse diariamente y ser procesada desde el poder político a través de sus plataformas digitales.

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