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Una vergüenza nacional

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Cuando Carlos Andrés Pérez le expresó a Marcel Granier en su programa de Radio Caracas Televisión, Primer Plano: «Si Chávez gana, tendremos un gobierno de delincuentes que acabarán con el país», la mayoría de los electores omitimos la advertencia, no entendimos que estábamos afilando el cuchillo para nuestra propia garganta. Eso fue una vergüenza nacional.

Que la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia releve de sus obligaciones al Consejo Nacional Electoral y usurpe sus funciones para montar el show de las cajas y cual David Copperfield haga aparecer un resultado cambiando los votos, simulando un proceso que nunca ha debido ser admitido, porque es violatorio de nuestra Constitución y del resto del ordenamiento jurídico es inaceptable. La presidenta del TSJ, que pareciera tener el título de abogado mas no los estudios, cree que este poder es omnipotente, que puede estar por encima de nuestra carta magna, tal vez se imagina que puede ordenarle a cualquier ciudadano cometer un homicidio y ese ciudadano está obligado porque lo ordenó el máximo tribunal de la república. Esto es lo que está haciendo la Sala Electoral con la voluntad popular expresada el 28 de julio. Es decir, cual sicario está asesinando nuestra soberanía, derogando en la práctica el contenido del artículo 5 de nuestra Constitución. Esto es una vergüenza nacional. Si esto llegara a concretarse como parece, los ciudadanos no tendremos otra opción que hacer valer el artículo 350 constitucional, a lo que estamos obligados y que Hugo Chávez resaltaba como uno de sus grandes logros. Artículo 350:  El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos. No cumplir con esta obligación también es una vergüenza nacional.

En 1973, minutos antes de salir para el mitin inaugural de la campaña electoral de Carlos Andrés Pérez, como candidato presidencial de AD, tuve el privilegio de conversar con el expresidente Rómulo Betancourt en la terraza de un hotel en Barcelona-Puerto La Cruz, estado Anzoátegui, y le pregunté qué quiso decir cuando expresó «adeco es adeco hasta que se muere» y me dijo: «Muy sencillo, ser adeco es una forma  de ser  ante la vida, es una manera de comportarse frente a las injusticias y abusos del poder. Es una manera de defender la democracia, es una manera de luchar contra la pobreza brindándoles oportunidades a todos a través del estudio. Es comportarse en la vida pública y privada observando principios y valores éticos y morales. Es la práctica de la solidaridad y el afecto a los semejantes. Es ver y amar a Venezuela sin falsas ideologías  ni pseudo líderes trasnochados. Para ser adeco no se necesita estar inscrito en el partido, solo mantener esta conducta convencidos de que es la mejor manera de hacer grande a nuestra patria. Quien se haya formado en estos principios nunca los abandonará y los practicará hasta el día que muera».  Cuando uno se entera de que el excandidato de AD le pidió perdón a Jorge y a Delcy Rodríguez por el asesinato de su padre, y luego escucha a Bernabé Gutiérrez decir que Nicolás Maduro ganó las elecciones, debo concluir que fueron militantes, pero jamás han sido ni serán adecos. Sencillamente son una vergüenza nacional.

Aquellos que fingieron ser candidatos de oposición al régimen y que al final también quedaron sin ropa, excepto el que sabe utilizar el lápiz, pero que también es hábil con el borrador, para saltar del barco quién sabe si a tiempo, constituyen otra vergüenza nacional.

Que el Alto Mando Militar, quien se enteró primero que todo el país de la contundente victoria de Edmundo González Urrutia a través del Plan República, desconozca ese resultado y le haya dado la espalda a nuestra soberanía expresada por la voluntad popular a través del voto, y se haya convertido en cómplice de un grave delito que no prescribe, asociándose con todos los poderes públicos para perpetrar este golpe de Estado, al igual que  consintieron la destrucción de nuestras fuerzas armadas, para convertirlas en el brazo de asalto de la tiranía, es una vergüenza nacional.

El broche de oro es para los rectores del Consejo Nacional Electoral, que convirtieron ese organismo en el más grande y desprestigiado prostíbulo de este país. Pasará mucho tiempo para que alguien decente ingrese allí antes de que lo fumiguen contra todo tipo de alimañas y vectores. Estos malhechores, sinvergüenzas, proxenetas y desalmados se llevan el trofeo de la vergüenza nacional.

Pero Venezuela es digna, sus hombres y mujeres lo demostramos el 28  y 29 de julio, y seguimos firmes en la defensa de nuestro voto, que cada hora  no solo probamos que obtuvimos una aplastante victoria, sino que diariamente se multiplican mundialmente los reconocimientos y apoyos a la gesta que logramos. Los ladrones se han percatado de que no pueden repartirse el botín, porque es intangible; y así como algunos ya reconocen que la gran mayoría votamos por amor a nuestras familias y a Venezuela, terminarán devolviéndonos la soberanía. Ahora que han concluido los Juegos Olímpicos de París 2024, nuestro podium es inmenso, en él tenemos que colocar a todos los que participamos en la campaña, a los que votamos por el cambio, a María Corina Machado, a Edmundo González Urrutia,  a la Plataforma Unitaria, a los miles de ciudadanos de uniforme y sus familiares, a la inmensa legión de beneficiarios de la Misión Vivienda que sufragaron por Edmundo, a Andrés Caleca, a Juan Barreto  y a Enrique Márquez. Esta es la Venezuela de la dignidad y del cambio.

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