Longlegs transita por derroteros oscuros del pasado y el presente, extendiendo el proyecto estético de El silencio de los inocentes, a través de nuevos médiums, unos hijos atormentados de aquella generación subsidiaria del terror subjetivo de Psicosis.
Guion y dirección hablan de ello, desde los símbolos hasta la construcción de personajes, desde las sombras de padres e hijos de la tendencia, en un juego de espejos propio de una posmodernidad herida, de un autoanálisis atormentado.
Oz Perkins replantea montajes satánicos de Kubrick, Friedkin y el más reciente Gordon Mitchell, al llamar a su talismán, Maika Monroe, para verse en el espejo de Jodie Foster ante un asesino en serie delirante, posible descendiente de la camada de Norman Bates y El Doctor Lecter.
Nicolas Cage incorpora al intruso destructor, al Caligari de la función, usando una máscara expresionista de un Fausto hinchado por el botox, como un vampiro de Düsseldorf, suelto en el infierno invernal y suburbial de la américa profunda.
Cage viene de vuelta de absolutamente todo y se las ingenia para seguir en activo, replicando la magia negra de sus maestros tiriteros, como el David Lynch de Corazón Salvaje.
En tal sentido, Nicolas ha cruzado el umbral de Wild at Heart, dejando atrás una imagen de antihéroe redentor, para transfigurarse en el Boby Perú de la función macabra de la contemporaneidad, seguramente harto de recibir papeles blandos de descarte.
El filme parece poseído por los engredos de un cine de terror cancelado. Por ahí cifra sus virtudes y defectos.
Entre lo primero, cabe relucir el gusto por un trabajo contenido de cámara, en planos secuencia y visiones anamórficas.
La dirección del Mago de Oz es surreal, a menudo digna de admiración por parte de los fans del fantástico introspectivo.
El guion sí deja baches, parches y agujeros por su devenir dramático, como un reguero de cuerpos que se intentan acoplar por las destrezas de la edición y la realización.
El contraste de formatos, entre el cuatro tercios para los flash backs y el panorámico para la realidad de la trama, brinda un look esquizofrénico y metalinguístico, a la altura de los amantes de Zodiac y Seven.
A veces no se entiende mucho el desarrollo bizarro de las acciones y el diálogo busca subsanar los entuertos del argumento.
En su dimensión subtextual, Longlegs nos enfrenta a una serie de fantasmas y demonios, no resueltos por la sociedad del bienestar, producto de insanias intrafamiliares y legados del mal, transmitidos de generación en generación.
Por eso, la película cumple con su trabajo, al diseminar las semillas del diablo que incubaron su malestar cultural.
La chica del FBI dice tener visiones del futuro, a fin de anticipar y resolver la ola de crímenes del serial killer.
Pero en realidad, ella es otra de las víctimas del arquitecto de las pesadillas, en un contexto de manipulaciones y fraudes cometidos en nombre de los señores de las tinieblas y de las sombras.
Veo que lo que se inventó en Alemania, hace un siglo, tiene piernas largas y robustas.
De estar vivo Siegfried Kracauer, nos alertaría del peligro de pasar de Caligari a Hitler.
Puede ser “Longlegs” un síntoma del fascismo ordinario que nos invade por doquier, llegando al reinado del miedo en nuestras casas.
Por eso, la considero una película más sugerente, de lo que reconocen sus críticos.
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