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La toma de Puerto Cabello: historia y memoria

“Mientras Bolívar y Carabobo se entronizan en el relato y la memoria, son muy pocas e irrelevantes las menciones y celebraciones que recuperan la toma de Puerto Cabello. Un pequeño acto se realizó localmente en 1843, para conmemorar los 20 años del suceso. Hubo toros, iluminación y un tablado con el retrato de Páez, quien para entonces era presidente de la república, pero no se presentó en la escena”
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Por INÉS QUINTERO

La toma de Puerto Cabello: “fin de la guerra de Independencia”

El 8 de noviembre de 1823 tuvo lugar el asalto y toma de la Plaza Fuerte de Puerto Cabello bajo la dirección del general José Antonio Páez. Dos días después se rindió el Castillo de San Felipe y se firmó la capitulación entre los jefes de ambos ejércitos. 

Sobre este hecho de armas se elaboraron varios documentos, testimonios, decretos y noticias de prensa que dan cuenta de los sucesos y también de la valoración que le otorgaron sus protagonistas. El rasgo común de la gran mayoría de los documentos es la unanimidad sobre su significación militar como una “gloriosa jornada en la historia de las armas de la República” y también su relevancia histórica por haber “sellado irrevocablemente la libertad e independencia de Colombia y haber concluido la guerra de Venezuela”. Una muestra representativa de esta documentación fue reunida por José Alfredo Sabatino y Fernando Falcón en el libro Materiales para el estudio de la toma de Puerto Cabello editado por la Academia de la Historia de Carabobo. 

Luego de la disolución de la unidad colombiana, durante los años iniciales de la República, se escribieron las primeras historias generales sobre la Independencia, en estas obras sus autores dedicaron parte de sus páginas a la descripción y narración de estos hechos y, al mismo tiempo, expresaron sus consideraciones respecto a la significación que podía otorgarse a lo ocurrido en Puerto Cabello. Feliciano Montenegro y Colón y Rafael María Baralt, dos autores insoslayables de la historiografía fundacional, refirieron en sus libros la significación histórica que tuvo la toma de Puerto Cabello; el primero la ponderó como el hecho que aseguró la paz y la libertad en Venezuela; el segundo afirmó que con este suceso se había puesto fin a la guerra de Independencia. Años después, en su autobiografía, José Antonio Páez se expresó en los mismos términos al mencionar estos hechos. 

Posteriormente, la toma de Puerto Cabello fue perdiendo relevancia en el relato histórico. Una significativa expresión de ello puede verse en la muy influyente obra de José Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, publicada en 1909, en la antesala del primer centenario de la Independencia. Puerto Cabello se menciona solo como parte del capítulo “Venezuela en la unión colombiana”, de manera escueta se dice “desapareció para siempre el dominio de España en Venezuela”. Acto seguido, el hecho queda asociado a las intrigas y discordias políticas que suscitaron las “pretensiones de Páez, que era el comandante militar de Venezuela”.

En los siglos XIX y XX, durante el largo recorrido del proceso de construcción de la nación, se comenzaron a seleccionar las efemérides nacionales de Venezuela, se elaboraron los primeros manuales de enseñanza de la historia y se fueron fijando los principales referentes de la memoria, dejando ver cuáles eran los personajes y hechos que debían ser incorporados a los rituales conmemorativos de la nación. En ningún momento se incorporó como efeméride nacional o local, la toma de Puerto Cabello; más bien se privilegió la batalla de Carabobo ocurrida el 24 de junio de 1821, como el momento culminante que puso fin a la guerra de Independencia en nuestro país.

La clave de esta omisión respecto a Puerto Cabello habría que relacionarla con la fortaleza del culto a Bolívar y el proceso de bolivarianización del relato historiográfico, lo cual tuvo marcada influencia a la hora de valorar el pasado y de construir los referentes de memoria de la nación. Veamos algunos detalles. 

La historia, tras el caballo de Bolívar

En Venezuela, muy tempranamente, la figura de Simón Bolívar se convirtió en el centro del discurso historiográfico, del mismo modo ocurrió con los hechos de armas en los que participó, todo ello como parte del culto a Bolívar, cuya oficialización tuvo su momento culminante en 1842, cuando fueron repatriados sus restos por iniciativa de José Antonio Páez, con la finalidad de que sirviera de soporte a la reconciliación y unificación nacional. 

A partir de entonces cobra mayor fuerza la idealización del Libertador, Padre de la Patria y héroe fundamental de la gesta emancipadora y al mismo tiempo va adquiriendo mayor fuerza y relevancia la batalla de Carabobo como hecho culminante de la guerra de independencia. Importantes obras contribuyen a fortalecer esta práctica: la biografía del Libertador, escrita por Felipe Larrazábal, publicada en 1865; la colección de Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, que se comienza a publicar a partir de 1878, las Memorias del general Daniel Florencio O´Leary, en 32 volúmenes cuya publicación se hace durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, el libro Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, así como muchas otras obras que contribuyen a consolidar el culto al Libertador. 

También los manuales de enseñanza, factor clave en el proceso de formación de la memoria, reprodujeron y reiteraron el discurso heroico sobre el Libertador presentándolo como el gran conductor de la Independencia y privilegiaron la batalla de Carabobo como el episodio bélico que puso fin a la guerra, haciendo valer la afirmación hecha por el propio Bolívar en su proclama del 29 de junio de 1821 destacando este hecho de armas “… como la victoria final que ha terminado la guerra de Venezuela”. 

El manual de Alejandro Peoli, Compendio de la historiaantigua y moderna de Venezuela, publicado en 1853 destaca Carabobo como el combate que destruyó el poder español en Venezuela; menciona la batalla del Lago y apenas hace alusión a la toma de Puerto Cabello, con lo cual reafirma el lugar central que ocupa el combate de 1821.

En términos similares se pronuncia Felipe Tejera, en 1875, en su Manual de historia de Venezuela para el uso de las escuelas y colegios, ampliamente difundido hasta el siglo XX. Allí señala la importancia de Carabobo no solo como la “inmortal jornada que coronó la independencia de Venezuela”, sino que le da alcance continental al destacar su papel en el afianzamiento de la independencia de la Nueva Granada y como hito que preparó las campañas victoriosas de Perú y Bolivia. También destaca el alcance de Puerto Cabello, como “…el término de la magna y épica guerra de la emancipación de Colombia”. Pero esta afirmación no logra opacar ni evitar que se imponga la versión que le da mayor preeminencia a Carabobo, tal como se desprende de otro popular manual de la época, el Catecismo de historia de Venezuela de Antonia Estelller, que se imprime en 1886. Preguntaba la autora por el día que tuvo lugar esta célebre batalla y por el tiempo del enfrentamiento y responde:  “…Una hora fue bastante: pues la mágica influencia del Libertador hizo excederse á sí mismo á los indomables guerreros colombianos quienes terminaron con aquella célebre jornada la guerra en el territorio de Venezuela”.

Otros manuales del siglo XX reiteran el alcance de Carabobo y, en cuanto a la toma de Puerto Cabello, ni siquiera se destaca en el relato. Nos referimos a la Historia de Venezuela de J.M. de Siso Martínez, publicada en 1957; y a la Historia fundamental de Venezuela, del historiador José Luis Salcedo Bastardo, que empezó a circular en 1970.

Mientras Bolívar y Carabobo se entronizan en el relato y la memoria, son muy pocas e irrelevantes las menciones y celebraciones que recuperan la toma de Puerto Cabello. Un pequeño acto se realizó localmente en 1843, para conmemorar los 20 años del suceso. Hubo toros, iluminación y un tablado con el retrato de Páez, quien para entonces era presidente de la república, pero no se presentó en la escena. Una breve reseña del acto sale publicada en la prensa de Caracas el 4 de diciembre.

Poco tiempo después, en 1846, José Antonio Páez cayó en desgracia y con su derrota política quedaron sepultadas sus glorias, campañas y hazañas, incluida la toma de Puerto Cabello, valorado en su momento como hito crucial en la derrota definitiva de los españoles en Venezuela.

La exacerbación del culto a Bolívar que tuvo lugar en tiempos del general Antonio Guzmán Blanco también se hizo sentir en la valoración de la batalla de Carabobo y en la omisión de la toma Puerto Cabello; a lo que se suma la animadversión de Guzmán frente a Páez, enemigo político de su padre, y también su adversario en tiempos de la federación. Guzmán reconoce el prestigio militar de Páez durante la guerra, pero condena su ambición y lo acusa de ser el responsable de promover la disolución de la unidad colombiana. 

También, durante la presidencia de Guzmán Blanco, se le encarga a Martin Tovar y Tovar la más grande obra pictórica que se hace para conmemorar las glorias de Bolívar y de la Independencia a fin de que fuesen colocadas en el Capitolio Federal, obra cumbre de la renovación del casco urbano de la ciudad de Caracas. Allí quedan consagradas para la posteridad las batallas de Carabobo, de Boyacá y de Junín. Ningún rastro de la toma de Puerto Cabello. 

Esta tendencia se verá sostenida y reforzada por la Academia Nacional de la Historia, constituida en 1888 y convertida en promotora y defensora del culto a Bolívar, sobre todo durante el siglo XX, de la mano de Vicente Lecuna, máximo exponente en la elaboración, conducción y protección de la hagiografía bolivariana. 

Son muchas las referencias que dan cuenta de la glorificación de Carabobo y Bolívar en el siglo XIX y de su continuación y reafirmación en el siglo XX. Sobre este mismo tema puede leerse el ensayo de Pedro Correa “¿Y quién dijo que la batalla de Carabobo puso fin a la guerra de Independencia?” publicado en el 2010, en el libro El relato invariable. Independencia, mito y nación. También el completo del historiador Hancer González de la Universidad de Los Andes titulado La tradición inamovible. Persistencias en las conmemoraciones de la batalla de Carabobo en Venezuela (1821-2021), allí se analiza el proceso que acompañó la celebración de Carabobo desde que ocurrieron los hechos hasta la conmemoración del bicentenario.

La relevancia de Carabobo frente a Puerto Cabello está presente en 1921, en ocasión del centenario. El decreto del 23 de marzo de 1821 consagra esta batalla como “el triunfo definitivo de las armas patriotas en Venezuela, y base para la gloriosa campaña con que el Libertador llevó hasta el Perú la obra redentora de su genio”. Se ordenó la construcción de un arco de triunfo, inaugurado finalmente en 1930, hubo maniobras militares en el campo de Carabobo con la presencia del general Gómez y también se acordó glorificar al Libertador. Con ese fin se adquirió e inauguró la Casa Natal del Libertador, en Caracas.

Estos hechos contrastan significativamente con la modesta conmemoración que se realizó el 8 de noviembre de 1923, cuando se cumplieron los 100 años de la toma de Puerto Cabello. Una breve reseña publicada en El Nuevo Diario informa la visita de una comisión designada en Puerto Cabello para colocar dos coronas de flores al pie de las tumbas de Bolívar y Paéz en el Panteón Nacional.

Años más tarde, en 1939, durante el gobierno de Eleazar López Contreras, el 24 de junio fue declarado día del Ejército, pero no se incorporó a las efemérides nacionales. Será en 1971, en ocasión del Sesquicentenario, cuando se declara Fiesta Nacional, junto con el 19 de abril, 5 de julio, 24 de julio y 12 de octubre. Así se mantiene en el presente

En 1973, la Armada celebró con especial pompa el Sesquicentenario de la Batalla Naval del Lago. Apenas se destaca el asalto y toma de Puerto Cabello como un apéndice de la programación preparada para rendir homenaje a la victoria obtenida aquel 24 de julio de 1823. Destaca Sabatino que Puerto Cabello sólo se menciona: “…en el marco de lo que entonces se llamó año de la Reafirmación Marítima Venezolana Sesquicentenario de la Batalla Naval de Maracaibo”.  

En tiempos más recientes, se ha hecho un importante esfuerzo por investigar y destacar la importancia militar y política de la toma de Puerto Cabello. El trabajo de Asdrúbal González publicado en ocasión del sesquicentenario; los estudios de Fernando Falcón y José Alfredo Sabatino, la recuperación y publicación de los documentos y los numerosos eventos que se han realizado en diferentes espacios académicos forman parte de esta preocupación por incorporar al conocimiento de nuestra independencia el análisis crítico y el debate plural sobre la significación histórica de la toma de Puerto Cabello.

De este esfuerzo también forman parte las iniciativas institucionales de recuperación de la memoria adelantadas por la Academia de la Historia de Carabobo y la Cámara de Comercio de la ciudad, con el apoyo del Banco del Caribe para hacer una maqueta explicativa, y colocar varios monolitos que permitan reconstruir con información actualizada este importante episodio de nuestra historia. 

No obstante, sigue siendo una tarea pendiente propiciar espacios de discusión y reflexión que permitan comprender la complejidad que representó el deslinde político, militar y humano de este largo y complejo proceso que puso fin a la presencia del ejército español en Venezuela, pero que difícilmente podía deshacer la relación histórica, humana, cultural y política entre España y sus antiguas provincias. 

La conmemoración del bicentenario de la toma de Puerto Cabello que tuvo lugar en la Cámara de Comercio el pasado mes de noviembre, con el auspicio de la Embajada de España y la presencia del excelentísimo embajador de España, de las instituciones académicas, del Banco del Caribe y de la Cámara de Comercio de Puerto Cabello dan cuenta de la voluntad de escribir y recordar la historia, más allá de las discordias historiográficas, para recuperar la permanencia de los intercambios y la posibilidad de construir una memoria compartida: la memoria de la paz y del entendimiento entre dos Estados que compartieron una misma historia, por más de tres siglos.


*Inés Quintero es miembro de la Academia Nacional de la Historia.

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