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El final, la profecía y la sentencia

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El final, la profecía y la sentencia. Tenías razón, me dice Argimira con ojos llorosos.

Su rostro casi adolescente está hoy compungido, contrito, fruncido, como estrujado.

Ya hace siete meses que se produjo la que ella califica de “infame sentencia”, cuando los “comisarios políticos” del TSJ validaron los dos boletines del CNE y confirmaron la proclamación de Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

Hoy ha venido a mi casa. Allí la veo, acomodada en mi butaca de lana cruda. Sobre su cabeza pende un dragón tailandés de alas abiertas.

Desde que ella decidió votar por María Corina Machado en las malhadadas primarias de hace dos octubres, nuestras batallas por WhatsApp se hicieron memorables, convencido como estaba yo de que se estaba cometiendo un grave error político que traería graves y costosas consecuencias.

No era una profecía ni mucho menos. Era una sencilla deducción política que cualquiera con oficio y con la mano en el corazón podía colegir.

Ahora tengo que admitirlo, me dice mirando al suelo, No tenía sentido postular a quien más resistencia y más repudio ocasionaba en las huestes chavistas.

“Desafío necio”, le escribí entonces.

“Hay que buscar un candidato que cuente con la aquiescencia del régimen autoritario de partido-Estado, como hicieron los demócratas chilenos con Aylwin (frente a la dictadura militar), los franquistas con Suárez (frente a marxistas e independentistas), Solidaridad con Mazowiecky (frente a los comunistas polacos), incluso los negros surafricanos con Mandela (frente a los blancos racistas)”.

Por aquel tiempo, Argimira me llamó “colaboracionista de la dictadura”.

Detallando los arabescos de la alfombra persa, piensa que esa enrevesada filigrana se parece al laberinto del Minotauro en que por enésima vez la oposición se ha metido y extraviado.

Pero ahora clava en los míos sus ojos grises

Qué mentecata la verdad María Corina comenzando su campaña con aquella frase estúpida de “Maduro, ven pa’cá, yo lo que quiero es verte preso”, se lamenta.

Argimira repite ahora poco más o menos lo que yo le dije por aquellos días que parecen ya remotos: si usted tiene a un presidente que usted sabe que no es un demócrata, al menos en el sentido liberal del concepto; que carga encima una millonaria recompensa gringa por su cabeza; que arrastra un amenazante juicio en la CPI; y la candidata de la oposición le promete cárcel, ¿no es de suponer que hará cuanto esté a su alcance para no entregar?

Puesto entre un calabozo en Guantánamo y el fraude si fuese el caso, ¿qué escoge?

Es que votar no bastaba, Argimira, le replico yo. Había que buscar un acuerdo previo a las elecciones, como propuso el rector de la UCAB, ¿recuerdas?, y como sugerimos tantos tantas veces, un acuerdo detallado, minucioso, acerca de los términos de la transición, en que se ofreciera todo lo que pidiese el gobierno con tal de que aceptara sólo una cosa: un cambio de gobierno, por modesto que fuese, pues todo, todo vendría luego por sí solo… para lo que se requería un candidato que tuviera oficio político y coraje como para sentarse a hablar de todo ello con Maduro y sus conmilitones: respeto, perdón mutuo, cogobierno, cohabitación, etc.

Casi con vergüenza, Argimira susurra un nombre: “Rosales”, a quien entonces descalificó con ruidosa aversión desde aquella noche memorable cuando la MUD casi se queda sin candidato y fue él quien salvó la ruta electoral a un cuarto para las 12:00 de la noche. O Aveledo, me digo yo. O Fernández.

Al menos hoy no tendríamos la lacerante duda que nos agobia de lo que pudo haber sido y no fue, murmura, con la mirada perdida en el bosque que rodea mi edificio.

Pero todo eso es futurología retrospectiva, como la llamaba Betancourt, le digo yo. Ahora los de 30 y 40 como tú deben hacerse la pregunta aquella del camarada Vladimir Ilich: ¿Qué hacer?, y tal vez lo primero es entenderse, pactar con los de 30 y 40 que están del lado de allá.

El punto que ha terminado por quedar claro es que quienes desde las huestes machadianas auparon sorpresivamente la ruta electoral luego de haber propiciado la abstención durante dos décadas, o bien actuaron con ingenuidad, sin percatarse de que estamos frente a un régimen autoritario de partido-Estado, candor que es más o menos improbable en ellos, o, lo que es más plausible, simplemente “instrumentalizaron” el voto para que fuese detonante de -otra vez- una “salida” de fuerza, porque “sólo por la fuerza este gobierno será desalojado del poder” (según literalmente dijo la lideresa tantas, tantas veces).

Decían creer en la ruta electoral pero no en la ruta democrática que, además del voto, supone respeto por el otro y vocación por el pacto y los acuerdos, le digo.

Claro, por eso se pusieron al margen del proceso en el TSJ, me recalca Argimira, acomodándose un pañuelo de seda que lleva atado al cuello.

En efecto, y fue un error

Yo memoro que cuando el MAS y La Causa R en los setenta decidieron incorporarse con armas y bagajes al sistema democrático hegemonizado por AD y Copei, para nosotros aquella era una democracia burguesa y criminal que acababa de asesinar y torturar a cientos de camaradas y que nosotros aborrecíamos ideológicamente, y lo hicimos jugando con las reglas del sistema, sin asco.

Un año después, Teodoro, Pompeyo, Freddy, Eloy y Bayardo estaban en Miraflores visitando al presidente Caldera. Fuimos acusados de “electoralistas”, “traidores”, “genuflexos” y… “colaboracionistas”. Pero cuando un movimiento político decide hacer reformismo desde dentro del sistema, acepta sus reglas y juega con ellas. Otros pretendían derrocar al régimen puntofijista por la fuerza, desde afuera. Esos eran los revolucionarios.

Es verdad, me reconoce Argimira. El verbo incendiario de María Corina es revolucionario, de derecha pero revolucionario.

Si escoges la ruta democrática, que, además de voto, supone acuerdo, pacto, consenso, debes comenzar admitiendo que vas a jugar con las reglas de un régimen autoritario de partido-Estado que es el dominante, tal como es, no como deseas que fuese, agrego yo.

Hoy, siete meses después de que el TSJ pronunció su sentencia en que validó los dos boletines del CNE proclamando a Maduro como presidente, y que la oposición machadista decidió no hacerse parte del juicio contencioso, y que nunca se presentaron las actas de la oposición cuando y donde pudo hacerlo, el grito de “¡Fraude! ¡Fraude! Fraude!” se ha ido apagando como un eco en la montaña, y la resaca de todo lo vivido se empoza como un charco de culpa en la mirada, como escribió el poeta.

Sólo quedan más encarcelados, más asesinados, más exiliados. El saldo de siempre. Anegada en la derrota, otra vez la oposición extremista apela a la comunidad internacional y pronuncia melancólicos conjuros a los militares.

Pero la presidenta Kamala Harris ha dejado saber que sí, que apoya las demandas democráticas de los venezolanos, pero que primero están el petróleo y el gas.

Y, compactados alrededor de su comandante en jefe y del ministro de la Defensa, los oficiales de la Fuerza Armada Nacional (la mayoría de ellos, al menos) ven con desprecio a los voceros de esa oposición a la que identifican con el imperio.

De esta guisa, los extremistas amontonan sus derrotas como en un cementerio de elefantes se apila el marfil. “¡Hasta el final!”, voceaban. Éste es el final. Ninguna tierra prometida. Ningún maná de pan, leche y miel.

Antes de despedirse con un beso y un abrazo estrecho, Argimira me dice, refiriéndose a los miles que promovimos y seguimos promoviendo tercamente, con los pies en el piso, sin falsas ilusiones, sin espejismos, el sueño factible de un cambio en paz, con el régimen y no solo contra él, persuadiendo a sus capitostes y no desafiándolos sin tener con qué:

Gracias, amigo, Gracias por lo que todos ustedes hacen para abrir la brecha, para desbrozar la senda, para sentar un discurso, aun al costo personal que sea. Ojalá los que venimos detrás estemos a la altura.

Yo la veo alejarse en su pequeño automóvil plateado. Creo, quiero creer. El mundo no se acabó el 28J. La vida continúa. La pelea sigue. Estos muchachos retomarán las banderas de la patria y construirán el país que los venezolanos nos merecemos: libre, productivo y soberano. Que así sea.


Artículo publicado en Punto de Corte

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