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El chavo-madurismo fulminado por su propia estupidez

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Se acabó. El proyecto político chavo-madurista ha fenecido bajo el peso de la prepotencia estúpida de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, Jorge Rodríguez y Elvis Amoroso, entre otros.

Puede referirse a la política como el arte o práctica de personas que buscan adelantar, en sociedad, objetivos de un proyecto particular. Más allá de la precisión del término, la relación entre medios y fines es clara. Si el proyecto persigue determinados fines, lo racional es usar medios adecuados para ello. La frase, “el fin justifica los medios”, que avala acciones poco éticas, violadoras de derechos básicos, para el logro de determinados fines, es errónea (además de inmoral). Una vez legitimada su práctica, habrán de contaminar, irremediablemente, esos fines. Es la trágica historia de tantas “revoluciones liberadoras” que acaban en autocracias represoras con la excusa de estar prosiguiendo fines superiores.

Este corto preámbulo sirve para preguntar: ¿qué perseguía la convocatoria de las elecciones del 28J por parte del chavo-madurismo? ¿Perpetuarse en el poder? Para eso, reprimía. Pero, provocó su ostracismo. La muerte de más de 300 manifestantes entre 2014 y 2017, las numerosas investigaciones bien sustentadas, sobre su sistemática violación de derechos humanos -incluyendo tortura y muerte de presos políticos en custodia-, junto a su usurpación de los poderes de la Asamblea Nacional electa en 2015 y el fraude en las elecciones presidenciales de 2018, hacían apremiante superar el oprobio a su proyecto. Elecciones creíbles permitirían recuperar la legitimidad requerida para reinsertarse en el escenario mundial, liberarse de las sanciones y ganar espacio para sus perspectivas de permanecer en el poder. Conscientes del rechazo mayoritario a su gestión, como de su precariedad internacional, aislada y sin recursos, la oligarquía militar/civil entendió que éstas debían cumplir ciertas condiciones. De ahí, el acuerdo firmado con la oposición en Barbados y refrendado por países acompañantes.

No tiene sentido echar de nuevo el cuento de todas sus transgresiones a este acuerdo y del porqué de las mismas, sino preguntarse si el proyecto chavo-madurista, con el fraude masivo que está intentado perpetrar, se viene acercando a la propuesta referida. Aceptemos, incluso, que hostigar a las fuerzas democráticas se podría excusar, desde su óptica, si ello lograba extraerles una disposición más “flexible” para procesar crímenes de la dictadura en un eventual régimen de transición. Pero, no.

Embriagados por la prepotencia y la soberbia de creerse dueños y señores de Venezuela –el hibris a que se referían los griegos–, decidieron imponerse de la manera más torpe y burda posible. Nadie duda, a estas alturas, que Elvis Amoroso trampeó su insólita presentación de resultados parciales del evento electoral, declarando ganador a Maduro sin sustento alguno en actas y faltando, según sus propias cifras, más de 2,5 millones de votos que podrían alterar el resultado. La negativa en entregar las actas dio pie a la sospecha de que necesitaban tiempo para falsificarlas a escondidas y sustentar, así, las cifras de Amoroso. De hecho, hubo reportes del secuestro de testigos de mesa de parte de esbirros del régimen, presumiblemente para firmar tales imposturas. Pero ya es muy tarde. Al haber obtenido, pese a trabas de todo tipo, 81,21% de las actas, se pudo constatar que el número de votos a favor de Edmundo González era de 7.173.152, el 67%. Para Maduro, la votación era de 3.250.424, menos de la mitad, 30% (¡aunque sorprendentemente alta, para mí, tomando en cuenta su pésima gestión!). ¡A la vista de todos, en Internet! “Cuando digo que la burra es negra, es porque tengo los pelos en la mano”.

País tras país ha insistido en que no reconocerán el triunfo de Maduro, si no se sustenta en las actas. Estados Unidos y Perú ya reconocen como presidente electo a Edmundo González Urrutia. Pero, para los venezolanos, tal constatación no hizo falta. La gente estuvo clara desde la misma noche del 28 del triunfo de Edmundo y salió espontáneamente, en todos lados, para asegurar el respeto a su voto.

Fiel a su naturaleza, el fascismo insiste en arrebatar, a pesar de haber quedado expuesto claramente como tramposo ante el mundo. ¡Es que ha sido muy burdo! A Maduro se le ocurrió la genialidad de ordenar la expulsión inmediata de los diplomáticos acreditados en el país de Chile, Argentina, Costa Rica, Perú, Panamá, Uruguay y República Dominicana por pedir la presentación de las actas. Pero la estupidez no termina ahí. Sale Jorge, el Furibundo, desgañitándose en el Capitolio para exigir que se detengan a María Corina Machado y Edmundo González Urrutia. Padrino se asoma con otros jerarcas militares, en pose del gorilato argentino de Videla, Viola, Massera y Cía.  , amenazando a los venezolanos con la imbecilidad de que desconocer el fraudulento triunfo de Maduro constituye un golpe de Estado (¡!). Todavía más disparatado, es que tan emblemáticos personeros del fascismo madurista enfilasen sus absurdas acusaciones contra un supuesto “fascismo de derecha”, aupado por el imperio (¡!). La clásica proyección en otros de sus propias lacras, buscando exorcizarlas. Mientras más gritas “fascista”, Jorge, más al descubierto te expones. Como siquiatra, lo sabes. Maduro, ante corresponsales extranjeros, reitera tal confesión, repitiendo la descarga contra “la derecha fascista” y el imperialismo.

Pero en esta competencia de dislates, nadie iguala a Torquemada Tarek William Saab. Para justificar el retraso del delincuente electoral Amoroso en presentar las actas, inventó un intento de hackeo de sus computadoras, ¡desde Macedonia del Norte!, y por instrucciones del equipo de MCM y EGU. ¡Así de dañinas habrán sido los coscorrones que sufrió –condenables, desde luego– aquel 11A de 2002!

El fascismo clásico promovió la guerra para ser exterminado, finalmente, en la conflagración bélica que desató. La oligarquía fascista que se apoderó de Venezuela viene librando desde hace rato también una guerra, pero contra su propio pueblo. Pero en este afán estropeó –¿de manera irreversible?–, la posibilidad de legitimarse a nivel nacional e internacional. Se metió en una posición mucho peor que la provocada por su fraude de 2018. Cuando empezaba, arduamente, a salir de ella, ¿para qué la charada de convocar unas elecciones que iba a trampear tan vulgarmente, destruyendo su proyecto político?

Maduro intenta consumar un golpe de Estado, burdo y torpe, contra el pueblo venezolano, en la figura de su presidente electo, Edmundo González Urrutia. Ofrece un baño de sangre y ha empezado a cumplir, en complicidad con esa deshonra llamada Vladimir Padrino. Saca a los colectivos armados por si crece la resistencia interna de la FAN por reprimir. Saben lo que la gente votó. Alimenta, así, los expedientes en su contra en la CPI y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU con razones adicionales para enjuiciarlo a él y a sus cómplices. Se aísla aún más, rompiendo relaciones con países vecinos.

Toda vinculación afectiva con un pueblo que otrora era, en buena medida, chavista ha quedado rota. Imposible reconstruir una ascendencia popular invocando al Chávez mítico. Desapareció la magia. Se esfumó del imaginario popular, como lo atestiguan sus estatuas tumbadas. Y, a falta de logros y de capacidad de gestión, se acabó Maduro. Se desnuda como reino de terror que busca imponer una mafia, perdida irremediablemente en una maraña de consignas “antifascistas” que la inculpan a ella misma, dedicada a expoliar y a reprimir a la fuerza. Es Diosdado Cabello, gritando, “¡aquí no nos sacará nadie!”

Semejante estupidez solo se consigue con Nicolae Ceaucescu, quien fuera dictador de Rumania. Al soplar aires de libertad en la Europa oriental pro soviética, disolvió a tiros protestas en la provincia. Luego convocó una gigantesca manifestación en la capital para justificar sus acciones, solo para ser abucheado masivamente. Al ordenar a la Seguridad reprimir, provocó que la concurrencia se desbordase. Huye con su esposa, Elena. Son apresados el día siguiente y fusilados luego de juicios sumarísimos. ¡Elena insultaba a sus verdugos –militares– por no haber defendido a sus jefes!

¿No será mejor, Nicolás y Cilia, reconocer su derrota y negociar una salida aceptable mientras puedan?

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