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La transición en la historia de Venezuela

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La historia republicana de Venezuela ha sido una permanente transición, desde el 19 de abril de 1810, el triunvirato establecido como figura transitoria entre la moderada conservación de los discutibles derechos de Fernando VII y la declaración de independencia absoluta el 5 de julio de 1811. Aquella Junta Suprema de Caracas sirvió de puente entre el orden colonial representado en el capitán general Vicente de Emparan y el nuevo orden republicano representado en el Congreso de 1811 y el triunvirato elegido por este, siendo el doctor Cristóbal Mendoza el primer presidente de nuestra Primera República. Una transición muy compleja que terminó necesariamente en la dictadura comisoria y necesaria de Miranda en 1812 y en la profundización de la guerra de Independencia hasta 1821. Una característica de esta primera transición fue el no poseer un anclaje político sólido con los intereses del régimen anterior, indispensable en todo proceso de transición, pues los radicalismos siempre tienden a obviar la existencia de un antes previo al después, carecen de perspectiva histórica que es indispensable en política, no solamente para alcanzar el poder, sino principalmente para conservarlo.

Otro momento significativo fue el derivado de la llamada Guerra Federal (1959-1863), proceso sangriento e innecesario, no por sus causas, sino por sus consecuencias: los 65 años de tiranías que siguieron a la fecha de 1870, una vez llegado al poder el licenciado y general Antonio Guzmán Blanco, seguido por los generales Joaquín Crespo, Cipriano Castro y, nada más y nada menos, que por la tiranía perpetua de Juan Vicente Gómez Chacón. Luego de los gloriosos Tratado de Coche y el Decreto de Garantías de Falcón, el ineficaz gobierno de un Juan Crisóstomo Falcón (tal vez por su estado de salud que le alejaba del poder efectivo) reveló la debilidad política de tampoco poseer al anclaje necesario con el poder anterior, por lo que la disparatada Revolución Azul de 1868 terminó con aquel sueño federal y liberal sembrado desde los años de 1840. Esta fracasada transición no dejó sino más de seis décadas de cárcel, exilio, torturas y muertes; además de tiranos enriquecidos en tierras, dinero y poder.

Un tercer momento de transición, esta vez exitoso, se vino generando desde 1927 al menos, cuando ya la edad y la decreciente salud del tirano Juan V. Gómez hizo pensar a las variadas tendencias internas gomecistas y a la oposición clandestina, en un posible cambio hacia una institucionalidad más cercana a la democracia. Por ello, lo que podríamos llamar el gomecismo liberal, muy cercano al propio Gómez, como lo fue su ministro, el doctor Francisco Baptista Galindo, inició un proceso de apertura política preparatoria, que implicaba no solamente la importante liberación de presos políticos tan significativos como Román Delgado Chalbaud, el cierre de la Rotunda de Caracas, el regreso de exiliados y la defenestración inicial de Eustoquio Gómez; lo principal de esta transición era el nuevo círculo de Maracay, donde quedaban cada vez más fuera los viejos familiares ultrarreaccionarios del Táchira, y se incorporaban nuevos personajes que paulatinamente irían apareciendo después de 1936; con el liderazgo central del general López Contreras una nueva élite venía trabajando hacia un proyecto de reformas graduales, desde un Alberto Adriani y un Arturo Uslar hasta sabios médicos como el doctor Tejera. La revuelta estudiantil de 1928 (con su complemento militar del capitán Alvarado) dio paso al inicio de un reformismo radical paralelo al reformismo gradualista, pero ambos abrieron las puertas hacia la lenta transición democrática, que apenas pudo acelerarse desde 1945 a 1948. El haber entendido el anclaje político con el pasado, desechando el gomecismo rancio y apoyándose en el neogomecismo reformista, permitió a López Contreras ejecutar una sólida transición y, posteriormente, permitir la apertura política que inició el general Medina Angarita, que radicalizó desde 1945 Rómulo Betancourt y Acción Democrática.

Los adecos aprendieron el precio de la radicalización como un protagonismo histórico que no consideraba las razones de la historia: 10 años de una nueva dictadura militar detuvieron hasta 1958 la marcha hacia la democracia. La junta de gobierno encabezada por el vicealmirante Wolfgang Larrazábal y luego por el doctor Edgar Sanabria, realizó una eficaz transición de apenas un año, hasta que Rómulo Betancourt ganó las elecciones en diciembre de 1958. El vigoroso pacto de gobernabilidad de “Punto Fijo” permitió recontinuar la evolución democrática hasta la década de 1990. Así también una figura notable del gomecismo se activó eficientemente en 1936, y una figura del perezjimenismo como Larrazábal hizo de puente en 1958.

Aunque no necesariamente tiene que existir una ley histórica para conducir con éxito las transiciones políticas, nuestra historia republicana nos enseña que se debe reconocer el anclaje político con el pasado histórico para lograr un cambio político coherente como los de 1936 y 1958. Tal vez no con tanta “calma y cordura” pues el hambre y la enfermedad no dejan esperar demasiado, pero sí con la prudencia necesaria implícita en todo riesgo si el actor político tiene visión histórica real. ¿Quiénes serán los nuevos López Contreras o el nuevo Larrazábal? ¿Algún líder civil tiene el poder trivalente para ejercer esta transición: popularidad, liderazgo sobre lo militar y reconocimiento internacional? ¿Será que el candidato Henri Falcón entendió esta oportunidad histórica pero, tal vez no cuenta con los recursos necesarios para poder materializarla? ¿Es que hay un Golem oculto bajo la cama política en la que estamos adormecidos? La historia hablará y como lo leímos una vez en Jovellanos el pueblo no siempre tiene la razón.

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