“No puedes prepararte para pelear por un premio. Esta es una pelea callejera”.
Fue lo que le dijo el reverendo Al Sharpton, el pintoresco líder negro neoyorquino, a Kamala Harris cuando la vicepresidenta recién anunciaba su candidatura a la presidencia contra Donald J. Trump.
El consejo podría ser aplicable a María Corina Machado, la indiscutible líder de la oposición al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, a quien le ha tocado saltar cuanto escollo autoritario se le ha presentado, y con éxito, en su campaña de respaldo a la candidatura presidencial de Edmundo González Urrutia.
Está más que probado que Trump no es un político tradicional, ni en estilo ni en el respeto a instituciones o personas. Lo mismo puede decirse de Maduro y del chavismo en general. Aun si Biden hubiera aparecido más rejuvenecido, le hubiera costado vencer el expresidente. Ya no era pelea para el charlatán mentiroso y exagerado que dice que su gobierno ha sido el mejor de la historia de su país; que ha hecho por los afroamericanos más que el propio Abraham Lincoln, que va a deportar a todos los inmigrantes ilegales que cruzaron la frontera sur a través del muro que nunca construyó ni México pagó.
En 2016, Trump insultó y difamó a casi todos sus competidores en las primarias por la nominación republicana. Insultó como fea a la única precandidata mujer, se metió con las esposas de otros precandidatos, creó historias de falsas conspiraciones para matar a John Kennedy por parte del padre de Ted Cruz. En 2024, está sentenciado de pagar una multa de cientos de millones de dólares por haber abusado sexualmente de una mujer en una tienda de departamentos de Nueva York antes de ser presidente; es un criminal convicto, aún sin sentencia, por haber cometido fraude en sus empresas para pagar el silencio de una actriz pornográfica con la cual se acostó mientras su actual esposa estaba preñada de su hijo menor. Y tiene tres acusaciones penales más por haber atentado contra la institucionalidad democrática del país.
Biden es un hombre recio y lo ha sido en su carrera de más de 50 años como político, pero su talante institucional tradicional también lo limitaba para carearse con Trump. De hecho, él tenía reservas de debatir con el expresidente. Se convenció de que valía la pena debatir solo después de ver la falta de progreso en las encuestas, ver que su campaña estaba estancada y golpeada por el mote de anciano decrépito. El debate más bien lo confirmó. Se vio obligado a abandonar la candidatura.
El consejo de Sharpton le viene al pelo a Kamala Harris, una exfiscal de San Francisco, primero, y luego de toda California, que fue integrante del Comité de Asuntos Judiciales del Senado de Estados Unidos antes de llegar a la vicepresidencia de la nación. La tarea principal de los fiscales en Estados Unidos es la de acusar y perseguir a aquellos que violen las leyes civiles y penales de su jurisdicción. En su primera presentación hace unos días como candidata presidencial, la vicepresidenta Harris recordó que como fiscal, se enfrentó a perpetradores de todo tipo: «Depredadores que abusaban de las mujeres, estafadores que estafaban a los consumidores, tramposos que rompían las reglas para su propio beneficio. Así que, escúchenme cuando digo esto: conozco a los tipos de Donald Trump”.
El caso de la señora Machado, Edmundo González, Maduro, Diosdado, los Rodríguez y Padrino no es más complejo que el de la señora Harris, pero sí más cuesta arriba. En Estados Unidos, la competencia política se desenvuelve en un ambiente donde todavía funcionan las instituciones del Estado, las leyes funcionan. A tal punto que un violador de normas legales e institucionales como Trump las ha usado a su favor y exitosamente, hasta cierto punto. No ha ido preso todavía ni ha pagado un céntimo en multas. En Venezuela, la estructura completa del Estado está en manos de los principales transgresores de la Constitución, violadores de leyes y de derechos humanos, algunos acusados internacionalmente de vínculos con el narcotráfico y organizaciones pandilleras criminales. Ahora se suma el fraude electoral descarado.
Para Edmundo González, María Corina Machado y la oposición democrática, paradójicamente, su fuerza reside en pedir el acatamiento de la ley que no se cumple, la que el régimen viola todos los días. Su fortaleza consiste en querer que el Estado funcione en beneficio de los intereses de la sociedad. Esa es su bandera principal para, a partir de allí, crear condiciones para el mejor desempeño de la economía y de la sociedad.
Esta campaña de María Corina Machado y Edmundo González es el mejor ejemplo de lo que el reverendo Sharpton le dijo a la Harris, la pelea es callejera, no es para alcanzar un premio, una copa o una medalla. Es luchar contra unos verdaderos felones. Hay que estar consciente de que es así. La oposición democrática no tiene armas a su disposición, sino la presión popular. A diferencia del liderazgo opositor de no hace mucho, la señora Machado ha apelado e ido hacia donde está la gente, se ha hecho acompañar por el pueblo. Y eso la he hecho exitosa. No tiene, en verdad, una estructura partidista sólida que la avale. Cuenta con la salida voluntaria y espontánea de la población hacia la calle, ahora canalizada por un nuevo liderazgo, en función del objetivo de recuperar la democracia y el orden institucional. Para llegar hasta el final, luce que debe permanecer allí, contando con la gente, con el hartazgo popular.
@LaresFermin
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