Lo lógico esta semana hubiera sido hacer algún comentario sobre las elecciones, sus resultados, la presencia de observadores cubanos, nicaragüenses, norcoreanos con amplia y comprobada experiencia en elecciones democráticas, la expulsión de algunos “inoportunos expresidentes” o whatever, lo que sea, pero ya habrá tiempo para ello. Por lo cual, nos referiremos a otro evento que rompió el espíritu y propósito del Baron Pierre de Coubertin cuando organizó los primeros Juegos Olímpicos de la Edad Moderna, en Atenas (1896), para unir los pueblos a través del deporte. En las Naciones Unidas existen 192 representaciones, mientras que en las Olimpiadas de París (2024), se rompió el récord con la asistencia de 206 delegaciones y la participación de más de 10.000 deportistas de todas las religiones, sexo y raza.
No se puede negar que el colorido, el entusiasmo, llenó las calles de la Ciudad Luz. La Torre Eiffel se vistió con sus mejores luces y el pebetero incógnito llevó por los tejados y azoteas parisinas la antorcha olímpica, mientras que la llama del soldado desconocido yace eternamente bajo el Arco de Triunfo. Pero con todo eso, no hay excusa para que Thomas Jolly, director artístico del magno y espectáculo universal y de las 4 ceremonias de apertura y clausura de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos París 2024, permitiera que las Olimpiadas sirvieran de escenario para que uno de los símbolos sagrados de la familia católica, la Última Cena, fuera ridiculizada en la forma como lo fue. Los drag queen, los grupos bajo todas la siglas del abecedario, tienen el derecho de hacer lo que les venga en gana, de vestirse y desvestirse como quieran. Quienes tengan duda, personalmente accedí a tutorar una tesis de doctorado en la UCV sobre los movimientos gays en el cine venezolano, a un estudiante que no se podía graduar porque no encontraba un profesor que le firmara su tesis; pero de ahí a avalar que mi fe y mi religión sea objeto de burla y mofa, no se puede permitir ni confundir con arte. Por mucho menos el escritor indio Salman Rushdie con su novela Los versos satánicos (1988) fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini, quien publicó una fatua en la cual pedía matar al novelista y prometía recompensar a su asesino con 3 millones de dólares.
El presidente de los Juegos Olímpicos, el alemán Thomas Bach, y el director artístico del magno evento, Thomas Jolly, les deben una disculpa a los 1.375.852.000 católicos que hay en el mundo, por su permisividad, ofensa, atrevimiento y mal gusto. La inclusión se autoexcluye cuando se burla y ofende a quienes no comparten sus desviaciones morales.
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