Apóyanos

Ayer enterraron los restos mortales de José Antonio Abreu

Los directores Christian Vásquez, María Guinand, Alfredo Rugeles y Gregory Carreño se encargaron de conducir la orquesta integrada por músicos de distintas agrupaciones y generaciones, formados en la institución creada hace más cuatro décadas

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De la estación Colegio de Ingenieros del Metro de Caracas salen varios de los jóvenes. Es la ruta que conocen, la que suelen tomar para cada ensayo y concierto, pero esta vez hay otro sentimiento en el ambiente: van a una despedida.

Van a la sala Simón Bolívar del Centro Nacional de Acción por la Música, donde en capilla ardiente se lleva a cabo el velatorio de José Antonio Abreu, fallecido el sábado a los 79 años de edad.

A media asta ondea la bandera nacional en la entrada del edificio sede del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela.

Una vez dentro, hay solemnidad y tristeza. Se asiste a la despedida de un hombre que, además de visionario, concretó un ideal que durante 43 años ha formado a miles de músicos en el país y en el mundo.

El féretro está en el centro del escenario, en el que también se encuentran músicos de las distintas orquestas y coros del sistema, varias generaciones juntas para esta despedida.

Encima, yace la réplica de la espada de Simón Bolívar que Nicolás Maduro le concedió más temprano, en un acto privado, pequeño, y lejos de la institucionalidad que procuraron la familia y el sistema de orquestas para la capilla ardiente que estuvo abierta al público hasta la una de la tarde, cuando ya la sala se hizo pequeña.

En la primera fila están los hermanos de José Antonio Abreu Anselmi: Jesús, Enrique, Beatriz y Ana Cecilia, quienes reciben las condolencias de amigos, familiares y trabajadores de la fundación.

El órgano suena. Triste, respetuoso. Es Pablo Castellanos quien lo toca. Luce diminuto ante el imponente instrumento. Más tarde suenan los coros. Al frente está María Guinand, directora de la Schola Cantorum de Venezuela, mientras suena Vere languores, un motete de Tomás Luis de Victoria, dedicado al sufrimiento de Cristo en la cruz, además de la esperanza después de la muerte. No es azar, no solo la fecha en la que se interpreta influyó, sino también es uno de los autores que Abreu recordaba. También Cántico de Vicente Emilio Sojo, maestro de Abreu, y “Te quiero”, de Alberto Favero, con texto de Mario Benedetti. “Fue un hombre que marcó una era, que dividió nuestra historia musical, personal y humana, tanto en Venezuela como en el mundo. Alineó a tantas almas y voluntades en un solo ideal: hacer música”, dice Guinand con los ojos llorosos.

En uno de los pasillos está Oscar Dudamel, padre de Gustavo Dudamel, que no pudo asistir a los actos velatorios. “Se está tratando. Está muy ocupado afuera”, contesta cuando le preguntan si el director de orquesta, y la cara más visible de los frutos del sistema, tiene pensado venir al país luego del entierro.

Hay aplausos en la sala Simón Bolívar. En la pantalla transmiten entrevistas hechas al fundador. Habla de la importancia de la música como recurso unificador y de superación. Los asistentes ven fotos y videos de épocas lejanas, allá en la década de los setenta, cuando todavía era un proyecto que comenzaba a materializarse, hasta imágenes más recientes, cuando recibía algún honoris causa en casas de estudios como la Universidad Simón Bolívar. El maestro Abreu recibió distinciones como el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y el Polar Music Prize de la Real AcademiaSueca, llamado el Nobel de la música. En las imágenes no aparece algún gobernante, así como tampoco hay preferencias con algunos de los directores de trayectoria formados en el sistema.

Miguel Delgado Estévez comenta que la música no está de luto, sino los corazones de los venezolanos y de todas las personas en el mundo que conocieron el trabajo de Abreu: “José Antonio, como buen gerente, supo delegar. Por esto su obra continúa”.

A un lado del escenario se agrupan y alistan los directores que quieren rendir tributo. El Segundo Movimiento de la Séptima Sinfonía de Ludwig van Beethoven, bajo la dirección de Jesús Uzcátegui, o “Lacrimosa” de Wolfgang Amadeus Mozart, con Gregory Carreño y Ave Verum Corpus de Mozart, por Alfredo Rugeles. Comparten atril los primeros violines Ramón Román y Alejandro Carreño, de diferentes generaciones, formados en la institución.

El nuncio apostólico en Venezuela, Aldo Giordano, oficia la misa en la sala. Tras la bendición, comienza el “Aleluya” de Georg Friedrich Händel, con Christian Vásquez en la batuta. Luego el Himno Nacional, momento en el que sale el féretro cargado por Eduardo Méndez, Frank Di Polo, Jesús Morín, Rubén Cova, Andrés David Ascanio, Florentino Mendoza, Xavier Moreno, Jesús y Enrique Abreu.

El maestro iba a su última morada.

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