En la entrada de la estación de metro La California, sobre la avenida Francisco de Miranda, Yelitza Rodríguez, Miriam de Palma y José reparten volantes desde las 10:00 de la mañana en Petare. Llevan camisetas amarillas con una estampa de la boleta electoral de las elecciones presidenciales de este domingo, con el encuadre del candidato opositor Edmundo González resaltado y en grande. Conversan con los transeúntes, les explican sobre su derecho al voto e instan a elegir al exdiplomático impulsado por la inhabilitada María Corina Machado, que representan el cambio en Venezuela. Casi dos horas después de repetir la misma acción, Miriam destaca algo peculiar de la jornada: “¿Sabes qué pasó esta vez? Nadie botó el volante. La gente se detuvo, escuchó y lo guardó”.
Realidad del barrio de Petare
Entre curva y contracurva, subiendo por una de las estrechas calles en las colinas del este de Caracas, se alzan estructuras de ladrillo a la vista con techos de lámina de metal, las casas que dan la bienvenida al barrio de Petare, capital del municipio Sucre, en el estado Miranda, a unos 15 kilómetros de Caracas. Es considerado el barrio más grande de América Latina, uno de los más pobres del país, que supo estar entre los más peligrosos de la región. Gobernado desde 2017 por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en el gobierno, también estuvo bajo gobiernos opositores en años anteriores. Ahora los vecinos aseguran que gran parte de los férreos chavistas del barrio le han soltado la mano a Nicolás Maduro y que este domingo habrá “una marea” de votos para la dupla de Vente Venezuela.
“La entrada ahora está muy bonita. Claro, porque la arreglaron a medias hace apenas unos días por las elecciones”, dice a LA NACION Miriam, mientras señala a la Escuela Técnica Industrial Leonardo Infante, que el próximo domingo será como uno de los recintos electorales. Ama de casa, Miriam residió en Petare prácticamente toda su vida. Vive con su marido. Su hijo, exempleado del Ministerio del Interior, migró del país hace unos años como otros 7,7 millones de venezolanos, después de que fuera acusado de espionaje por el gobierno de Maduro. “Fue impactante la salida de él. Se fue porque tenía que defender la vida, no porque se quería ir. Bendito Dios le ha ido tan bien”, expresa.
Las calles de Petare cuentan con unos pocos carteles de la campaña para la reelección de Nicolás Maduro. Ya no hay tantos como antes, afirma Miriam, quien también destaca que “la gente ya ni siquiera cuelga su bandera de Venezuela”. Junto con Yelitza son parte de las dirigentes de la oposición en el barrio. Ambas dicen que en el pasado, la zona en la que residen estaba “llena de chavistas”, pero que ahora solo quedan unos pocos.
El chavismo, de todas maneras, sigue apostando por los votos del barrio: por eso el mandatario fue el jueves para “recibir amor” -según compartió en sus redes sociales- y también por allí se espera que pase la caravana oficialista de este jueves por el cierre de campaña.
#EnVivo 📹 | Recibo el amor del Pueblo de Petare, estado Miranda. https://t.co/M7oiJf8T9K
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) July 18, 2024
Un ejemplo de quienes le han soltado la mano a la revolución bolivariana es Carlos Ávila, técnico de refrigeración de 65 años de edad, que el domingo planea “votar y sacar a Maduro”, según dice a LA NACION. Ávila estira apenas el cuello de su camiseta rayada para mostrar el extremo izquierdo de su pecho y visibilizar el tatuaje que lleva de la cara de su madre. Confiesa que en años anteriores había pensado inmortalizar con tinta negra en ese mismo lugar la cara de Hugo Chávez. “Más chavista que yo no había. Menos mal que no lo hice. Me hubiese puesto una plancha caliente para sacarlo”, bromea.
Ávila, que vive en Petare desde hace 20 años, trabajó en el Consejo Comunal de Sucre, donde comenzó su desencanto. “Me di cuenta de muchas anomalías y decidí no apoyar a esas sinvergüenzuras. La expropiación, eso de darle el poder al pueblo. Fueron muchas las cosas que yo vi por las que decidí que no podía apoyar una ‘robolución’, porque ya eso no era revolución”, relata.
A estas disconformidades se sumaron otras que afectaron directamente su calidad de vida. El agua dejó de estar al corriente las 24 horas del día para estar disponible algunos días de la semana; lo mismo sucede con el suministro de luz, intermitente; cargar gasolina se tornó un dolor de cabeza para Ávila, que comienza la fila a las 3:00 de la mañana y durante más de cinco horas espera para surtir apenas 10 litros a su moto. Por la crisis económica y humanitaria que enfrenta el país, sus cuatro hijos migraron, dos a países de América Latina y otros dos a España.
“Para mí es inaudito que un país teniendo tanto recurso petrolero tengamos que estar así. Es una total dictadura, un país tan rico hemos llegado al estado de ganar 3,5 dólares, peor que Cuba”, reniega. El sistema de salud decadente, con escasez de insumos y profesionales, también ha impactado la vida de Ávila, que sufre el dolor que le producen las hernias de disco en la columna, pero que elige resistir porque “meterse en una cirugía acá implica salir del quirófano en un ataúd”.
“Una hermana mía es chavista. Yo discuto con ella. Le digo que tiene que pensar un poquito en que antes trabajaba y estaba en una buena situación. Todos sus hijos están fuera ahora. Yo no lo entiendo, a mí mis hijos me hacen falta. Es que a ella le da miedo votar contrario por si toman represalias. Pero yo no tengo miedo, si me matan estoy muriendo por algo que he vivido”, agrega Ávila, mientras su esposa, atenta a la conversación, asiente con la cabeza.
Unos pocos metros más arriba, sobre la misma calle, cercana a una capilla del barrio, Rosa de Silva, de 70 años de edad, camiseta rosa y labios pintados de rojo, saluda por detrás de la reja de su casa a dos señoras, madre e hija, que toman aire fresco en la vereda. “Son chavistas. Las saludo, claro, tengo buena relación. Pero dicen cosas como que cobraron 100 dólares en un mes gracias al bono [que ofrece el gobierno de Maduro]. ¿Y qué haces con eso? Vas al mercado y no te alcanza para nada. Si tú te compras un par de zapatos, ya no puedes comprar comida. Uno por suerte no, pero hemos visto gente comiendo de la basura. No lo entienden”, señala a este medio.
El contexto electoral
A diferencia de años anteriores, en estas elecciones Rosa se siente esperanzada. Siempre ha sido opositora y por eso ha recibido represalias a la hora de dirigirse a las urnas. “Los chavistas nos volaban tiros, botellazos. Pero ahorita estamos light”, dice, y asegura que sigue teniendo miedo “pero yo voy a la guerra, hasta el final”. En esta oportunidad tiene fe. Su cuñado, que antes era militante del chavismo, ahora la llama constantemente para hablar sobre las acciones de María Corina Machado, mientras que su sobrina nieta, viviendo en el exterior, ansía el triunfo opositor para poder volver al país. “Estamos todos deseándolo para que regresen”, dice emocionada.
Su hermana, Gladis de Silva, de unos 80 años de edad, sí tuvo su época a favor del oficialismo. Llegó a tener pegada en su pared una foto de Chávez, aunque hoy relate ese recuerdo avergonzada. “Fueron unos meses, ya luego la boté. Yo no quiero saber de esa gente. Ese hombre se volvió loco de la noche a la mañana expropiando. Ellos son comunistas y nosotras somos católicas”, dice. Se desempeñó toda su vida como artesana, haciendo piezas de decoración de madera y mármol. Funcionarios del oficialismo en su comunidad le han ofrecido varias veces oficiar como profesora de manualidades, “pero yo nunca quise nada, no quiero la ayuda de ellos”, afirma.
“Necesitamos que venga [Javier] Milei y se lleve a Maduro por los cabellos”, bromea Rosa, ante la presencia de un medio argentino, provocando la risa de su hermana. “No, no, que no se lo lleve. Yo no lo quiero muerto, yo pido el castigo. Que sufra como ha hecho sufrir a todos los venezolanos”, responde Gladis. “La gente está dispuesta al cambio porque ya fue suficiente. Es hora, uno tiene que vencer el miedo”.
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