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Yarivith González, la alquimista barquisimetana Premio Fundación Princesa de Girona

Aprendió de sacrificios gracias a su abuela y su madre, bedeles de un liceo público. De su padre, chofer de autobuses, las ganas de construir y descubrir cosas nuevas. Hoy es una científica que lucha por el ambiente a través de sus investigaciones y se apalanca en su fe para salir adelante desde Argentina, adonde emigró buscando un mejor futuro. "Si puedo ayudar, ahí estaré. Donde Dios me mande, cuando me mande y en obediencia siempre"
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El 10 de julio de 2024, la barquisimetana Yarivith González, de 36 años, recibió el Premio Internacional 2024 de la Fundación Princesa de Girona en la categoría de Investigación, que por primera vez reconoce a jóvenes talentos de Latinoamérica y la convierte en la primera venezolana en conseguirlo. Un logro que se remonta 30 años atrás y que comenzó con una de las mujeres que más admira, su abuela.

No superaba los 10 años de edad. Y lo recuerda como si fuese ayer: se levantaba de madrugada, arreglaba sus cosas y salía liceo Hermano Juan, en Pueblo Nuevo, donde su abuela era bedel.

Yari, como le dicen de cariño, se emocionaba mucho durante las vacaciones porque le tocaba acompañarla y, juntas, limpiaban los salones. Los de bachillerato eran sus favoritos. Allí estaban los laboratorios de física y química que despertando su interés y pasión por ambas carreras.

“Mire, pero no toque”, le repetía hasta el cansancio su yaya, con ojos hasta en la nuca, cuando la veía tocando lo que había. Fue así como los vasos precipitados, tubos de ensayo, probetas, pisetas y demás materiales a los que le tocaba quitar polvo, se convertirían en sus mejores amigos. Se graduó de bachiller y entendió, desde aquellos días compartidos con la abuela, que hacer magia era posible gracias a la ciencia.

 

Yarivith González Química Venezolana

La bailarina que amaba la Química

Yarivith Carolina González Peña nació el 5 de agosto de 1988 en Barquisimeto, capital dele estado Lara. Es la mayor de 7 hermanos y la primera en despegar de un nido labrado por una ama de casa dedicada a la educación de sus hijos y un chofer de autobuses con gran dominio de la mecánica e increíble habilidad para construir y armar cosas. También para desarmarlas.

Creció en el Barrio Bolívar, al que recuerda con mucho amor porque a pesar de ser una zona con limitaciones, la forjó como ser humano, incluso desde tan pequeña. Acudió a la escuela Fe y Alegría, donde cursó preescolar y primaria, como la gran mayoría de los niños y niñas del barrio, y antes de vestirse con camisa azul, se mudó a Pueblo Nuevo donde aún viven gran parte de sus conocidos, amigos y familia, incluida una de sus tías. No la maestra sino la administradora, de quien aprendería el valor de una profesión que rindiera fruto a las aptitudes y competencias que Dios le había dado.

Cuando pisó el liceo público Hermano Juan, no para limpiarlo sino para estudiar, supo que su vida cambiaría por completo. Y gracias a una joven profesora de tercer año, quien hablaba de átomos, carbonos y cadenas humanas, no volvió a ser la misma. Ni las muñecas ni los rompecabezas eran de su interés; los compuestos en las cajas de medicamentos y los envases de alcohol despertaban su curiosidad. Un juego. Y por eso, debía saber más.

Sus estudios también los dividía Yarivith González con el ballet, su segundo amor. Mejor dicho, el quinto. Física, Química, Biología y Matemática eran los primeros. Pero con estos su hiperactividad explotaba y la danza, por el contrario, la amainaba.

“Para mí, todo era arte. Y lo sigue siendo”.

Se graduó en el liceo y fue aceptada en dos universidades, la UPEL IPB y la Unexpo de Barquisimeto. A los 22 años ya era Licenciada-Profesora en la especialidad de Química. “Pensé estudiar en Caracas, pero para la época, al ser la hija mayor de una familia bastante conservadora, no era una opción. No lo veíamos seguro”. Sin embargo, audicionó en el Teatro Teresa Carreño.

 

 

Yarivith González Química Venezolana

El baile (casi) gana la batalla

Yarivith González podía elegir una u otra. Así de complicado era, pero así de inmenso era el amor que le tenía a sus pasiones. Y estuvo a punto de ganar la danza. “Sin embargo, no se materializó porque los adultos de mi familia decían ‘muy bueno el ballet, pero eso no es rentable». No estaba en su plan a futuro, pero tampoco lo desechó por completo pues se dedicó a bailar hasta los 23 años en diferentes grupos como el Fortunato Orellana.

“Mi vida era una combinación de cosas y eso me encantaba. Estudiaba, trabajaba y daba clases de ballet en diferentes escuelas. Incluso impartí algunas de expresión corporal. Era realmente feliz”, recuerda. En el ínterin también daba clases particulares e hizo diversos voluntariados con fines educativos y ambientales.

Fue allí que se asomó a temas como el desarrollo sostenible, gestión ambiental y reciclaje, conocimientos que aplicaría para lo que hoy en día es su trabajo como química.

Con 26 años, y ganando experiencia en esas áreas, se dedicó a ir a la escuela y dar charlas de concienciación ambiental. “En ese momento, al ser profesora de varias universidades, tenía la posibilidad de vincularme con los estudiantes y con niños, sobre todo, de la zona oeste y norte de Barquisimeto”. Unas 500 escuelas fueron parte de sus actividades medioambientales.

Estaba contenta, se sentía plena –o eso creía– hasta que le tocó enfrentarse a la realidad de tantos jóvenes que buscan un mejor futuro: emigrar.

 

Yarivith González Química Venezolana

«La sociedad necesita mentes curiosas, que vayan más adelante. La tecnología todos los días nos está abarrotando y hacen falta ideas para que ese desarrollo sea sostenible», dice la barquisimetana

Una nueva realidad

No sabía que Argentina se convertiría en su nuevo hogar tan rápido. Tampoco que su actual esposo, Giovanni Rodríguez, el gran amor de su vida, se le uniría en la travesía. Pero hace 10 años escogió ese destino y, dice, es de las mejores decisiones que ha tomado hasta la fecha.

Sus sueños y los de Giovanni eran los mismos. Una mejor calidad de vida, hacer dinero y ayudar a la familia. Decidieron, y sin mucho pensarlo, apostar por ellos y desligarse de la situación tan crítica que atravesaba el país entre 2016 y 2017.

“Era lanzarse al vacío. Dejarlo todo e ir hacia adelante sin ver atrás”, subraya Yarivith. Comenzaba su vida como inmigrante.

Llegaron a San Luis, cuenta, y comenzó a buscar trabajo en lo que fuera. Lo que fuera resultó ser como camarera. Trabajó en varios restaurantes de la ciudad. Un café llamado Havanna le trae los mejores recuerdos de aquellos primeros días. Gracias a ese trabajo pudo estabilizarse y mantenerse económicamente.

 

Yarivith junto a su esposo

 

Una amiga, quien la recibió apenas llegó al país, estudiaba en la Universidad Nacional de San Luis de Argentina, colaborando específicamente con el Conicet. Éste último es el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en ese país.

Gracias al Conicet pudo conectar con algunos profesores en la universidad, mostrarles un poco de su trabajo. Rápidamente, y como golpe de suerte, comenzó a formar parte del Laboratorio de Metodología Extractiva de la universidad, donde hizo unas primeras pasantías ad honorem y se involucró de nuevo con la Química gracias a sus dos mentores, Jorge González y Lucía Barbosa.

Después de su trabajo como mesera, que mantenía, a media tarde se iba a cumplir con sus estudios. “Así fue durante un año y sin recibir nada a cambio”, recalca.

“Conforme va pasando el tiempo, algunos proyectos comienzan a salir a flote y me ofrecen la posibilidad de postularme para hacer un doctorado. Todo gracias a un proyecto abocado al reciclaje de baterías”, recuerda Yarivith González.

Presentó su currículo con la experiencia que ya había traído desde Venezuela. «En combinación también con todas mis maestrías, decido postularme a la beca del Conicet y quedo seleccionada. Esa fue la excusa que necesitaba para retirarme de la atención al público y retomar mi vida académica. Por eso y porque jamás tuvieron duda de mí o de mi talento, Argentina es mi segunda patria. Estoy dividida y lo defiendo a capa y espada. Soy 50% venezolana y 50% argentina de corazón. Porque gracias a este país fue que pude renacer. Les debo mucho”.

 

Yarivith González Química Venezolana

Mesera, peor también química, la venezolana ha sabido labrarse su camino en Argentina

El poder de la magia

Para Yarivith González la Química es magia. “Es hacer cosas inimaginables con tu pensamiento y con la curiosidad. Por eso siempre digo que la vida es un laboratorio y todos los días, cuando te haces o hacen preguntas, vas tras eso, buscas o averiguas, la curiosidad se vuelve tu compañera”.

Agrega, además, que como más que químicos, son alquimistas porque en la ciencia no hay experimentos fallidos. “Incluso los resultados que consideramos pueden labrar el camino de quien viene detrás de nosotros”.

En el laboratorio argentino siguen una línea súper técnica, de Química dura y pura. “Cuando me incluyen en sus investigaciones, soy la responsable de llevar la visión ambientalista”, describe. “Estas 2 ideas se conectan y de alguna manera otorgan un valor agregado al proyecto, como el que estamos desarrollando ahora e incluye el reciclaje de las baterías de ion de litio”.

González manifiesta que hay una ciencia que va más hacia lo técnico y aplicable, y otra que da las bases para el desarrollo de teorías y nuevas tecnologías. “Al combinar estas dos cosas el resultado fue un engranaje perfecto para echar andar todas estas investigaciones. Mi trabajo de tesis doctoral, por ejemplo, va directamente relacionado con el desarrollo o la recuperación de metales valiosos en las baterías de ion de litio y el desarrollo de diferentes metodologías que puedan ser factibles para la recuperación y la extracción de estos metales; de un residuo que es desechado, luego de que fue usado”, explica. “En resumen estamos realizando una minería urbana; extraemos un metal para ponerlo a disposición de las cadenas de producción e impulsar la economía circular”.

Yarivith González respira, vive y hasta duerme pensando en números, fórmulas, resultados y soluciones. No para, admite, muy a su pesar.

Está rodeada, por más de 18 horas al día, de pizarrones, hojas blancas, lápices, cuadernos, sticky notes, bolígrafos y calculadoras, pero también de guantes, lentes y máscaras de seguridad, batas blancas, archivos y reactores. “Es tal cual la foto de la gran Marie Curie y sus notas. Exacto”, compara.

Y en su espacio, suyo asevera, hay lugar para todas las Químicas. “Existe la Química orgánica, la analítica y la inorgánica. Hay una tendencia ahora que es una más ambiental, también está la farmacéutica, la bioquímica y la biofísicoquímica que combina diferentes bases de la física, la química y la biología; y en la que yo me ubico es en la que estudia la Metalurgia, por eso me considero una alquimista. Es la madre de todas las Químicas”.

 

Yarivith González Química Venezolana

Yarivith González, la reconocida

Desarrollaba su investigación en Argentina cuando conectó con un laboratorio español que le ofreció una pasantía. Se fue a España gracias a una organización llamada Conecta Iberoamérica. Ellos, de hecho, le informan que existe la posibilidad de que su perfil sea considerados para un premio.

“En mi categoría, Investigación internacional, quedamos 2 personas de la Universidad Nacional de San Luis de Argentina. Me llamaron en mayo para decirme que fui preseleccionada y posteriormente para darme la noticia que resulté ganadora. Entre tantos genios, quedé yo”, señala con humildad.

La entrega del reconocimiento fue el 10 de julio y aunque no pudo asistir por asuntos personales, se sintió conmovida por la celebración que, supo, fue muy bonita. Sobre todo, porque reconocieron el esfuerzo de cada uno y el hecho de sembrar una semilla de esperanza en muchos jóvenes que como ellos tienen deseos de salir adelante.

La barquisimetana ogró un “hito histórico que marca la diferencia en América Latina” para utilizar sus recursos de forma más sostenible. Y eso la llena de orgullo.

A veces consideramos que los estudios no son la base, que no son la salida porque son muy inestables en otros horizontes cuando eres inmigrante. Pero con este premio tuve la oportunidad para reivindicar ese pensamiento y conectar de nuevo con esos valores a través del conocimiento y del pensamiento crítico”.

El premio fue una estatuilla. No pensó que hubiese una compensación monetaria detrás. “Fue un reconocimiento simbólico de la Fundación Princesa de Girona siendo lo más importante ser parte de sus filas, de la generación premiada que comienza desde ya a involucrarse de alguna manera con ellos”.

El hecho de figurar entre las primeras latinoamericanas, y ser la única venezolana, en formar parte de esas filas significa que vamos por el camino correcto, dice.

 

Yarivith González Química Venezolana

“Sin Dios, nada”

Para Yarivith González el camino hasta ahora ha sido “muy, muy, muy difícil” porque no es una línea recta, como muchos piensan. “No pensemos que dedicarse a esto fue cuestión de soplar y hacer botella. Hubo mucho sacrificio, que menos mal aprendí de mi madre y abuela, y todavía lo sigue habiendo”.

Ella y su esposo se levantan todos los días sin la esperanza de recibir dinero. “No me mantengo gracias a mi profesión. Estoy aquí a sabiendas de que este es el camino, aunque a veces crea que me equivoqué. Pero sigo apostando sin ver, con fe”.

Honestamente, no le recomiendo mi vida a nadie. En absoluto. Aunque cada quien tiene una historia y una experiencia distinta. No obstante, lo único que puedo decir es que contando con el amor de Dios y alimentando la espiritualidad, estoy sostenida. Además, el trabajo dignifica”, apunta.

La química ha tenido que quitarse la bata de laboratorio y ponerse un delantal más veces de las que hubiese querido. “Un ratico para limpiar y otro para hacer ciencias, porque sí, la academia me apasiona, pero al final todos tenemos que comer. La espera desespera y no es fácil, pero me repito: yo hago Química y soy científica pero ya va, mi vida la sostiene la fe y el amor de Dios”.

 

«Somos pioneros en América Latina», dice abriendo un camino para reciclar un mineral como el litio que no es un recurso renovable, pero al que se puede convertir en un metal con distintos usos una vez utilizado en las baterías de carros o teléfonos móviles

Sobre Venezuela, afirma que siempre la tiene en su corazón, aunque en Argentina es donde se siente feliz, tranquila, tiene una mejor calidad de vida, puede crecer y aportar, sobre todo a su familia.

La venezolana ve la vida entre peróxido de hidrógeno y cloruro de sodio, no como agua oxigenada y sal. Insiste en seguir trabajando, estudiando, mejorando, concluyendo proyectos y abriéndose paso a otras cosas donde pueda ser útil. «Si puedo ayudar, ahí estaré. Donde Dios me mande, cuando me mande y en obediencia siempre”.

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