Nunca ha sido sencillo el ejercicio de la gerencia. Lo es mucho menos en tiempos de cambios como los que vivimos, cambios que agitan la vida social, la conciencia de las personas, las relaciones de todo orden, las fuerzas económicas y políticas, incluso los principios y valores. Y es que, más que de la gerencia, los cambios son de la sociedad, de los individuos, de las ideas, de las relaciones. Abarcan lo cultural, lo social, lo económico, el espacio de los riesgos y el de las oportunidades, de lo conocido y de lo desconocido, de lo previsible y de lo imprevisible. Ese es el espacio en el que como sociedad nos ha tocado movernos.
Además de centrarse en la velocidad y profundidad de los cambios, la nueva complejidad tiene en primera fila a la incertidumbre. Vivimos en un mundo sin seguridades, un tiempo en el que los fenómenos se suceden y nos cuesta encontrarles explicación, en el que la verdad ha quedado en entredicho y la duda ha ocupado sus espacios, en el que cada preocupación no parece tomar el puesto de la anterior sino agudizarla.
En este cuadro de cambios y de incertidumbre preocupa muy especialmente la evolución de las ideas, de la ciencia, de la tecnología. Constatamos la pérdida del concepto mismo de verdad, del valor de los acuerdos, de la palabra dada. Nos han hecho poner en duda el valor mismo de la Ley, del Poder, de la Justicia. Vemos convivir tendencias francamente antagónicas: democracias con autoritarismos, declaraciones de libertad con prácticas de opresión, un mundo previsible en función de los acuerdos sociales con otro dominado por la anarquía y la imprevisibilidad. Asistimos, en política, al final de los conceptos y de los alineamientos derecha-izquierda, ocupados ahora por nuevas categorías como los nacionalismos, los movimientos identitarios y culturales. Las adhesiones se dan menos en función de los principios y más de la radicalización de amigos o enemigos.
Solo en el plano de la tecnología, somos testigos de una brecha que se abre todos los días desafiando nuestra capacidad de adaptación y marcando los espacios contrapuestos de la prosperidad y la miseria, del control y de la dependencia. Las nuevas tecnologías, en todos los órdenes, comienzan por sorprendernos, amplían su alcance, evolucionan, multiplican sus modalidades y aplicaciones y, más de una vez, caducan sin dejarnos apenas tiempo para entender su valor, adoptarlas con criterio y sacar provecho de las oportunidades que nos abren. La diferencia entre quienes asumen la tecnología y quienes solo se inquietan por sus exigencias termina expresándose en más complejidad en la vida cotidiana, más sorpresa, más dependencia.
Y, desde luego, el mundo de la inteligencia artificial, percibida como la gran y universal academia abierta a todo el mundo. La IA será una tecnología tan transformadora como la imprenta, la máquina de vapor, la electricidad, la informática o Internet. Así lo ha pronosticado el director ejecutivo de J.P. Morgan, al mismo tiempo que ha advertido de los inusitados aumentos en consumo energético que su expansión va a generar. El interés de las grandes corporaciones por la IA ha comenzado, de hecho, a mostrarse en bolsa.
Considerar la profundidad del cambio desde la perspectiva de la gerencia no es sino enfatizar esa relación connatural que vincula gerencia y sociedad. Las responsabilidades del liderazgo gerencial incluyen precisamente las de guiar, conducir, animar. En su ejercicio se impone la necesidad de la prudencia para estudiar con más preocupación los problemas, las soluciones, las alternativas, las estrategias, las medidas a tomar, la velocidad de la implementación del cambio.
La capacidad para comprender y responder a la velocidad y profundidad de los cambios determina la diferencia entre atraso y desarrollo, dependencia y libertad, pérdida o aprovechamiento de oportunidades. De allí que entre los requerimientos inaplazables para un programa de recuperación nacional esté, sin duda, el de una visión con capacidad para adelantarse, para hacer del cambio una oportunidad.
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