El pasado sábado 13 de julio, la pequeña ciudad de Butler, ubicada a unos 50 kilómetros al norte de Pittsburgh, Pensilvania, fue testigo de un evento que pasará a la historia. Un nutrido grupo de estadounidenses acudió al lugar para asistir al mitin del expresidente y candidato presidencial Donald J. Trump, justo antes del inicio de la Convención Nacional Republicana, pautada para un par de días después.
Como en ocasiones anteriores, el evento comenzó con los asistentes coreando «¡USA! ¡USA!» mientras Trump subía al atril. Sin embargo, lo que se desarrolló a continuación fue un episodio inesperado y que pasó a la historia.
Muy cerca del del escenario, un hombre armado subió al tejado de una edificación fuera del perímetro de seguridad del mitin. Llevaba consigo un arma larga, de tipo AR. Seis minutos después de que Trump comenzara su discurso, el hombre, posteriormente identificado por el FBI como Thomas Matthew Crooks, de 20 años, apuntó y disparó.
Los momentos que siguieron fueron caóticos. Crooks disparó varios tiros, incluyendo uno que, según Trump, le rozó la oreja. El expresidente se tiró al suelo mientras agentes del Servicio Secreto corrieron para protegerlo. El sonido de más disparos hizo eco por todo el recinto de Butler. Solo 43 segundos después del primer disparo, un agente del Servicio Secreto informó que el atacante había sido neutralizado.
Trump, con la oreja y la cara ensangrentadas, se puso en pie, levantando el puño para indicar que estaba bien antes de ser escoltado fuera del escenario y llevado a su camioneta. A pesar de la rápida intervención, al menos tres asistentes al mitin recibieron disparos, uno de quienes falleció.
Este atentado se suma a la lista de los mayores intentos de asesinato contra personalidades políticas en la historia de Estados Unidos, comparable al fallido intento de asesinato del presidente Ronald Reagan en 1981. Por suerte, y de manera casi milagrosa, no hubo un desenlace fatal como el ocurrido con el presidente John F. Kennedy en 1963 o su hermano, el candidato presidencial Robert «Bobby» Kennedy, en 1968.
Este evento subraya una realidad crucial para la democracia: la necesidad de cooperación y consenso. Un país no puede funcionar si los diferentes partidos y movimientos no están dispuestos a trabajar juntos en asuntos de interés común y superior a la coyuntura política y electoral.
Es en estos momentos de crisis cuando se hace más evidente la importancia de que múltiples grupos alcancen consensos. El atentado ha sido condenado de manera unánime por todos los sectores de la sociedad estadounidense.
Políticos de todos los partidos, ciudadanos de a pie y medios de comunicación han manifestado su repudio absoluto a la violencia. La respuesta de la dirigencia, la gente y los periodistas ha sido ejemplar. La condena y la solidaridad demuestran la fortaleza de la democracia en Estados Unidos. Este episodio ha servido para unir a la sociedad, alcanzando una tregua y una moderación del lenguaje tras las polémicas de las semanas recientes.
Uno de los gestos más destacados fue la llamada telefónica del actual presidente Joe Biden a Trump, apenas unas horas después del ataque. Biden expresó su solidaridad y deseo de pronta recuperación para quien es su rival en la contienda presidencial, en una de las campanas de más controvertido tono de la historia del país.
En una alocución pública, Biden luego afirmó: «Las diferencias políticas siempre van a existir, pero jamás se pueden ni deben resolver con violencia. Hoy más que nunca, debemos unirnos como nación y rechazar cualquier forma de violencia política”.
La actitud de los estadounidenses en esta situación es un ejemplo para el mundo. La firmeza con la que se ha rechazado el atentado y la manera en que se ha priorizado la paz y la unidad por encima de las diferencias políticas son un testimonio del compromiso de la nación con sus principios democráticos.
En estas elecciones, la sociedad estadounidense se unió en su determinación de resolver las diferencias a través del diálogo y el voto.
En un momento de polarización global, Estados Unidos ha demostrado que es posible superar las divisiones con civilidad y respeto, ofreciendo una lección valiosa para todas las naciones del mundo.
El atentado contra Donald Trump es un recordatorio de que hay que resolver las diferencias a través del diálogo y el respeto mutuo. Solo así podremos garantizar que eventos trágicos como el atentado del 13 de julio no se repitan en otras latitudes del planeta y que nuestra sociedad avance hacia soluciones efectivas, dejando fuera de juego la peligrosa tentación de la violencia.
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