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La lija poética: un acercamiento a la poesía de Antonio Arráiz

Ensayo publicado originalmente en 4Dromedarios

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Comer con la boca abierta, hurgarse la nariz en público o exprimirse un grano en frente de otra persona son ese tipo de comportamientos que se consideran como de mala educación. Estamos rodeados por eufemismos y mejores formas de decir y hacer las cosas. El hombre primitivo, sin tantos modales (moldes) impuestos por la sociedad, parece quedar cada vez más relegado; sin embargo, lo seguimos escuchando dentro de nosotros como el eco del trote de la sangre en el cuerpo. Antonio Arráiz nos abre la ventana hacia el contacto con lo originario: el hombre que se rige por sus instintos y nada más. El amor en su génesis, sin edulcorantes y detallitos en el día de San Valentín. Y la voz de la naturaleza que se hace audible en sus poemas: no estamos viendo un paisaje, ahora lo escuchamos hablar.

Mariano Picón Salas califica a Arráiz como un “poeta del sol” por su fuerte masculinidad y, por ende, su lenguaje viril. “El sol se levanta sobre la luna”, es decir, en palabras de Rafael Arráiz Lucca, lo afirmativo del sol se antepone a lo contemplativo de la luna. Combina la modernidad de los románticos. Ya no nos detenemos ante un mirador, ahora nos sumergimos en la búsqueda o, mejor dicho, en el rescate de lo verdaderamente auténtico: “Canto mi América virgen/ canto mi América india/ sin españoles y sin cristianismo/ canto mi triste América”. Se podría decir que Arráiz considera que lo auténtico se encuentra en el territorio libre en el que vivieron los ancestros indígenas, un paraíso utópico al que no podremos acceder jamás porque ha sido contaminado por la llegada de extranjeros: “Al principio de las cosas/ los hombres sublimes y bellos/ andaban la selva con pasos de rey./ Pero vosotros antepasados míos,/ ¿por qué tomasteis la senda/ que nos condujo a las ciudades frías?”, este fragmento forma parte del poema “Reproche” y ya entendemos el porqué del título. Con lo anterior, observamos su inclinación americanista, que a la vez va aunada al venezolanismo y al indigenismo.

No es lo mismo ser venezolano a ser venezolanista, el primero se refiere a los que nacen en el país y el segundo a los que abogan por la nación. Arráiz canta y manifiesta su amor al país a lo largo de su poesía, pero con mayor presencia en el libro Parsimonia. Venezuela va a ser en esencia una mujer, específicamente una figura maternal, que a veces se resiste a ser poseída por la voz poética y es por eso que se entabla una relación amorosa en la que la amada es ingrata ante los gestos del amante: “Aunque seas mala madre,/ estaré adherido a ti, Venezuela,/ adherido a tu amor”. La finalidad de ese amante es fundirse en una sola persona con Venezuela: él ya no es un ciudadano del territorio, él es el país en sí: “He de amarte tan fuerte que no pueda ya más,/ y el amor que te tenga, Venezuela,/ me disuelva en ti”.

De igual manera, está presente la vena indigenista, de forma más profusa en Áspero, mediante la evocación constante de la figura del aborigen guerrero que defendía sus tierras: “Hoy he recordado/ a mi hermano de sangre que murió en la batalla”. Al final de este poema (“El hermano muerto”), la voz poética expresa su deseo por convertirse en la figura que él tanto desea y admira: la del indígena, “¡quién fuera mi hermano de sangre!”. En otro poema (“El consejo”) esta voz ahora forma parte de la comunidad aborigen: “Nosotros los bravos/ celebramos consejo”. Con lo anterior logramos evidenciar los dos puntos de vista: el que ha oído hablar o a ha leído sobre los indígenas y se identifica con ellos, y el que personifica un papel dentro de la misma comunidad de los nativos. Es indiscutible su interés por el tema y llega a su punto más emblemático en el poema “La raza”: “¿No te resuena mi voz a recuerdo?/ Grita en mí mi raza/ Grita en mí la raza india”. Es una voz que ya no logra hablar, tiene que GRITAR porque no puede conformarse con el simple recuerdo que nos parece haber oído en algún lugar, pero no sabemos cuándo.

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