Por equipo editorial
Los tiempos van corrigiendo los exabruptos de la historia. Entonces, ese decurso asimila desde las grietas o de cualquier sima (profundidad) en que haya caído un pueblo que tarde o temprano volverá a alcanzar la cima (cúspide) que alguna vez perdió por efectos de quienes ejerciendo la protervidad de los espacios del poder nunca fueron conscientes de que envenenaban las arterias de los sentimientos de otrora nación pujante y llena de felicidad.
Así, el madurismo se convirtió en la más putrefacta bazofia política de la historia contemporánea, no solo de Venezuela, sino de toda América Latina, cuando hasta grupos criminales y subversivos llegaron hasta naciones vecinas para imponer en ellas todo el terror que una vez aplicaron en la patria del Libertador.
Igualmente, la calamidad madurista generó la expulsión de más de 8,5 millones de venezolanos, quienes debieron cruzar desde la selva de Darién por el norte o el desierto de Atacama por el sur, y otros que se atrevieron en modestas embarcaciones, de los cuales aún se buscan cuerpos perdidos en altamar; ni hablar de los que han sido víctimas de la trata, explotación sexual, secuestros o neoesclavitud.
El madurismo, además, destruyó por completo empresas nacionales que eran consideradas de primer mundo, como Pdvsa, CVG, Corpoelec o el Metro de Caracas, y con ello, también arrasó con la educación y la salud de toda una nación, que sigue viendo cómo descendemos hasta los precipicios sociales en áreas que son fundamentales para el conocimiento y el desarrollo humano.
El madurismo generó una incomparable corrupción que destruyó todo el sistema presupuestario del país y, lo que es peor, del grupo de culpables, hay apenas un reducido número de detenidos, que ni siquiera tienen sentencia firme, mientras dueños de pequeños negocios y comercios, y hasta empresarios consolidados por años en zonas periféricas del territorio, ven cómo son clausuradas sus formas de vida y trabajo, y otros encarcelados, por el solo hecho de vender sus productos o servicios, o mostrar su apoyo ante un cambio político en Venezuela.
El madurismo convertido en un Atila político de América Latina, poco le ha importado un discurso de confrontación, y ahora hasta amenaza con un «baño de sangre» si llegaran a perder el poder, monserga que por cierto, emplearon como condicionante en las elecciones parlamentarias de 2015, cuando una oposición estuvo unida en su propósito del voto, y que terminó en una rotunda derrota sobre quienes aún se erigen con el poder político.
Casi una década después de lo que fue el último triunfo opositor, el madurismo se huele en sus excrementos políticos, y sabe que el próximo 28 de julio, está a un paso de perder el poder, con el cual han liquidado cualquier forma de equilibrio democrático, y de convivencia ciudadana, razón por la cual, solo les queda la violencia discursiva y de acción contra los derechos humanos, intentando coaccionar a los votantes en sus decisiones de cambiar esta infeliz realidad.
No hay marcha atrás, los días y horas están en plena cuenta regresiva, y ese madurismo debe entender que su tiempo terminó. Vamos hasta el final porque estamos cada vez más cerca de la libertad.
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