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Liberalismo para el presente y futuro

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Javier Milei, presidente de Argentina

No existe sobre la faz de la Tierra ninguna otra doctrina, pensamiento político o ideología más grande que la liberal, desde la perspectiva del ensanchamiento de la cultura humana tanto para el desarrollo económico, prosperidad y felicidad de las naciones ―parodiando a Adan Smith―, como desde la optimización de la tolerancia de cara al manejo emocional y racional en momentos de dificultades, que esta doctrina cuando se aplica desde sus postulados clásicos.

Ante esta realidad convincente para las naciones civilizadas de Occidente, esta es la mejor propuesta política para una superación de la crisis actual y la búsqueda accionaria de su desarrollo, sobre todo para Latinoamérica en general.

Nada se puede hacer de cara a las administraciones pasadas, que, aún con la aplicación de un liberalismo más criollo que científico, por nombrarlo de alguna manera, y más apegado a los personalismos y caudillismos de sus impulsores, junto a otros agravantes como hechos corruptivos, dinásticos, dictatoriales y ansiosos de la perpetuidad en el Poder,  han resultado ser los más eficaces en los balances socio económicos desde el Siglo XX al actual.

Quienes lucharon contra España por la independencia y contra el fin del absolutismo, se equivocaron al pensar que tras la conquista de esta vendría un aluvión de prosperidad, inversiones e intercambios comerciales que propiciarán un mejor destino económico; lo que no fue así.

Evidentemente que este hecho independentista logró una apertura a las exportaciones e importaciones con otras naciones. Ya en el siglo pasado la necesidad de materias primas para Estados Unidos y los aliados tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial y sus principales dificultades, sobre todo a partir de 1915, las exportaciones y los precios aumentaron.

Estas eventualidades trajeron determinados beneficios, gestándose una alternabilidad de diferentes ciclos económicos alternantes, entre épocas de bonanza y de crisis económicas graves, que indujeron a cierta inestabilidad política social en general. Siempre ha habido injusticias sociales, es innegable, pero tanto ellas como otras desavenencias y errores del capitalismo naciente regional, no llegaron para nada a justificar la implantación de guerrillas marxistas como panaceas a los problemas existentes.

Tan así que a la llegada de Fidel Castro en 1959 existían índices económicos que demostraban crecimientos desde 4 hasta 8% en la mayoría de países. No se necesitaba de guerrillas comunistas en ninguna nación latinoamericana a no ser por las chifladuras de cabeza de Fidel Castro y el comunismo soviético, que vinieron a descomponer el sentido de la vida en toda la región.

El estatismo belicista y embalsamado en el socialismo de moda de la Guerra Fría y sus conspiraciones revoltosas, interrumpieron para siempre la solvencia de una economía sólida y de una sociedad estable en formación. Incluso, las dictaduras militares de Derecha que combatieron la implantación comunista tanto guerrillera como electoral (caso Chile), fueron las que ejecutaron economías prósperas de libre mercado aún aplicadas al día de hoy, como ocurre en Brasil, por ejemplo.

En medio de esta diversidad de naciones es imprescindible la creación de gobiernos limitados, pequeños, eficientes y con nuevas proporciones morales y éticas que definen un nuevo comportamiento del accionar político y que doten a los empresarios de todas las facilidades para proporcionar empleos.

Ya en Argentina Javier Milei reestructuró su Gabinete Ministerial en 8 instituciones, yendo hasta hoy las cosas muy bien a pesar de los pataleos de los holgazanes mantenidos por el Estado burocrático heredado de Perón y el kirchnerismo. Estos cambios están en gran medida repensando la política y la gestión pública, obligando a tomar en cuenta que no se necesita de tanta burocracia para poder gobernar y enrumbar cada administración que se precie de liberal, clásica y moderna.

Es lamentable que a casi tres décadas de entrado el siglo XXI aún muchos confundan desde México hasta Chile, incluido el Caribe, al liberalismo con las acciones de determinados expresidentes o caudillos criollos, envalentonados con sus pistolas y afianzados mientras vivan (o los maten como a Trujillo en República Dominicana) en el uso y abuso del poder.

Ante esta eventual realidad la unidad partidaria de las fuerzas políticas y de sociedad civil, ―no vinculadas al socialismo ni a ninguna corriente populista sobre todo de izquierda―,   les corresponde avanzar en su consolidación para poder hacerle frente a los desafíos de las grandes economías globales.

Corresponde pues, a una nueva generación liberal continental, despercudida a más no poder de toda influencia populista, venga de donde venga, de todo irracionalismo doctrinario proveniente del marxismo cultural y de toda mentalidad corrupta tras la búsqueda del Estado Botín, tomar las riendas de un liberalismo auténtico, de respeto a la dignidad humana y juicioso de las finanzas pertenecientes únicamente a quienes pagan sus impuestos, como bien lo dijo Margaret Thatcher.

Aplicar esta doctrina como tantas naciones ricas desde Europa, Estados Unidos o la Asia moderna lo han hecho para que Latinoamérica no sea solo esa rayada postal heredada de Alexander Humboldt de ser considerada como el “Continente de la Esperanza”, sino también de prosperidad para bienestar y felicidad de toda una gran región, debe ser la meta. Adan Smith desde 1776 con su obra sobre la creación y acumulación de la riquezas desde una perspectiva política, social, económica y tecnológica nos lo viene diciendo hasta la saciedad, pero seguimos sin atenderlo.


El autor es escritor y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista Internacional

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